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Bruce Springsteen no se cambió de ropa este miércoles pero entregó tres horas de música para gozar


Sara Tejada

Sonaba Twist and Shout para rematar las tres horas del primer concierto del Boss en Madrid. Se hicieron más cortas que las mangas de su chaleco. No recordamos ningún cambio de vestuario. Camisa blanca. No hubo coreografías ni pasarelas. Pero sonó que te mueres. Volverá mañana viernes y otra vez el lunes en la capital y luego seguirá en Barcelona.

La voz de Bruce Springsteen aguantó más que bien y a sus 74 años, sustos aparte, no parece que vaya a cansarse pronto de tocar y cantar. Enamora igual que hace casi medio siglo, y desde luego tampoco parece que su legión de fans se canse de él. Todo lo contrario.

La prueba más reciente son las más de 50.000 personas que estuvimos en el estadio del Atlético de Madrid este miércoles asistiendo a la "experiencia extrema" de ver a este músico descomunal, en palabras del propio artista de Nueva Jersey.

"Esta tormenta seguirá ahí pero también pasará", dijo al esbozar Lonesome Day, su primer tema anoche, cuando desató la locura al aparecer a eso de las 21.19 horas y la luz del sol aún acariciaba la pista y las gradas repletas del Metropolitano.

Parece que fue ayer cuando dio su anterior concierto en la capital pero Springsteen llevaba ocho años sin tocar en Madrid. Estalló la efervescencia de boomers, jóvenes y no tan jóvenes fundidos al ritmo denso de No Surrender, emocionó con Dancing in the Dark, My Hometown o Darlington County.

Ese actorazo de Los Soprano y músico excepcional llamado Steven van Zandt hacía los coros a su Boss y cantaba mientras Springsteen nos recordaba lo que es capaz de hacer con una armónica.

Jake Clemons, sobrino de Clarence, reventó su saxo. Hungry Heart, The River, esa imprescindible versión de Because the Night (sin Patti Smith esta vez) o Thunder Road retumbaban con rotunda energía en las decenas de miles de asistentes que coreaban los temas. En esto, Bruce saltó a las primeras filas de la pista para agradecer tanta entrega y le dio su armónica a una afortunada que guardará como un tesoro su envidiable trofeo.

Springsteen encaró el ecuador de su exhibición de arte y poderío con The Rising, Nightshift o Badlands, un despliegue de música que no necesita de montajes originales ni escenarios con pasarelas, un espectáculo colosal adornado sobre todo por una catarata de temazos, uno tras otro, interpretados con precisión, pasión y garra. Y sonó Twist and Shout. Pero eso ya lo había dicho.