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Muere a los 88 años Aga Khan: la colosal fortuna del líder espiritual de los musulmanes ismaelitas

El príncipe Karim Aga Khan IV, junto a la reina Isabel II en 2022

Informalia

El príncipe Karim al Hussaini, Aga Khan IV, falleció este martes en Lisboa a los 88 años, dejando tras de sí una vida que osciló entre la espiritualidad y el mundo terrenal, entre los misterios de una fe ancestral y los placeres más mundanos. Fue el 49 imán de los musulmanes chiíes ismaelitas, una comunidad dispersa por el mundo que suma entre 12 y 15 millones de fieles. Para ellos, Aga Khan no era solo un guía espiritual, sino también un arquitecto de oportunidades, un visionario que entendió que la devoción podía ir de la mano del desarrollo social y cultural. Su muerte no es solo el adiós a un hombre, sino el final de una era marcada por la búsqueda de un equilibrio entre tradición y modernidad.

Nacido en Ginebra en 1936, Karim al Hussaini llegó al mundo con la serenidad de los Alpes suizos como primer paisaje. Sin embargo, su infancia pronto se transformó en un mosaico de culturas: entre los cielos luminosos de Europa y la intensidad de la sabana africana, creció con los privilegios de un linaje noble y las responsabilidades de una tradición centenaria. Su familia, descendiente directa del profeta Mahoma según la tradición ismaelita, lo preparaba para un destino que pocos podían comprender.

Aga Khan IV en el colegio Le Rosey, Ginebra

En 1957, con apenas 20 años, Karim fue llamado a ocupar el lugar de su abuelo, sir Sultan Mahomed Shah, como líder espiritual de los ismaelitas. Hasta entonces, era un estudiante más en Harvard, inmerso en el rigor intelectual y la efervescencia de la juventud. Su nombramiento como imán marcó el inicio de una vida que pronto se dividiría entre los deberes religiosos, los placeres de la alta sociedad y una pasión imparable por transformar el mundo.


El Aga Khan y su esposa, Lady Sarah Chrighton-Stuart durante la ceremonia religiosa musulmana celebrada en su residencia

Aga Khan IV pronto entendió que liderar a los ismaelitas significaba más que ser un guía espiritual. Para una comunidad dispersa por Asia, África, Europa y América, el verdadero reto no era solo preservar la fe, sino crear las condiciones para que sus fieles prosperaran en un mundo en constante cambio. Así nació la Red de Desarrollo Aga Khan (AKDN), un conglomerado de instituciones dedicadas a la educación, la salud, el desarrollo económico, la cultura y el medio ambiente.

La princesa Margarita de Inglaterra, hermana de Isabel II con el Aga Khan en su resort de vacaciones

Bajo su dirección, la AKDN se convirtió en una de las redes filantrópicas más influyentes del mundo, con proyectos que abarcan desde la construcción de hospitales en Afganistán hasta la restauración de monumentos históricos en Zanzíbar. Aga Khan entendió que el progreso no era un enemigo de la tradición, sino un aliado necesario para preservar el alma de las comunidades. Con una fortuna personal que algunos estimaban en miles de millones de dólares, nunca dejó de invertir en aquello que consideraba esencial: el desarrollo humano.

El Aga Khan y su esposa, la princesa Salimah Aga Khan, también conocida como Begum Salimah Aga Khan, a su salida del palacio del Elíseo en París

Sin embargo, la figura de Aga Khan IV no puede entenderse sin sus contrastes. Por un lado, era un hombre de profunda espiritualidad, venerado por los ismaelitas como descendiente directo de Mahoma, un puente vivo entre lo divino y lo humano. Por otro lado, fue un aristócrata europeo en toda regla, dueño de mansiones opulentas, yates fastuosos y una pasión por las carreras de caballos que lo situó en las páginas más coloridas de la prensa internacional. En las reuniones de la alta sociedad, su presencia era inconfundible, siempre impecable, con una elegancia que parecía natural.

El Aga Khan y la princesa Gabriele Zu Leiningen

Pero detrás del brillo y la opulencia, Karim al Hussaini siempre mantuvo un compromiso inquebrantable con los más necesitados. Su vida estuvo marcada por una pregunta fundamental: ¿cómo puede la fe servir al bienestar de las personas? Bajo esta premisa, construyó escuelas para niños sin recursos, universidades para los jóvenes más brillantes, programas de salud que salvaron vidas y proyectos de infraestructura que transformaron comunidades enteras.

Karim Aga Khan y Salimah Aga Khan en la boda de Carolina de Mónaco en junio de 1978 en Montecarlo

En Portugal, donde vivió sus últimos años, encontró un refugio para sus ideales. En 2015, el gobierno portugués firmó un acuerdo con Aga Khan para establecer en Lisboa la sede mundial del Imamat ismaelí. Tres años después, el palacio Henrique de Mendonça se convirtió oficialmente en el corazón administrativo y espiritual de la comunidad ismaelita. Portugal, con su historia de convivencia cultural, acogió a Aga Khan IV como un símbolo de entendimiento entre Oriente y Occidente.

Yasmin Aga Khan y su hermanastro, el príncipe Karim Aga Khan IV en la costa de Porto Cervo, Costa Esmeralda

La muerte de Aga Khan deja a los ismaelitas en una encrucijada. Su sucesor, aún por anunciar, tendrá la responsabilidad de continuar un legado que no solo se mide en instituciones, sino en valores. Durante más de seis décadas, Aga Khan IV demostró que la espiritualidad podía ser una fuerza transformadora, capaz de actuar más allá de los límites de la religión para construir un mundo más justo.

Su vida fue un viaje constante entre extremos. Era un hombre que podía hablar con la misma soltura de teología islámica que de las apuestas en una carrera de caballos. Podía navegar en un yate por el Mediterráneo y, al día siguiente, inaugurar una escuela en un rincón remoto de Asia Central. Este equilibrio entre lo sagrado y lo profano, entre la tradición y la modernidad, fue quizá su mayor virtud.

El príncipe Aga Khan IV y Begum Salimah en el yate del príncipe en Porto Cervo en agosto de 1971

Aga Khan IV deja un vacío difícil de llenar. Para los ismaelitas, su partida es un momento de duelo, pero también una oportunidad para reflexionar sobre el camino recorrido. Su legado, inmenso en su alcance, no solo se encuentra en los edificios que ayudó a construir o en los programas que impulsó, sino en la esperanza que sembró en millones de personas.

Su muerte, en la serenidad de Lisboa, cierra un capítulo en la historia de una comunidad que ha sabido adaptarse a los cambios sin perder su esencia. Aga Khan IV fue más que un líder espiritual; fue un arquitecto del progreso, un puente entre mundos y un recordatorio de que la fe puede ser una fuerza para el bien en el mundo. Su vida, llena de contrastes y logros, quedará grabada como un ejemplo de cómo vivir con propósito y dignidad. El príncipe se ha ido, pero su obra perdura. En cada escuela, en cada hospital, en cada rincón donde su influencia dejó huella, la figura de Aga Khan IV seguirá viva, como un eco de un hombre que supo trascender su tiempo.