Lo que Aitana cuenta de su salud mental y de su relación con Yatra: "Los mejores no-novios del mundo"
Lucas del Barco
Aitana protagoniza su documental sobre el desamor, la hipocondría y la depresión y lo hace en primera persona. Hay artistas que cantan, artistas que componen y artistas que se convierten en relatos vivos. Aitana Ocaña es, sin duda, de las últimas. Lo suyo no es solo llenar estadios ni copar listas de éxitos; lo suyo es narrar la vida con la honestidad de quien no teme exponerse. Y aunque durante años construyó un muro entre su intimidad y el ojo público, su nuevo documental en Netflix, Metamorfosis, lo dinamita sin miramientos.
El espectador entra en su universo con una invitación directa, casi impúdica. No hay subterfugios ni frases ensayadas. Lo que cuenta de su relación con Sebastián Yatra, de su salud mental y de la caída libre en la que a veces se convierte el éxito es un bofetón de realidad. Quienes esperaban solo un making-of musical se encontrarán con un retrato íntimo donde Aitana se muestra con la crudeza de quien ha aprendido que lo humano vende más que lo perfecto. Desde el principio, el documental deja claro lo que todos intuíamos: la relación entre Aitana y Yatra nunca fue idílica, sino una historia de amor intermitente entre vuelos, escenarios y reuniones de equipo. Un romance a ratos clandestino, a ratos evidente, siempre acompañado de cámaras y rumores.
"Nuestra vida es muy intensa. Es difícil tener una relación de dos", confiesa Aitana mientras Yatra asiente a su lado. Nunca fueron solo ellos dos; siempre había un equipo, una gira, una grabación. La intimidad era un lujo escaso y el amor debía adaptarse a la agenda. En un momento de lucidez premonitoria, Aitana lanza una frase que deja en el aire el final inevitable: "Muy probablemente, cuando terminemos este documental, ya no estemos juntos". Y así fue. La segunda ruptura llegó mientras aún rodaban Metamorfosis. La confirmación de que lo suyo, aunque intenso, no estaba hecho para resistir el paso del tiempo. Pero lejos del dramatismo o el rencor, lo cuentan con madurez, como quien acepta lo inevitable. "Somos los mejores no novios del mundo", dice Yatra en un intento de definir lo indefinible.
Pero si el documental es un viaje, el destino final es la soledad. Aitana admite sin tapujos que nunca ha sabido estar sola. Desde los 17 ha encadenado relaciones, sin pausas ni tiempos muertos. "Este verano fue una cura para mi corazón. Nunca había estado soltera y decidí hacer lo que quise. Ahora tengo que desacostumbrarme", confiesa. El desamor, sin embargo, no se queda solo en palabras. Se convierte en música. Aitana transforma su duelo en canciones y deja caer una bomba para sus seguidores: su cuarto álbum será un testimonio directo de su ruptura con Yatra. Como prueba, estrena en primicia 6 de febrero, un tema nacido del dolor y la rabia, de esas noches en que el amor se vuelve un espejismo y el corazón se rompe sin remedio.
La hipocondría como sombra constante
Pero Metamorfosis no es solo un relato de amor y desamor. También es un espejo en el que Aitana muestra sus miedos más profundos, esos que han estado con ella desde siempre. La salud mental, tan esquiva en el mundo del espectáculo, aparece aquí con nombre y apellidos. Por primera vez, la artista habla abiertamente de su hipocondría. No es un capricho ni una exageración, sino un miedo paralizante que la acompaña desde la infancia. "Desde que tengo uso de razón, siempre he pensado que algo malo tenía y que iba a morir joven", confiesa. Durante seis años ha evitado hacerse análisis de sangre por el pánico a recibir malas noticias. Cada síntoma es una sentencia de muerte en su mente. Cada dolor de cabeza, un presagio fatal. La ansiedad de vivir con un miedo constante a la enfermedad la ha marcado más de lo que la fama o el éxito podrían hacerlo.
Y cuando el documental ya ha desvelado mucho, llega el golpe final. Aitana se graba a sí misma en un momento de absoluta vulnerabilidad y pone nombre a lo que está viviendo: depresión. "No sé qué me pasa, pero no estoy bien", dice con los ojos hinchados de llorar. Lo que debería ser su mejor momento profesional se convierte en una espiral de apatía y tristeza. "Me cuesta entrenar, leer, ver una película, ir a trabajar. Me da miedo que ya no me ilusione lo que hago", confiesa. El espectador asiste a un momento de desnudez emocional que pocas veces se ve en la industria musical. Aquí no hay filtros ni maquillaje. No hay poses ni frases motivacionales. Solo una chica de 25 años admitiendo que, a veces, el éxito es un lugar muy solitario.
Metamorfosis deja una sensación extraña, entre la admiración y la inquietud. Es admirable la valentía de Aitana al exponer sus miedos y su fragilidad, pero también resulta preocupante el alto precio que ha pagado por ser quien es. La fama la ha convertido en un icono, pero también en una mujer que teme estar sola, que sufre por su salud y que se pregunta si algún día volverá a sentirse como antes. Y eso, en un mundo donde la imagen lo es todo, es la mayor de las revelaciones.
Lo que Aitana cuenta nos deja alucinados, sí. Pero, sobre todo, nos deja pensando. Porque detrás de cada artista hay una persona, y detrás de cada éxito, una historia que merece ser contada. Y la suya, por fin, ha sido contada con todas sus luces y sombras.