Casas Reales
Los sobrinos de doña Sofía se hacen republicanos para poder volver a ser griegos: jroña que jroña
Sara Tejada
Jroña que jroña es un dicho tan griego como el yogur y significa "años y años" en el idioma de Homero. Décadas es lo que lleva la familia de doña Sofía, que es la de Felipe VI, esperando la nacionalidad helena. Y ahora para tenerla han tenido que apostatar: renunciar a sus derechos al Trono. O sea, abrazar la República. Sí, Pablo de Grecia es republicano. Y todos los suyos.
Jroña que jroña, el dicho que suena tan heleno como el eco de un bazuki al atardecer, nos invita a reflexionar sobre los bucles interminables de la historia. Décadas ha pasado la familia real griega—o mejor dicho, la antigua familia real griega—esperando recuperar un pedazo de identidad que les fue arrebatado como castigo por los errores de su linaje. La historia, como una tragedia escrita por Eurípides, parece no haber terminado de juzgar a los hijos de Constantino II.
Hace pocos días, mientras las calles de Atenas seguían latiendo al ritmo de sus propios problemas modernos, se conmemoraron 50 años desde el fin de la monarquía en Grecia. Aquel 8 de diciembre de 1974, un referéndum popular selló el destino del último rey heleno, Constantino II, quien años antes había perdido no solo el trono, sino también el favor de su pueblo. Desde entonces, el apellido Glücksburg, herencia de una dinastía danesa que nunca terminó de enraizarse en el alma de los griegos, se convirtió en el signo de una herencia incómoda que ni los monárquicos más nostálgicos podían defender con orgullo.
Una familia sin patria
El caso de Constantino II es una ópera bufa que se convierte en tragedia: rey a los 23 años, derrocado antes de los 30, y exiliado durante décadas. Pero más allá de la pérdida de la corona, lo que duele en esta historia es la amputación de su identidad nacional. La ley de 1994 que le obligó a renunciar a la monarquía y aceptar un apellido "prestado" fue un acto simbólico de exilio perpetuo. Constantino, orgulloso y obstinado, se negó a doblar la rodilla. Al fin y al cabo, ¿cómo puede un hombre renunciar a Grecia cuando lleva su nombre como apellido?
Sin embargo, la obstinación del rey no fue compartida por sus herederos. Los hijos de Constantino, liderados por el príncipe Pablo, han decidido recuperar su nacionalidad griega bajo condiciones que su padre jamás habría aceptado. El viernes pasado, el ministro del Interior de Grecia, Athanasios Balerpas, confirmó que al menos diez miembros de la familia habían jurado lealtad a la República, renunciando a cualquier pretensión al trono y aceptando el apellido "De Grece".
¿Republicanos por conveniencia o por convicción?
La noticia ha despertado un debate encarnizado. Algunos celebran el gesto como un cierre simbólico a décadas de litigios históricos. "Es un asunto pendiente que ahora podemos superar como nación", dijo Balerpas, con un optimismo que muchos tacharon de ingenuo. Otros, especialmente desde la izquierda, ven este movimiento con desconfianza. Syriza, por ejemplo, ha criticado el uso del apellido "De Grece", argumentando que perpetúa una ambigüedad que podría alimentar fantasías monárquicas en el futuro.
El príncipe Pablo, quien lleva años viviendo en Londres y cuyo estilo de vida está más cerca de un banquero europeo que de un aristócrata balcánico, parece dispuesto a cerrar el capítulo de la monarquía en Grecia. Su aceptación de las condiciones de la Ley Venizelos, que incluye la renuncia a cualquier reclamación sobre bienes confiscados, marca un contraste radical con la postura de su padre. Pero ¿es este un gesto de reconciliación sincera, o simplemente una manera de garantizar que su familia pueda transitar por Europa con un pasaporte griego en lugar de uno danés?
El peso de una historia accidentada
Para entender esta maniobra, hay que recordar el accidentado reinado de Constantino II. Desde el principio, el joven monarca enfrentó una Grecia fracturada, donde la monarquía era vista por amplios sectores como un vestigio extranjero impuesto por potencias europeas. Su apoyo inicial al golpe de los coroneles en 1967, seguido por un fallido contragolpe, fue el clavo final en el ataúd de la institución. Exiliado y traicionado por antiguos aliados como Konstantínos Karamanlis, Constantino aceptó, con amarga resignación, que su tiempo como rey había terminado.
Sin embargo, su figura nunca desapareció del todo del imaginario griego. Durante años, la familia Glücksburg fue objeto de fascinación y controversia. El funeral de Constantino en enero de 2023, celebrado en Atenas con toda la pompa real posible, marcó un momento de catarsis para un país que todavía debate si la monarquía fue un error histórico o una víctima de las circunstancias.
De Grecia, pero no del todo
La elección del apellido "De Grece" por parte de la familia real exiliada tiene un aire de ironía literaria. Este patronímico, adaptado del francés, fue utilizado por Miguel de Grecia, un tío abuelo de Constantino, para iniciar su propio proceso de naturalización en 2004. El apellido, pronunciado "De Gres" en griego, es un intento de reconciliar una identidad escindida: griegos de espíritu, pero extranjeros en los papeles.
Aunque el gesto de los hijos de Constantino sugiere un intento de cerrar heridas históricas, también pone de manifiesto las tensiones persistentes entre la memoria de la monarquía y la realidad de la República. La polarización política que marcó el reinado de Constantino no ha desaparecido del todo, y el apellido "De Grece" sigue siendo un recordatorio de un pasado que Grecia no ha terminado de resolver.
Jroña que jroña, el círculo se cierra
Así, la historia de los Glücksburg griegos parece haber dado un giro inesperado, pero también predecible. En un país donde la identidad nacional es un tema de debate constante, el regreso simbólico de la familia real a la ciudadanía griega es tanto un acto de reconciliación como una fuente de nuevas divisiones.
Jroña que jroña, los hijos de Constantino pueden volver a pasear por el Partenón con pasaporte griego, pero el debate sobre su lugar en la historia de Grecia sigue abierto. Tal vez, como en las tragedias clásicas, el destino de esta familia no sea encontrar un hogar, sino seguir navegando entre dos mundos, cargando con el peso de un pasado que nunca termina de irse.