Casas Reales

Leonor, 19 días y 500 balas: practica con munición real y muy lejos de Zarzuela


Lucas del Barco

La princesa Leonor ha vuelto al mar. Otra vez. Esta vez no será el velamen romántico del Juan Sebastián Elcano, con olor a salitre y nostalgia imperial, sino la geometría acerada de la fragata Blas de Lezo, un nombre con más pólvora que lirismo, pero con una tradición marcial tan pesada como la propia nave.

Son 19 días practicando con munición real y a 2.500 kilómetros de casa. El sábado embarcó en Las Palmas de Gran Canaria. Apenas tendrá 19 días para contemplar desde cubierta la vasta inmensidad del Atlántico y aprender que el mar, cuando se torna metáfora, también puede ser campo de batalla.

Desde el puente de mando hasta el compartimento donde se lanzan torpedos y misiles, todo está calculado con el rigor de un país que quiere mostrar solemnidad en su modernidad monárquica. Allí estará ella, heredera de la Corona, rodeada de hombres y mujeres en uniforme, moviéndose por pasillos donde cada tornillo fue apretado al compás de una ceremonia técnica. Según cuentan los almirantes con voz de mármol, Leonor tendrá su puesto en el Centro de Información y Combate, el lugar donde el barco piensa. El cerebro del acero. La antesala del estruendo.

No la acompañan sus padres. La reina Letizia tiene la agenda en blanco, pero el protocolo ha decidido que el adiós se lo guarde el viento. El rey Felipe, mientras tanto, estará en Murcia, territorio que ya se prepara para acoger a su hija en agosto, cuando entre en la Academia General del Aire. No hay lágrimas, no hay abrazos en la escalerilla. Solo distancia y deber, ese dios invisible que manda más que el afecto.

Los altos mandos lo explican todo con precisión quirúrgica: ejercicios con munición real, lanzamientos de misiles, torpedos y fuego controlado que suena como una ópera wagneriana en mitad del océano. Se llama operación Sinkex-25 y, aunque parezca un videojuego para adultos, es una coreografía peligrosa. Participarán 12 buques, más de 1.900 militares, un submarino llamado Isaac Peral que flota como una sombra negra en el silencio de las profundidades, y cazas que cruzarán el cielo a la velocidad del relámpago.

Ella estará allí, como un peón regia en el tablero bélico, no tanto para disparar sino para mirar, observar y comprender el engranaje. Como si la Monarquía necesitara tocar la guerra, aunque solo sea con guantes blancos. En el fondo, lo que se entrena no es solo la defensa del mar, sino el simbolismo del trono flotando entre radares y coordenadas.

Leonor ha dicho adiós a su casa otra vez. A los libros de texto de Zarzuela, a las conversaciones en voz baja con su madre, a la música que suena cuando se apagan las cámaras. Lo ha hecho sin drama, con esa disciplina férrea que se le atribuye. El ruido no está en ella, sino en todo lo que la rodea. La prensa, la institución, el peso de la historia.

El 3 de julio terminará este tercer capítulo, justo a tiempo para fundirse con la tripulación del Elcano y escribir el cuarto. En Gijón se reencontrará con sus compañeros. Después, Ferrol, y más tarde Marín, donde empezó todo. Será allí donde la princesa diga adiós, al menos por ahora, a la Marina. Once meses navegando entre el rito y la vocación, como si estuviera moldeando en secreto no solo su futuro como reina, sino el tipo de mujer que quiere ser.