Casas Reales

Victoria Federica quiere más a papá que a mamá porque Marichalar es la mano que mece la cuna de su rentable popularidad


Martín Alegre

La influencer Victoria Federica se ha convertido en toda una estrella mediática. La nieta mediática, superficial y bienpagá de Juan Carlos I se ha convertido en objeto de deseo de revistas de Moda, de cotilleo, de Podcast pijos, de publicistas avezados, concursos de televisión y otros destinos con un punto en común: le salen rentables. La hija de la infanta Elena lo mismo va a El Hormiguero que forma parte de la nueva edición del El Desafío, que hace publicidad con Belén Esteban o se sube a la portada del Elle que se mete en la cama a decir chorradas con un podcastero pijimodernillo. Si hay dinero fácil y abundante, ella pone sus apellidos al servicio de la causa.

Uno de los últimos hitos de Victoria Federica, de 24 años, está vinculado al ámbito de la tauromaquia. Un mundo al que la influencer está muy unida. La nieta de Juan Carlos I ha prestado su imagen para el cartel de la Feria de San Isidro 2025. También ha protagonizado una campaña publicitaria que no ha pasado inadvertida para la opinión pública. Junto a Belén Esteban, Victoria Federica han presentado Woman, primera colección de la firma Nude Project.

Victoria Federica forma parte de la nueva generación de beneficiarias del absurdo mediático que llena de dinero los bolsillos de estos ninis con pedigrí y vacía de valores la sociedad del postureo y la insultante superficialidad que carcome la moral de cualquiera que trabaje 40 horas a la semana para llegar a fin de mes por los pelos.

VicMor llegó a los titulares antes de nacer y durante un tiempo fue la hermana modosita del salvaje golfillo Froilán. Hasta que cumplió los 18 y empezó a ir a La Nuit, de donde salía de día, trifásica perdida y con la cara más azul que su sangre. Después, como buena borbona, afloró su amor al dinero, la vida fácil, el lujo máximo y otros vicios tan hermosos como los novios toreros y diyéis. VicMor ha forjado su propia faceta mediática entre la moda, el glamour que le otorga su estirpe, la tauromaquia y la televisión.

Acudir a los cosos taurino de Mallorca, País Vasco o Las Ventas, al Starlite, a donde sea, en compañía de su madre la infanta Elena, su abuelo Juan Carlos I y su hermano Froilán le vale igual que ir a bodas, funerales, graduaciones o escapadas a Perú o a Abu Dabi. Esta gente tiene buen presupuesto para viajes.

La infanta Elena y Marichalar no han sido los mejores educadores del mundo si tenemos en cuenta que sus hijos podían haber estudiado en los mejores colegios y universidades del planeta y apenas sabemos que hayan acabado alguna carrera.

Tampoco fueron capaces de controlar a ninguno de sus hijos cuando comenzaron a despuntar como carne de revista del corazón en la adolescencia y primeros años de juventud y por lo que se percibe desde la opinión pública tampoco parece que sean baluartes de valores cercanos a la ejemplaridad. Bien es cierto que la separación o cese de convivencia de la duquesa de Lugo y el padre del nene y la nena les cogió en una edad muy delicada, pero como a millones con menos privilegios y medios.

Dicen que Jaime de Marichalar tiene más que ver que la infanta Elena con el hecho de que Victoria Federica se haya convertido en una celebridad con más dinero que dignidad y que el ex duque de Lugo es la mano que mece la cuna de las colaboraciones de su hija en distintos ámbitos, empezando por la moda y la Alta Costura. Desde luego, la hemos visto con su padre en lugares preferentes durante la Semana de la Moda de París junto a los más Vips.

Marichalar, que trabaja para el emperador del lujo y tercera fortuna del mundo, la ha hecho testigo de desfiles no solo de su querida Louis Vuitton sino de Schiaparelli, Loewe, Chanel o Dior.

En este gran bazar del famoseo patrio, donde se vende caro el abolengo pero más caro aún el descaro, ha emergido esta estrella de sangre azul que reina en el ránking de llevárselo calentito: una estrella cuyo brillo no se debe tanto a su talento como a su linaje y a la pericia de un padre que no lamenta el naufragio de su apellido entre los plabeyos y la vulgaridad de la farándula.

