Televisión
El Rosario de Clichés del Sorteo de Navidad: Agujeros y Champán
Sara Tejada
Cada 22 de diciembre, España entera se paraliza en un peculiar trance colectivo. En las televisiones, los niños de San Ildefonso cantan los números como si fueran emisarios de los dioses del azar, mientras el resto del país asiste a este espectáculo con el corazón dividido entre la ilusión y la resignación. Pero si hay algo que nunca falla, además del Gordo, es el desfile de tópicos que brotan durante las retransmisiones. Los clichés del sorteo de la Lotería de Navidad son ya patrimonio cultural, un legado que pasa de generación en generación con la misma devoción que un décimo compartido.
Primero está el omnipresente "muy repartido". No importa si el premio ha caído en un solo portal o si solo hay un señor en Villabotijos de Abajo celebrando con un descafeinado: el Gordo, según las noticias, "ha estado muy repartido". En la redacción del telediario, esta frase es como un salvavidas. Si no saben qué más decir, siempre está ahí, lista para salvar el día. De repente, el premio deja de pertenecer a unos pocos afortunados para convertirse en un fenómeno casi democrático. Y no importa que tú no hayas ganado ni para un café: sientes que la fortuna, de alguna manera, te pertenece un poco.
Luego viene la "lluvia de millones". Es curioso cómo esta metáfora meteorológica aparece cada año con la puntualidad de un paraguas roto. La lluvia de millones siempre cae en las administraciones más pintorescas: Doña Manolita, El Gato Negro o cualquier pueblo donde la lotera ya tenga experiencia abriendo botellas de champán en cámara lenta. ¿Por qué "lluvia"? Nadie lo sabe. Quizá porque la suerte es igual de impredecible que el tiempo. O porque, al igual que en un chaparrón, cuando la fortuna cae sobre otros, tú te quedas mirando desde la ventana con cara de resignación.
El rey absoluto de los clichés, sin embargo, es el célebre "tapar agujeros". Nadie sabe quién acuñó esta expresión, pero desde entonces ha alcanzado el estatus de mantra nacional. Ante la pregunta "¿Qué va a hacer con el dinero?", siempre llega la respuesta más previsible de la historia: "Tapar agujeros". Ahora bien, ¿Qué agujeros son esos? ¿Agujeros negros de la galaxia? ¿Goteras en el techo? ¿O simplemente el vacío existencial que todos llevamos dentro? Nunca lo sabremos. Lo que sí es seguro es que el ser humano, cuando se enfrenta a una cámara, prefiere sonar práctico antes que confesar que se lo gastará todo en un coche deportivo y unas vacaciones en Bali.
Por supuesto, el repertorio de frases hechas incluye el infalible "No me lo creo". Este cliché es una especie de acto reflejo del alma española: ganar el Gordo es tan improbable que, cuando ocurre, la mente necesita aferrarse a la incredulidad como si fuera un chaleco salvavidas. Los premiados repiten esta frase con tal insistencia que uno se pregunta si alguna vez llegarán a creérselo. Y mientras tanto, el reportero, con una paciencia infinita, insiste: "¿Qué va a hacer ahora?" La respuesta, por supuesto, ya la sabemos: tapar agujeros.
En las administraciones agraciadas, el champán hace acto de presencia como el tercer protagonista de esta comedia. Las botellas, abiertas con una urgencia casi bélica, mojan a loteros, vecinos y curiosos por igual. Siempre hay un vecino que, aunque no haya comprado ni un décimo, se planta en la puerta con una copa de plástico y proclama: "Esto es una alegría para todos". Porque, al fin y al cabo, el Gordo tiene una magia especial: convierte a desconocidos en una comunidad de efímera felicidad espumosa.
Cuando el día avanza y los tópicos se agotan, llega el turno de los sueños. Siempre hay alguien que anuncia que el premio le permitirá "cumplir un sueño". Pero ojo, que estos sueños son de lo más variado: desde abrir una panadería ecológica hasta recorrer la Ruta 66 en una Harley Davidson. Eso sí, nunca faltan los que, con la lágrima a punto de caer, dedican el premio a "un ser querido que ya no está". Porque la Lotería, además de clichés, también sabe despertar emociones sinceras.
Al final del día, cuando los micrófonos se apagan y las administraciones recuperan la calma, el eco de las frases hechas sigue flotando en el aire. Puede que los clichés sean repetitivos, pero en el fondo tienen un encanto irresistible. Son como los números de la lotería: siempre los mismos, pero cada año nos hacen soñar como si fuera la primera vez.