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El gran pelotazo de Donatella: qué hay detrás del acuerdo de compra de Versace por Prada


Lucas del Barco

El anuncio sacudió la industria del lujo como una de esas pasarelas donde cada paso es una declaración de poder: el Grupo Prada adquirirá el 100% de Versace por 1.250 millones de euros (además de asumir la deuda de la compañía). La noticia, confirmada en una conferencia con analistas y prensa, marca un hito no solo por la magnitud financiera, sino por la ambición simbólica: un conglomerado de lujo, que vuelve a ser italiano, dirigido por la familia Bertelli-Prada, recupera para Europa uno de sus iconos más reconocibles tras años bajo control estadounidense.

Pero, ¿qué hay realmente detrás de este acuerdo? Más allá de cifras, nombres y titulares, se perfila una estrategia cuidadosamente orquestada para revitalizar una marca que ha vivido de su leyenda sin actualizar del todo su narrativa en el siglo XXI. Con este movimiento, Prada no solo compra Versace: se posiciona para redefinir el mapa de la moda global.

"Versace tiene un potencial enorme", afirmó Lorenzo Bertelli, director de responsabilidad social corporativa y heredero natural del imperio Prada. Según explicó, la fuerza de Versace radica en su reconocimiento global, en su estética maximalista —una suerte de barroquismo contemporáneo con alma de Medusa— y, paradójicamente, en su distancia con las líneas estéticas de Prada, Miu Miu o Church's. Esa diferencia, subrayó, no es una amenaza, sino una ventaja estratégica.

Lejos de solaparse, los universos creativos de ambas marcas permiten que coexistan bajo el mismo paraguas sin pisarse ni diluirse. Versace no será un satélite de Prada, sino un planeta propio en su sistema solar. El objetivo declarado no es una revolución, sino una evolución: aprovechar la infraestructura escalable del grupo —fabricación, distribución omnicanal, expertise digital— para relanzar Versace sin traicionar su identidad.

Uno de los puntos más delicados de esta operación es la gestión creativa del legado Versace. Desde la salida de Donatella Versace como directora creativa —quien ahora ostenta el ambiguo título de embajadora de marca—, la dirección artística ha pasado a manos de Dario Vitale. El exdirector de diseño de Miu Miu fue nombrado en marzo como nuevo chief creative officer, pero la transición ha sido silenciosa, casi quirúrgica.

Prada no ha querido alimentar polémicas. Ni Lorenzo Bertelli ni el CEO Andrea Guerra mencionaron a Donatella durante la conferencia, aunque es evidente que su salida despejó el camino para que Capri Holdings —actual propietaria hasta que se cierre la operación en la segunda mitad de 2025— vendiera sin conflictos internos. Según Guerra, "Vitale llega por decisión propia y con independencia de esta operación". Prada lo recibe como un "par de manos de confianza" para liderar una nueva etapa en la historia de Versace.

El acuerdo será financiado con una combinación de deuda: un préstamo a plazo de 1.000 millones y un puente financiero de 500 millones de euros. Pero más allá del músculo financiero, lo que destaca es el enfoque de largo plazo que transmite el Grupo Prada. No se esperan milagros inmediatos. Andrea Guerra fue claro: "No habrá atajos. Hay que trabajar sobre fundamentos y tener paciencia".

Prada ya ha recorrido este camino antes con Miu Miu. Tras reposicionar la marca entre 2020 y 2024, logró un crecimiento de ventas del 93% en el último año. Con Versace, el horizonte se sitúa entre 36 y 48 meses. El éxito será medido no por sinergias inmediatas o recortes, sino por la capacidad de reposicionar el imaginario de la marca y alinear su identidad con las expectativas del consumidor de lujo contemporáneo.

¿Una compra arriesgada?

Las voces más escépticas han subrayado el bajo rendimiento de Versace bajo el paraguas de Capri Holdings. En 2024, sus ingresos previstos fueron de 810 millones de dólares, con márgenes operativos negativos. El reto, por tanto, es doble: estabilizar la rentabilidad y reposicionar la marca sin perder su esencia. Desde Morningstar, Jelena Sokolova defendió la lógica de la operación: "Prada está en una posición financiera fuerte, y tener un portafolio de marcas con estéticas diferentes —minimalismo versus maximalismo— ayuda a suavizar la ciclicidad del mercado de lujo". Además, señaló que "Versace necesita inversiones para reiniciar el motor, lo cual afectará la rentabilidad a corto plazo, pero puede generar valor en el futuro". En términos de distribución, Versace cuenta con 227 tiendas a nivel global. Su red comercial está equilibrada: 42% de ventas en EMEA, 31% en América y 27% en Asia-Pacífico. El 73% de los ingresos provienen del retail directo, el 14% de mayoristas y el 13% de licencias, como las de gafas (Luxottica) y fragancias (Euroitalia), que continuarán siendo parte esencial del negocio.

Más que una compra: una reivindicación

El acuerdo también tiene una dimensión simbólica. Como apuntó Marco Bizzarri, expresidente de Gucci y ahora inversor en Elisabetta Franchi, "es una suerte que Versace no haya acabado en manos de un fondo de inversión. Prada tiene la plataforma industrial y el saber hacer para hacer crecer esta marca. Los americanos no supieron desarrollarla". En un momento donde Italia ha perdido el control de muchas de sus grandes casas de moda —Valentino, Bulgari, Fendi, Gucci—, este movimiento es visto como un acto de recuperación patrimonial. Michele Norsa, asesor especial de Ferragamo, lo resumió así: "Es una operación valiente, en un momento complicado, que permite cubrir distintos públicos. Prada tiene las herramientas necesarias para que funcione".

Prada no busca una integración, sino una reactivación

No es la primera vez que Prada intenta construir un conglomerado de lujo. En los años 90, Patrizio Bertelli compró Helmut Lang y Jil Sander, pero acabó vendiéndolas en 2006 al reconocer que fueron "errores". ¿Qué ha cambiado esta vez? Para un consultor del sector que prefirió mantener el anonimato, la diferencia es de enfoque: "Antes, los diseñadores fundadores seguían activos y pensaban que tendrían el control creativo. Ahora, Versace ya no es propiedad de su fundadora, y el grupo Prada es más maduro, más estructurado. Tienen una mirada empresarial menos emocional. Esta vez puede funcionar".

A diferencia de otras adquisiciones que priorizan sinergias inmediatas o recortes de costes, esta operación es, en palabras del propio grupo, un "proyecto de marca". Se trata de hacer de Versace lo que alguna vez fue: un estandarte del exceso sofisticado, de la irreverencia elevada a icono. Pero esta vez, con una columna vertebral industrial y creativa capaz de sostenerlo.

Prada no busca una integración, sino una reactivación. Y si bien el mercado —y algunos inversores— podrían dudar de los tiempos de retorno, el grupo está apostando por un futuro en el que el lujo no será solo una cuestión de herencia, sino de estrategia, paciencia y visión. Versace, bajo la batuta de Prada, se prepara para renacer. Sin estridencias. Con método. Y con un objetivo claro: volver a reinar.