Casas Reales

Hablan las compañeras de trabajo de León XIV, las que colocó Bergoglio: Yvonne, María y Raffaella

Raffaella Petrini y León XIV

Lucas del Barco

Estas tres mujeres no han dinamitado el Vaticano, pero lo han inclinado levemente hacia la luz. No reclaman poder, pero lo ejercen. No se declaran profetas, pero huelen a tiempo nuevo. Y si algún día la Iglesia se atreve de verdad a cambiar, será porque ellas ya estaban ahí, desde antes, esperando en silencio a que las escucharan. Entraron sin hacer ruido. No tocaron las puertas, ni alzaron la voz, ni vistieron la púrpura. Llegaron con la firmeza de quien sabe que lo sagrado no necesita anunciarse. María Lia Zervino, Yvonne Reungoat y Raffaella Petrini no tenían reservado un lugar entre los tronos cardenalicios, pero se lo hicieron. Como si el Espíritu, cansado de varones solemnes, hubiera decidido vestirse de falda y razón.

Estas tres mujeres caminan hoy entre los corredores de mármol del Vaticano, donde el incienso todavía flota como el humo antiguo de un poder masculino. Son compañeras de trabajo del Papa León XIV, aunque sería más exacto decir que antes lo fueron del Papa Francisco, quien, con ese aire de párroco de aldea que nunca lo abandonó, supo ver en ellas una nueva forma de autoridad. No las eligió por concesión progresista, sino por necesidad evangélica.

Fue el 13 de julio de 2022 cuando la Oficina de Prensa de la Santa Sede anunció sus nombres, escondidos entre otros once de varones como si aún no quisieran escandalizar del todo al mundo. Aquel grupo —al que pertenecía un entonces desconocido monseñor llamado hoy León XIV— tenía poder de voto en los sínodos y en la elección de obispos. Las mujeres votaban por primera vez. Y nadie se desmayó.

María Lia Zervino nació en Buenos Aires, como Bergoglio, y fue educada entre rosarios, hasta que la adolescencia le arrojó las primeras dudas. Recuperó la fe como quien recupera el pulso tras una tormenta, y desde entonces vive consagrada a Jesucristo en una asociación de vírgenes que huele a mística de pueblo, catequesis entre bancos de madera y responsos a la intemperie. Ha escrito al Papa como quien escribe a un padre herido: agradece su valentía, pero reclama más. Más lugar para la mujer en la Iglesia, más escucha, más voz. "Si los obispos no sienten que les quitamos poder, sino que les ofrecemos ternura", escribió, "quizá algo cambie de verdad".

Yvonne Reungoat, en cambio, nació en Bretaña, entre el viento del Atlántico y los campos húmedos. En 1963 se unió a las Salesianas y nunca se ha bajado de ese tren. Su currículo es una geografía de la misión: África, Europa, y una sucesión de cargos que la convirtieron en madre general de una orden extendida en 97 países. Durante sus doce años de mandato escribió 150 cartas circulares: pequeñas epístolas de fe y estrategia que hoy forman un libro titulado Caminos de futuro. Si a alguien hay que creerle sobre el arte de gobernar sin perder el alma, es a Yvonne. Ella no hace declaraciones altisonantes. Prefiere hablar de alegría y vocaciones, de cómo evangelizar sin miedo. Fue auditora en el Sínodo de 2023 y acudió a Roma cuando los cardenales bajaban la cabeza avergonzados por los abusos. En el verano pasado, en el Congo, regaló palabras dulces a jóvenes religiosas: "Dios os ama una por una. Comenzad por ser tiernas entre vosotras".

Sor Raffaella Petrini, presidenta de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, en un encuentro con el Papa Francisco

Raffaella Petrini, por último, es romana y franciscana. En los mapas vaticanos se la conoce como la "alcaldesa", aunque su cargo suena más burocrático: secretaria general de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano. Traducción: gestiona, decide, ordena. Lo hace con la naturalidad de quien aprendió a sumar bienes públicos y compasión cristiana. Doctora en Sociología, profesora de economía del bienestar, combina datos con teología como quien mezcla harina con levadura para hornear justicia. Durante el velorio de Francisco, mientras los cardenales se debatían entre lágrimas y cábalas, fue Raffaella quien se ocupó de que todo funcionara como un reloj suizo. Lo hizo sin que se notara, que es como se hacen bien las cosas.