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Mónica Pont deja el piso (y el amor) del bodeguero Javier Moro: Crónica de una ruptura ¿anunciada?

Mónica Pont ha abandonado el piso que compartía con el bodeguero Javier Moro

Sara Tejada

El amor, como el vino, a veces necesita respirar. Otras, se oxida y en el vaivén suave de la Ribera del Duero esta máxima no es una excepción. Tampoco entre las luces líquidas de Dubai. En esas noches, muchas menos de mil y una, se deshizo un amor con forma de uva tempranillo. Mónica Pont ha abandonado el piso madrileño que compartía con el bodeguero Javier Moro, y con él, los vinos, las promesas, los brindis a media voz y la tibia utopía de la madurez compartida.

La actriz y el bodeguero, tan fotogénicos juntos, parecían sacados de una postal en sepia de la vida que uno quisiera tener a los 50: piel tersa, copa en mano, y el corazón, domesticado. Pero no. La pasión, como el buen vino, también puede vinagrarse. De ese efímero romance queda nada. Pero nunca se sabe. Tal vez todo se dé la vuelta. Ahora ya la actriz y el millonario no se siguen. No hace falta más. En este siglo, la ruptura tiene forma de unfollow, como si el amor fuera un contenido que se ha dejado de consumir.

La historia empezó con tintes de novela mexicana

La historia empezó con tintes de novela mexicana. Literal. Fue en Ciudad de México donde se cruzaron. Él llegaba a presentar caldos, ella grababa telenovelas como Cuquita, la villana de Amor de oficina. El flechazo fue inmediato. A ella, ese acento castellano le supo a hogar; a él, aquella mirada rasgada con historia le olió a guion por escribir. Se gustaron. Se dejaron llevar.

Mónica volvió a España con la nostalgia del hijo, el duelo por una perrita que fue familia, y los restos de una batalla judicial que le deja cicatrices, pero también una fuerza que no se actúa. Apostó por una vida nueva. Pero volver nunca es sencillo, y menos cuando el país que dejaste ya no es el mismo, y tú tampoco. Javier Moro, por su parte, lo tenía todo para ser el galán otoñal perfecto: elegancia sobria, éxito vinícola, dos hijas bien criadas y un apellido con denominación de origen. Pero también una saga familiar que haría palidecer a los Carrington: hermanos enfrentados, juicios, bodegas escindidas, y un vino que fermenta al mismo ritmo que las tensiones familiares. Dicen que aún podrían reconciliarse. Los dos son pasionales, temperamentales, dados a las revueltas del alma. Pero ahora Mónica está en otra. Vuelve al teatro, donde la vida se puede fingir sin romperse. Y Javier, quizás, se sumerja otra vez entre barricas, buscando en los taninos una respuesta.