Melania Trump ya ejerce de primera dama y conquista el escenario en los bailes celebrados tras la toma de posesión
- Melania y Trump han compartido escenario y bailado en varios eventos hasta altas horas de la madrugada para celebrar la toma de posesión del nuevo presidente
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Sara Tejada
El presidente Trump ha celebrado por todo lo alto su toma de posesión. Como es tradición, ha asistido junto a su esposa al llamado baile del Comandante en Jefe. Ha bailado con Melania Trump ante una estruendosa ovación en uno de los más vistosos eventos inaugurales, que se han prolongado hasta altas horas de la madrugada del lunes. La primera dama, de 54 años (es 24 años menor que el presidente), ha bailado con su marido, y desde luego ha deslumbrado a la multitud al salir con un llamativo vestido blanco y negro sin tirantes, zapatos blancos de tacón alto y una gargantilla negra con un elegante broche que se asemeja un ramo de flores. Un modelo diseñado por Hervé Pierre, el mismo modisto detrás del vestido de gala de la inauguración de Melania en 2017. Trump, vestido con un esmoquin negro y una pajarita, comenzó a bailar con su esposa en el evento dirigido tradicionalmente a miembros del servicio militar. Por eso se llama el Baile del Comandante, porque el es ahora el Comandante en Jefe.
Melania Trump ha descendido las escaleras del Commander-in-Chief Ball como si fuera la heredera de un trono invisible, pero no menos real. La ovación que ha recibido la empujaba hacia el escenario como un soplo unánime del destino. Su figura se dibujaba bajo los focos con la precisión de una escultura clásica. El vestido negro y blanco, ajustado al talle, strapless, deja los hombros al descubierto como mármol pulido, mientras un choker negro con un broche floral centellea a la altura del cuello, como un blasón que declara su realeza. Es una imagen que parece diseñada no por un modisto, sino por el tiempo mismo para inmortalizarse.
A su lado, el presidente Trump, vestido de etiqueta con un esmoquin negro y pajarita, la observa con una mezcla de orgullo y suficiencia. Él es el hombre que ha conquistado el poder por segunda vez, pero ella, solo con caminar, conquista el corazón del recinto. Juntos reinarán sobre un imperio dividido, pero en ese instante, bajo la cúpula resplandeciente del baile, no hay grietas en el suelo ni tensiones en el aire. Solo música, luces, y una multitud rendida ante ellos.
Melania se ha movido con la gracia de quien entiende que cada paso, cada giro, cada leve inclinación de su rostro es un mensaje inscrito en el imaginario colectivo. En su mano derecha, los dedos entrelazados con los de Trump, ejecuta un lento y ceremonioso vals, un ritual que parece más propio de una corte vienesa que de una noche en Washington. Hervé Pierre, el diseñador del vestido, ha acertado al confeccionar un símbolo de su reinado: sobriedad y esplendor en equilibrio perfecto.
Ella no necesita palabras. Su presencia lo llena todo. En los flashes de las cámaras, los detalles de su rostro parecen esculpidos por la luz: el enigma de su mirada, los labios firmemente dibujados, el porte de una esfinge que observa el presente como si ya lo hubiera conquistado. La música cambia, y por un instante ella sonríe, rompiendo su habitual hieratismo. No es una sonrisa abierta, sino una línea sutil que deja entrever la plenitud del momento.
La velada avanzaba con la pompa de las tradiciones inaugurales que han marcado la historia de los Estados Unidos desde que James y Dolley Madison celebraran el primer baile en 1809. Pero esta noche, el Commander-in-Chief Ball no ha sido solo una celebración protocolaria; sino un espectáculo diseñado a medida para la dinastía Trump. "Es un honor servir como su comandante en jefe, no una, sino dos veces", proclamó el presidente con su característico tono triunfal. La sala estalló en aplausos. Pero es Melania quien parecía el eje magnético. La cámara se detiene en ella, los aplausos la rodean, y hasta el propio Trump, que usualmente monopoliza la atención, parece haberle cedido el protagonismo.
En un gesto teatral, al presidente le entregan una espada para cortar la gigantesca tarta de la noche, decorada con el diseño del Air Force One que él mismo ha supervisado. Mientras reparte las primeras porciones, suena de nuevo YMCA, y Trump, siempre en su papel de showman, improvisa unos pasos de baile con la espada en mano. El contraste entre su espontaneidad y la elegancia estoica de Melania no podría ser más evidente: él encarna el espectáculo; ella, el símbolo.
Melania no solo reina sobre la pista de baile, sino también sobre el imaginario colectivo. Su misterio, cuidadosamente cultivado, la convierte en una figura casi mitológica. Si durante su primer mandato como primera dama fue criticada por su aparente indiferencia hacia la política activa, aquella distancia, que para algunos era frialdad, ahora parece fuente de su fascinación. Melania dice que no persigue el poder; pero este lunes lo ha recibido como una corona que, pese a su peso, sabe llevar con naturalidad.
En el Liberty Ball, su segunda aparición de la noche, su entrada ha sido apoteósica. Caminando junto a Trump al ritmo de Hallelujah de Elvis Presley. Cada paso parecía sincronizado con el clamor invisible de la historia. El vals que comparten es breve pero lleno de significado, una declaración de unidad y fortaleza ante un país que se debate entre la división y el sueño de grandeza que Trump promete restaurar. Cuando sus hijos y sus parejas se han unido en el escenario, la escena adquirió tintes dinásticos. No es solo una familia; es una estampa que proyecta continuidad, un linaje construido sobre la promesa de que el espectáculo nunca terminará.
"¿Cómo está Kim Jong Un?"
Eso preguntó inmediatamente Trump cuando la transmisión apareció en la pantalla. "He desarrollado una muy buena relación con él, pero es un tipo duro", añadió más tarde el presidente. Antes de abandonar el escenario, a Trump le entregaron una espada para cortar el enorme pastel del baile, que presentaba su diseño preferido para el Air Force One. "¿Alguien quiere un poco de pastel?", preguntó Trump entre bromas. El presidente entonces bailó, espada en mano, mientras por los altavoces sonaba YMCA. El evento fue solo el primero de tres bailes inaugurales a los que Trump y Melania han asistido esta noche.