El efecto escocés

Escocia se enfrenta mañana a las urnas para decidir si se independiza del Reino Unido. No es la primera vez ni será la última, que los deseos independentistas sacuden los fundamentos de una nación. En 1995 los ciudadanos de la región de Qebec también se pronunciaron sobre su posible secesión del resto de Canadá. Finalmente, decidieron seguir formando parte de Canadá, aunque los sondeos estaban muy apretados. Los mercados esperan el resultado de las elecciones tranquilos porque confían que, al final, se imponga el sentido común y los escoceses se decanten por el no como ocurrió en Qebec. La explicación es que los denominadores unionistas (favorables a mantenerse en el Reino Unido) son más remisos a manifestar su intención de voto en público para no ser tachados de antipatriotas. Sea como fuere, el referéndo escocés es fruto del error de cálculo del primer ministro británico, David Cameron, quien en vez de dar más autonomía a Escocia retó a su presidente a convocar un referendo sobre la independencia. El líder escocés, Alex Salmond, recogió el guante y es el ganador de la partida sea cual sea el resultado; ya que logrará un mayor autogobierno o la independencia total. La primera lección para el Gobierno de Rajoy es, por tanto, que los problemas con los nacionalistas son como los incendios, mejor intentar sofocarlos antes de que sea demasiado tarde. La crisis mundial ha provocado un rebrote de los nacionalismos. Los ciudadanos, agobiados por la falta de futuro, se dejan seducir por los cantos de sirena de líderes de tres al cuarto que les prometen el oro y el moro si se independizan. Salmond ha dejado caer que crearía un fondo de pensiones con el petróleo del Mar del Norte similar al Noruego. La realidad es más cruda, porque la salida de la Unión Europea y la pérdida de la paridad con la libra puede producir una gigantesca devaluación que empobrezca de pronto a los escoceses. Mucho peor sería el impacto en Cataluña, donde no hay una gota de petróleo y su economía depende del turismo y de una industria convaleciente. Pero no hay peor sordo que el que no quiere oír. Sólo queda esperar en que la cordura se imponga, porque el efecto contagio en España sería muy dañino para nuestra recuperación.

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