Casas Reales

¿Qué fue de la infanta Cristina, aquella mujer casada "para toda la vida" con el padre de sus hijos?


Informalia

En un rincón discreto de un restaurante de la zona alta de Barcelona, se vio hace poco a la infanta Cristina, acompañada por su hijo Pablo y la novia de este, Johanna Zott. Era una reunión sin tarta ni velas a la vista, pero llena de esos gestos íntimos que, al cabo, sostienen las relaciones familiares. Nadie se sorprendió. Cristina de Borbón, otrora figura del glamour real y las cenas de gala, ya no es una visitante ocasional de España. Sus idas y venidas son más frecuentes, aunque sigue anclada fiscalmente en Suiza, ese refugio que la alejó del naufragio mediático de su vida personal.

A sus 59 años, la hija menor de los eméritos reina Sofía y Juan Carlos I ha recorrido un largo camino desde aquella mujer que se casó "para toda la vida" con un hombre que, al final, marcó su biografía con un estigma. No obstante, los años han limado las asperezas, y aunque rehúye encontrarse con Iñaki Urdangarin, su exmarido, la infanta ha aprendido a caminar sin mirar atrás. Ahora, entre Barcelona, Madrid y Ginebra, parece haberse concedido un lujo inédito: empezar a pensar en sí misma.

Una herida sin cerrar

En las gradas del Fraikin Granollers, donde juega Pablo Urdangarin, la infanta comparte a menudo risas con Johanna Zott, su nuera informal. Pero ese escenario amable es también el espacio donde la antigua pareja se alterna para evitar coincidir. Cristina no está preparada para sentarse junto a Iñaki y su novia, Ainhoa Armentia, quien, al aparecer en las fotos que sellaron el final de su matrimonio, se convirtió en símbolo del naufragio. Esta herida que va cerrando no cura y la infanta no puede exponer su serenidad al riesgo de un reencuentro incómodo. Está tranquila, ilusionada con planes pero sigue siendo cautelosa. Nadie la culpa. Aunque el divorcio le devolvió formalmente su libertad, los ecos del pasado todavía resuenan en los escenarios de su día a día.

Después de más de una década marcada por escándalos, Cristina asoma a 2025 como quien emerge de un largo túnel. Los cuatro hijos que la ataron emocionalmente a Ginebra ya han desplegado sus alas. Juan, el mayor, vive en Londres trabajando en proyectos sostenibles. Pablo, la figura más mediática, sigue su carrera deportiva en Cataluña mientras estudia Sports Management. Miguel, tercero en la línea, reside en el Palacio de la Zarzuela junto a la reina Sofía y tiene un empleo en Madrid tras graduarse en Biología Marina. Irene, la menor, divide su tiempo entre Oxford y sus visitas a España, ahora más frecuentes gracias a su relación con Juan Urquijo. Una relación que no sabemos si ha resistido la distancia entre Madrid y Londres.

Aunque estos jóvenes mantienen a su madre en constante movimiento entre ciudades, Cristina ha sabido encontrar su espacio. En Barcelona, recompró discretamente el piso que compartía con Urdangarin, ahora habitado por Pablo, mientras mantiene su residencia fiscal en Suiza. Regresar de forma definitiva le complicaría mucho las cosas en términos tributarios. Ahora mismo no le interesa. En el plano laboral, Cristina continúa vinculada a la Fundación La Caixa e Isglobal, roles que la llevan de Barcelona a destinos lejanos como Mozambique o Perú. Este trabajo no solo le da un propósito, sino también un velo de discreción: moverse en el anonimato de las reuniones internacionales le permite esquivar el foco mediático. En España, a pesar de los años, el rostro de la infanta sigue siendo combustible para los tabloides, algo que ella se empeña en evitar a toda costa.

Sin embargo, Cristina ya no está sola. Además de los lazos familiares, ha reforzado una red de amistades fieles que, según sus allegados, la sostuvieron en los momentos más difíciles del Caso Nóos. Estas amistades, desde María Escudero, con quien compartió aventuras neoyorquinas, hasta su prima Alexia de Grecia, son el refugio donde la infanta se permite ser simplemente Cristina, lejos de los títulos y las cicatrices.

Navidades diferentes

Las fiestas navideñas, antes un ritual compartido entre Zarzuela y Vitoria, ahora transcurren en Madrid junto a su madre y sus hijos. Atrás quedaron los inviernos en la mesa de Claire Liebaert, la madre de Iñaki. Esta será una Navidad distinta. Cristina planea pasarla con su hermana Elena y un círculo reducido de amigas, añadiendo toques nuevos a una tradición que, poco a poco, también ha tenido que reinventarse.

Es difícil imaginar que esta mujer, que una vez encarnó el ideal del cuento de hadas, haya llegado a un punto donde lo ordinario —ver un partido de balonmano, conversar con una nuera, visitar a una prima— se haya convertido en su mayor refugio. Cristina, la infanta que quiso vivir una vida privada dentro del ojo público, parece haber alcanzado un pacto con su propio destino. Sin grandezas, sin titulares rimbombantes, sin más aspiraciones que encontrar su lugar en un mundo que, al fin, le concede un respiro.