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El barrio de Madrid donde el alcalde Almeida y su mujer viven de alquiler y criarán a su bebé


Sara Tejada

En Madrid, hay barrios que conservan una prestancia de otros tiempos, donde las fachadas de piedra y los portales de madera tallada custodian la memoria de quienes los han habitado. Chamberí es uno de ellos. No es de extrañar que José Luis Martínez-Almeida y Teresa Urquijo lo hayan elegido como el escenario donde empezarán a escribir la siguiente página de su historia. También allí vive con su novio Isabel Díaz Ayuso, en el famoso ático del empresario que comparte su vida con la presidenta de la Comunidad de Madrid.

Después de meses de búsqueda, han encontrado su nuevo hogar en una de sus calles más distinguidas, a pocos pasos de la familia de ella. Un piso amplio y luminoso, con techos altos y suelos que crujen levemente al pisarlos, como si quisieran contar las vidas que han pasado por allí. En sus más de doscientos metros cuadrados habrá espacio suficiente para el trajín de cunas, juguetes y llantos nocturnos que pronto marcarán el ritmo de los días.

No ha sido una elección al azar. En estas manzanas se respira esa calma burguesa que solo se encuentra en los barrios donde el tiempo no corre, sino que se desliza con elegancia. La vivienda, bañada por la luz que entra a raudales por los grandes ventanales, se abre a una plaza de las que han visto crecer generaciones sin que su esencia se altere. Al otro lado de la acera, una hilera de cafeterías con camareros que aún recuerdan cómo tomar el pedido sin necesidad de libreta. Cerca, los grandes almacenes donde las familias bien de Madrid siempre han comprado la canastilla de sus hijos primogénitos.

El alcalde y su esposa han preferido la discreción al boato. Nada de mansiones ni urbanizaciones con vigilancia. Un piso alquilado, en el corazón de un barrio con historia, cerca de los abuelos del futuro niño, para que crezca rodeado de las anécdotas familiares que se cuentan una y otra vez en la sobremesa. Los Urquijo son gente de linaje largo y memoria fértil, y en esas reuniones se alternarán historias de cacerías en la Sierra de Gredos con relatos de salones palaciegos donde los Borbones siempre han sido nombres propios y no simples referencias en los libros de historia.

La mudanza coincide con el inicio de una nueva etapa. La llegada del bebé marcará un punto de inflexión en la vida del alcalde, acostumbrado a los horarios intempestivos y a la política como deporte de resistencia. Pronto cambiará los madrugones de reuniones por despertares forzosos al ritmo del llanto infantil. Y Chamberí, con sus parques recoletos y sus calles adoquinadas, se convertirá en el escenario de los primeros paseos con carrito, de las meriendas en terrazas al sol de la primavera y de los juegos en plazas donde los niños corren sin miedo al tráfico.

No hace tanto, Almeida era el eterno soltero de la política madrileña. De humor afilado y verbo rápido, se había convertido en un personaje entrañable para los que disfrutaban con sus réplicas en los plenos. Pero la vida tiene maneras inesperadas de darle la vuelta a todo. Hace un año, en una boda que reunió a la aristocracia y a la política en un mismo convite, cambió su destino. Y ahora, lejos de los salones de El Canto de la Cruz, donde celebraron aquel enlace con abolengo, empieza su verdadera vida en común en un piso de Chamberí, con la cuna ya esperando en una de las habitaciones.

La ciudad, siempre impasible, sigue su curso. Pero en ese rincón del viejo Madrid, entre el rumor de los árboles y el sonido lejano del tráfico en Castellana, Almeida y Teresa Urquijo construyen su hogar con la certeza de quienes han encontrado el sitio exacto donde todo debe ocurrir.