Una visita al programa de Jordi González: así trata la tv pública los temas de crónica social en 'DCorazón' (de Pantoja a Bárbara Rey)
Sara Tejada
En este exótico carnaval televisivo, las cámaras se desplazan como observadores implacables, captando las idas y venidas de los grandes nombres de la crónica social española, desde los culebrones de la familia Pantoja hasta las últimas revelaciones de Bárbara Rey. Porque, queridos lectores, en la era de la televisión pública, el dinero de todos se gasta en examinar con lupa el cotilleo a través de de los ilustres tertulianos: el barro, el drama y las lágrimas son moneda corriente.
La sesión arranca con una Carmen Lomana visiblemente incómoda con la noción de "ensuciarse" (en el sentido literal y figurado) en un barro que, al parecer, es mejor dejar a los de manos callosas y espíritu de guerrero. "No sé quitar barro", declara, haciendo gala de la sofisticación de quien nunca ha pisado un suelo sin alfombra persa. Sus palabras, claro está, incendian las redes, mientras Jordi intenta, con el brillo en los ojos de un niño en Nochebuena, cuestionar si la Lomana representa la voz de una clase que no necesita probar su solidaridad sino decir que la siente profundamente… en la comodidad de sus salones.
Pasamos a temas aún más pantanosos con Ángel Cristo y su imperecedero conflicto con Bárbara Rey. En un giro de guion digno de una serie de época, Ángel decide que es el momento de "destapar" la verdad sobre su madre, utilizando frases dignas de un drama shakespeariano: "Una madre no es solo la que pare, sino la que está a tu lado", se lamenta, mientras el plató entero asiente en silencio dramático, conscientes de que no hay público en casa que no esté emocionado con esta tragicomedia familiar.
Por supuesto, la saga Pantoja no podía faltar en esta antología de desdichas. Isa Pantoja, nuestra heroína del pueblo, y Kiko, el hijo descarriado, continúan encarnando el eterno enfrentamiento familiar. Aquí es donde Parada, el veterano de las crónicas y hombre de verbo elocuente, reflexiona con amargura sobre cómo los hijos han hecho de los reproches familiares una auténtica mina de oro en el mercado de las lágrimas. "Es que Isabel vive en un mundo paralelo", sentencia Lomana, aludiendo al aparentemente eterno estado de abstracción de la tonadillera. Y, claro, en esta comedia coral, nunca falta un testimonio de tercera persona que, habiendo conocido a Paquirri "en sus días de gloria", defiende la nobleza de aquel que hizo famosa la palabra "Cantora".
El momento culminante llega, como no podía ser de otro modo, con una pizca de glamour cortesano. La princesa de Gales reaparece con su anillo y su broche de amapola, símbolo de nostalgia y dignidad, mientras los tertulianos suspiran ante el inquebrantable decoro británico, que sirve de contrapunto a nuestras propias sagas nacionales, donde el amor se entremezcla con el escándalo, el dinero y la búsqueda de reconciliaciones siempre esquivas.
¿Y los influencers? Ah, esos héroes del selfie y de la lágrima bien calculada. Con botas nuevas y sonrisas ensayadas, han aprendido que una crisis es la mejor oportunidad para lanzar un mensaje profundo en Instagram, aunque el barro apenas toque sus zapatillas de diseñador. Jordi y Parada expresan su irritación —en un tono que es mitad sarcasmo, mitad tristeza resignada— hacia quienes, palo en mano, posan junto a desastres que los reales afectados jamás pensarían usar de escenario.
Así va la crónica social en la televisión pública: un circo de personajes que, entre acusaciones y reproches, parece dispuesto a hacer que los dramas humanos sean tan rentables como el último reality. Y entre polémicas y sonrisas de cartón, el público no puede evitar preguntarse: ¿Quiénes son los verdaderos protagonistas de esta historia?