El enigma Marichalar: por qué doña Elena ha ignorado a su ex desde que se separaron, aunque ninguno ha vuelto a tener relación (conocida)
Sara Tejada
Es mucho más que el hombre que se casó con la infanta Elena y el padre de Froilán y Victoria Federica. Doña Elena está de moda porque cumple años y es portada de revista del corazón después de haber concedido una entrevista a la biógrafa de su padre, la francesa Laurence Debray, que resalta en el retrato de la hermana de Felipe VI su belleza y su cuerpo de atleta ecuestre. Para Elena, su ex marido no existe. La biógrafa de Juan Carlos I no le pregunta y ella no contesta. Tampoco le pregunta cómo se lleva con su cuñada Letizia pero es que con ella no tiene dos hijos.
Elena no nombra a Marichalar
Pero a pesar de los años que la madre de Victoria Federica lleva separada del padre de sus hijos, ni la infanta ni Jaime de Marichalar han tenido pareja conocida. Por eso entendemos que la memoria del ex duque de Lugo sigue ahí, anclada en el corazón de su ex.
Marichalar no evoca imágenes de opulencia, pero sí de nobleza. Él decora con estilo de vida de personaje rarito la única historia de amor oficial de la hija mayor del rey. Bajo esa capa de terciopelo y la sombra del tríplex en el Barrio de Salamanca donde habita, se esconde un hombre que ha convertido su vida en una oda a los silencios. El ex yerno feo y estrafalario ha pasado a ser el ex yerno señor y con clase. Si Urgangarin era al principio el marido cañón, el pedazo de hombre que había pescado Cristina para hacerle cuatro hijos guapos, ahora nos damos cuenta de las vueltas que da la vida. Marichalar ha convertido sus silencios en obra de arte, su estética en un catálogo de modernidades y su vida en un intachable saber estar.
Nacido en Pamplona, pero tallado por siglos de historia familiar, Marichalar no es simplemente el exmarido de la infanta Elena ni un muñeco de cera retirado del museo en carretilla. Es un caballero moderno que ha sabido transitar el intrincado laberinto del lujo y la nobleza como quien navega un río de aguas tranquilas, sin prisa, pero con la certeza de que siempre encontrará un puerto dorado.
El arte de existir sin prisa
El tríplex donde Jaime reside no es solo un hogar; es un símbolo de su legado y su estilo de vida. Ubicado en el exclusivo Barrio de Salamanca, este palacete vertical de 735 metros cuadrados es un poema arquitectónico. En cada esquina, en cada sala y en cada chimenea, hay una declaración de intenciones: aquí vive alguien que entiende que el espacio es tanto para ser habitado como para ser admirado. Dicen que la interiorista Rosa Bernal dejó su alma en la decoración de esta residencia. Tal vez lo hizo, o tal vez no le quedó más remedio frente al desafío de dar forma a un espacio que debía reflejar la esencia de Marichalar: discreto pero imponente, clásico pero vanguardista. Una cocina que no necesita chef, una piscina privada que podría figurar en una pintura renacentista y una biblioteca que más que leerse, se contempla. Todo es parte de un ecosistema diseñado para el arte de existir.
Jaime de Marichalar es un hombre del sector del lujo, dicen. Una definición tan vaga como fascinante. Quizá porque para él, el lujo no es algo que se adquiera, sino algo que se respira. Desde su paso por Crédit Suisse First Boston hasta su colaboración con Loewe, Marichalar ha cultivado una carrera que trasciende los límites del trabajo convencional. ¿Qué hace exactamente? Quizá lo único que necesita hacer: estar. Y, sin embargo, este caballero no es un mero espectador de su propia vida. Si algo caracteriza a Marichalar es su capacidad para mantenerse relevante sin perder esa quietud casi estoica que tanto fascina a quienes lo observan. Su figura estilizada, su andar pausado y su mirada que parece escrutar algo más allá de lo evidente convierten a Jaime en un personaje de novela que aún no se ha escrito del todo.
La caída y el ascenso de un aristócrata
No todo ha sido oro y terciopelo en la vida de Marichalar. La isquemia cerebral que sufrió en 2001 fue un golpe que lo marcó tanto física como emocionalmente. A partir de entonces, su figura adquirió una fragilidad que, lejos de restarle, sumó un aura de melancolía que encaja perfectamente con el personaje. Cada paso que da parece cargar con el peso de la historia y cada aparición pública es una declaración silenciosa de que sigue aquí, intacto en su esencia.
El divorcio con la infanta Elena fue otro capítulo que los tabloides se encargaron de magnificar. Pero Jaime lo afrontó con esa elegancia distante que lo caracteriza. No hubo gritos ni escándalos públicos, solo un comunicado lacónico y la retirada a su tríplex, donde parece haber encontrado la paz que la vida pública le negó.
Los herederos del mito
Sus hijos, Froilán y Victoria Federica, son un reflejo de la complejidad de su legado. Froilán, con su constante presencia en los titulares, es la viva imagen del aristócrata rebelde, mientras que Victoria Federica parece debatirse entre la vida bohemia y el protocolo. En ambos casos, Jaime permanece como una figura silenciosa pero influyente, un padre que observa desde las sombras, dejando que el tiempo y el destino esculpan a su descendencia.
La vida como un tríplex interminable
Jaime de Marichalar no es solo un hombre; es una metáfora. Una metáfora del tiempo detenido, de una nobleza que se reinventa y de un lujo que no necesita ser explicado. En su tríplex del Barrio de Salamanca, rodeado de libros que quizás nunca se lean y de arte que no necesita interpretación, Marichalar ha construido un refugio que es mucho más que una residencia. Es un monumento a sí mismo, una declaración de que, incluso en un mundo donde todo cambia, hay cosas que permanecen inalterables.
Con cada aparición pública, con cada fotografía que lo muestra impecablemente vestido, Jaime nos recuerda que el verdadero lujo no es el dinero ni las propiedades, sino la capacidad de convertir la vida en una obra de arte. Y en ese sentido, pocos lo hacen como él. Así, mientras el mundo se acelera, Jaime de Marichalar permanece, como un caballero de otros tiempos que se niega a ser olvidado. No necesita títulos ni coronas para demostrar su grandeza. Le basta con cruzar una habitación con la misma elegancia con la que ha cruzado los capítulos más complejos de su vida. Porque, al final, no es el lugar donde vive lo que define a un hombre, sino cómo decide habitarlo. Y Jaime, sin duda, habita su tríplex y su vida con una maestría que solo los verdaderos artistas poseen.
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