Victoria Federica es un verdadero fenómeno del marketing del apellido: ha sabido transformar la herencia genética en un cheque en blanco y la falta de currículo en un valor añadido. ¿Quién necesita un título universitario cuando puede posar con un vestido de Dior en la Semana de la Moda de París? ¿Para qué deslomarse en un despacho si la vida se reduce a una sucesión de photocalls, viajes y campañas publicitarias bien remuneradas?

Su conversión en influencer no ha sido fruto del azar, sino de una estrategia cuidadosamente orquestada por expertos pero con pleno conocimiento de su progenitor, Jaime de Marichalar, que, ideólogo del moldeado de imagen de su hija hasta convertirla en una musa de la moda, la tauromaquia y el 'postureo' bien financiado.

Victoria Federica ha hecho de la superficialidad un modo de vida y de la frivolidad un negocio altamente rentable. Sus redes sociales son un despliegue de lujo, glamour y conexiones estratégicas, mientras el común de los mortales sigue atascado en la modesta preocupación de pagar la factura de la luz.

Aquella amazona modosita, eclipsada por las tropelías de su hermano Froilán, hoy es una empresaria del ego, una joven de la aristocracia que ha cambiado la equitación por los desfiles y la discreción por la omnipresencia mediática.

Por supuesto, su vínculo con el mundo del toro no podía quedarse en el palco de Las Ventas al lado de su madre. No. VicMor ha dado un paso más allá y ha prestado su imagen para el cartel de la Feria de San Isidro 2025, porque si algo le faltaba a la tauromaquia era un toque influencer. Fotografiada por Valerio Rioja, y apadrinada por la agencia Mr Pérez Management, fundada por Diana Martínez-Bordiú, que en su momento fue novia de Felipe de Borbón.

Pero si alguien merece una ovación (en el sentido más taurino de la palabra) es su padre, Jaime de Marichalar. Porque si hay un auténtico artífice del fenómeno VicMor, ese es él. A diferencia de la infanta Elena, cuya aproximación a la educación de sus hijos parece haber consistido en un "ya harán lo que quieran", Marichalar ha hecho de su hija un producto de lujo, literalmente. No hay firma de alta costura que no haya visitado del brazo de papá. Dior, Chanel, Loewe, Schiaparelli… VicMor ha estado en todas, con el gesto serio y los labios apretados de quien parece meditar sobre la crisis en Oriente Medio, pero en realidad está decidiendo qué filtro usar en la próxima foto.

Jaime de Marichalar no es un simple ex duque, sino un embajador no oficial del lujo europeo. Trabaja para Bernard Arnault, el emperador de Louis Vuitton y tercera fortuna del mundo, y ha convertido a su hija en la nueva cara de la aristocracia moderna: menos protocolo y más rentabilidad.

Victoria Federica se ha criado entre bordados de alta costura y sillas de front row. Ha aprendido que una foto bien colocada vale más que cualquier título académico y que la notoriedad bien gestionada puede abrir más puertas que el mejor máster en Harvard.

Claro que esta carrera meteórica en el universo del celebrity branding no ha sido fruto de la casualidad. No. Ha sido una maniobra quirúrgica de Marichalar, que ha sabido colocar a su hija en el punto exacto donde el apellido pesa lo suficiente como para atraer marcas, pero no tanto como para que resulte sofocante.

Mientras tanto, la infanta Elena observa desde la barrera, con la estoicidad de quien acepta que su hija ya no es una amazona sino una empresaria de sí misma. Porque lo cierto es que Victoria Federica ha decidido que prefiere parecerse a su padre antes que a su madre. Y ahí está la clave del asunto.

Marichalar ha sabido entender el signo de los tiempos. Ha comprendido que la nobleza ya no se mide en títulos sino en 'engagement'. Que el abolengo sin followers es como un Ferrari sin gasolina. Y que su hija, lejos de ser una simple nieta del rey emérito, podía convertirse en la nueva niña mimada de las revistas, las marcas y el espectáculo mediático.

Mientras la infanta Elena sigue fiel a su estilo de amazona de la vieja escuela, su hija, con la venia de papá, sigue cosechando contratos y titulares. Y está encantada además de forrada. La historia de Victoria Federica no es solo la de una joven de sangre azul que ha cambiado la hípica por los focos, sino la de un padre que ha sabido transformar la nobleza en un negocio.

Porque si algo ha demostrado Jaime de Marichalar es que, en el siglo XXI, la mano que mece la cuna también sirve para firmar contratos millonarios.