Gente

Se confirma: Ágatha Ruiz de la Prada tiene un serio problema con la imagen y rentabilidad de su marca


Informalia

Celebrábamos los calores de finales de junio cuando adelantábamos este titula: Ágatha Ruiz de la Prada, obligada a vender su casoplón en Madrid por sus apuros económicos. No tardaron en alzarse voces para negar lo que decíamos: que no corren buenos tiempos para la ex de Pedro J. Ramírez. La diseñadora acababa de poner en venta su fabuloso ático en el centro de Madrid. Pedía la friolera de siete millones de euros. La casa, en la que vivió sus mejores años con el padre de sus dos hijos, Tristán y Cósima, tiene más de 500 metros cuadrados repartidos en un gran salón, cocina, seis dormitorios, siete baños y una biblioteca, entre otras estancias. La marquesa de Castelldosríus afirmaa que se le ha quedado grande ahora que vive sola, pero a nosotros nos habían contado que la realidad era otra: su empresa atravesaba un momento muy delicado.

Ahora la revista Lecturas confirma la situación y aporta datos que demuestran ls malos resultados de la marca Ágatha Ruiz de la Prada. Una cosa es el patrimonio de la diseñadora o sus otros negocios, y otra su empresa. Los problemas para la marca comenzaron en plena pandemia, como muchos otros negocios. Sin embargo, cuatro años después del confinamiento y las restricciones que trajo el coronavirus, la firma no levantaba cabeza. Adelantábamos ya en diciembre de 2021 que la diseñadora había encontrado un remiendo para el roto económico: aumentar su presencia en los medios de comunicación. Ese año apareció en portada de Hola y se marcó un tour por los platós de Telecinco y también los de Antena 3, no solo en programas de cotilleo (en los que echaba pestes sobre Pedro J. y presumía de novios) sino también en formatos donde mostrar habilidades más allá de su don para la costura, como El Desafío.

La situación era tan delicada que Ágatha se vio forzada a vender uno de sus locales en el centro de Madrid, ubicado en la famosa Milla de Oro. El comprador fue Value Plus Properties, la joint venture participada por Dunas Capital y Mutualidad de la Abogacía. Toda esta estrategia le permitió mantener su empresa y su ritmo de vida tres años más. Ahora, Ágatha vuelve a tener problemas y, como pone de relevancia Lecturas, sus escándalos, bien vendidos en platós y portadas con buenos cachés, se han vuelto contra ella y su imagen. Y sus licenciatarios no lo tienen tan claro. Los escándalos no la dejan en paz: incluso montó un escándalo cuando fue el fichaje estrella de Bailando con las estrellas (un fracaso de TVE), que se supone en un talent blanco.

Hay personajes que terminan devorados por su propio disfraz. En la fauna ibérica, donde la extravagancia es un género literario en sí mismo, Ágatha Ruiz de la Prada ha sido durante años el estandarte del color y la osadía, una suerte de marquesa posmoderna que transformó la moda en un juego de infancia perpetua. Pero el tiempo, que no perdona ni a los más audaces, ha comenzado a desteñir el vibrante estampado de su imperio.

En los últimos meses, su nombre ha circulado más en los programas de tertulia que en las pasarelas. Su última gran polémica no ha sido por un vestido de corazones, sino por una frase desafortunada: "Estoy viviendo como las gitanas", dijo en plena mudanza, refiriéndose al desorden que conlleva trasladarse de un palacio a otro. En un país donde las redes sociales son una guillotina implacable, la sentencia cayó con estrépito. El problema no fue solo la torpeza del comentario, sino la incapacidad de Ágatha para leer la temperatura del tiempo en que vive.

Hubo disculpas, claro. Siempre las hay cuando el escándalo empieza a costar dinero. "Me hace daño en mi trabajo", reconoció. No es para menos: en un negocio como el suyo, la imagen es el único producto real. Y la suya, cuidadosamente tejida a lo largo de décadas de excentricidad inofensiva, se ha visto zarandeada por las acusaciones de racismo, los testimonios de exempleadas que describen un trato poco amable y la sombra de una crisis financiera que la ha llevado a hacer caja en los platós de televisión.

La diseñadora reconvertida en personaje

Ágatha ha transitado de creadora a caricatura. Lo que antes era frescura y desparpajo ahora parece simple necesidad de protagonismo. En ¡De viernes!, previo pago, intentó defenderse de las críticas de Lolita Flores, que la había llamado "señora pija" y poco menos que irresponsable. La televisión, siempre hambrienta de tramas fáciles, se frotó las manos. Para algunos, su presencia en estos programas confirma lo que se rumorea en los pasillos de la moda: que Ágatha ya no vende como antes.

Durante años, su modelo de negocio ha funcionado gracias a la concesión de licencias. Su nombre, estampado en libretas, perfumes, tazas, colchones y hasta cervezas, ha sido más rentable que sus propias colecciones. Pero el sistema tiene un talón de Aquiles: depende de que su imagen pública sea fuerte. Y en la era de la cancelación instantánea, donde una frase mal dicha puede cerrar puertas, la diseñadora está jugando con fuego.

Los licenciatarios, esas empresas que pagan por explotar su marca, podrían empezar a preguntarse si asociarse con ella sigue siendo un buen negocio. La rentabilidad de Ágatha Ruiz de la Prada no está solo en sus diseños, sino en la percepción que genera. Y la polémica reciente ha dejado un poso de desconfianza que podría traducirse en rescisión de contratos.

Por ahora, el colorido imperio de Ágatha Ruiz de la Prada parece estar en una encrucijada. Lo que venga después dependerá de si logra comprender que, en estos tiempos, tan importante como diseñar un vestido es saber manejar su imagen, o sea, el relato de su propia historia.

A pesar de las habladurías sobre su ruina, la diseñadora sigue siendo millonaria. Su entramado empresarial, articulado a través de Enjoy & Laught SL, aglutina cuatro empresas y una startup en Nueva York, con un activo total de 22,4 millones de euros. Sin embargo, los números empiezan a mostrar grietas: su empresa dedicada al comercio minorista de moda perdió más de 95.000 euros en 2023, una mejora respecto a los 240.789 euros en rojo del año anterior, pero una señal clara de que las cosas no van bien.

Las propiedades inmobiliarias de Ágatha son un refugio sólido: el local de su tienda en la calle Villanueva, adquirido por 3,2 millones de euros, y la oficina de la empresa, valorada en 2,1 millones, son activos que aún sostienen su fortuna. Pero los inmuebles no generan titulares ni venden licencias. Su negocio sigue dependiendo de que el público quiera seguir comprando su universo de colores y formas naïf.

Y aquí radica el verdadero problema: la diseñadora ha pasado de ser un personaje entrañable a una presencia incómoda. El mercado de la moda no perdona los escándalos, y menos aún cuando la audiencia millennial y centennial, cada vez más vigilante con los valores de las marcas, empieza a cuestionar si Ágatha Ruiz de la Prada representa lo que ellos buscan consumir.

Toda gran crisis es, al mismo tiempo, una oportunidad. Ágatha podría hacer lo que mejor sabe: transformar la adversidad en un espectáculo, girar el rumbo y demostrar que sigue siendo una fuerza creativa. Pero el tiempo apremia. En un mundo donde la imagen se construye y se destruye con un tweet, la diseñadora tiene dos caminos: o redefine su discurso para encajar en la nueva sensibilidad social o se resigna a convertirse en una excentricidad del pasado, una reliquia de otra época que sobrevive entre las páginas de las revistas del corazón.