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Esto fue lo que le pasó a Trump cuando quiso seducir a Lady Di, según la periodista británica que entrevistó a Juan Carlos I: "Me da escalofríos"


    Informalia

    Por un instante, creyó que la corona podía doblarse a su voluntad, como lo hacían los rascacielos de Manhattan ante sus millones. Pero no contaba con el hielo fino y elegante de una princesa que supo ver en sus flores un laberinto sin salida.

    En la selva de orquídeas y titulares, donde la ambición y el narcisismo se dan la mano en los salones dorados de la vanidad, Donald Trump siempre supo elegir a sus presas como a sus propiedades: con pompa, exceso y cálculo. Sin embargo, hubo una mujer que se le escapó como el vapor de un perfume caro. Una mujer que nunca quiso formar parte del inventario sentimental de Trump. Una mujer llamada Diana Spencer. Según revelaciones de Selina Scott, la periodista británica que entrevistó al rey Juan Carlos I y amiga cercana de la princesa, el actual presidente estadounidense intentó conquistar a Lady Di con la misma estrategia que había empleado con sus anteriores esposas: un derroche de flores y promesas vacías envueltas en papel brillante. "Trump veía claramente a Diana como la esposa trofeo por excelencia", escribe Scott en una columna publicada en The Sunday Times, donde rememora aquellos días en que los salones del Palacio de Kensington se llenaban de ramos colosales de rosas y orquídeas enviadas por el magnate. Un desfile floral que más que halagar a la princesa, terminó por inquietarla.

    Apenas divorciada, Diana comenzaba a reencontrarse consigo misma, entre obras de caridad, la sombra de los paparazzi y una soledad cuidadosamente administrada. Fue entonces cuando Trump, que ya la había conocido en algunos eventos oficiales y que incluso la mencionó en su libro The Art of the Deal, decidió que era el momento de entrar en escena. "La conocí en varias ocasiones. No pude evitar notar cómo conmovía a la gente. Iluminaba la sala con su encanto, su presencia. Era una auténtica princesa, una mujer de ensueño", escribió con tono casi devocional. Pero el ensueño, en este caso, era solo suyo. Lady Di tenía otros sueños.

    "Sentía que Trump empezaba a acosarla"

    A medida que las flores se acumulaban en su apartamento de Kensington, también lo hacía la incomodidad. "Diana se preocupaba cada vez más por qué debía hacer", relata Selina Scott. "Empezaba a sentir que Trump la acosaba". No era solo una cuestión de volumen floral. Era la sensación de que alguien quería poseerla, como quien adquiere una joya brillante para exhibirla en una vitrina, no para amarla. En uno de sus encuentros, la princesa confesó su incomodidad a Scott: "¿Qué voy a hacer? Me da escalofríos". La periodista le dio un consejo directo: "Tíralos a la basura". Diana se rio. Pero bajo esa risa, siempre se escondía una tristeza antigua, como un espejo empañado por dentro.

    Trump, sin embargo, nunca olvidó aquel intento frustrado. Cuando la princesa murió en el túnel del Alma en París, en 1997, el empresario convertido hoy en el hombre más poderoso de la Tierra, dejó entrever su pesar no tanto por la pérdida del icono mundial, sino por lo que él consideraba una oportunidad perdida en su historial sentimental. Según Scott, "le dijo a sus amigos que su mayor arrepentimiento era que no habían salido". En su mundo de cifras y conquistas, aún creía que había tenido "una posibilidad de romance".

    Lo que para otros fue un símbolo de dignidad y resistencia, para Trump parecía ser tan solo una conquista fallida. En ese luto privado que algunos hombres llevan como una insignia herida en el ego, él seguía pensando que habría podido tener una oportunidad con la mujer que, sin decir una sola palabra, le cerró la puerta con la elegancia con la que siempre se despidió del mundo.

    Selina Scott, testigo cercana del drama y del brillo de Lady Di, resume sin aspavientos lo que muchos ya intuían: Diana no quería ser otra perla en el collar de Trump. Quería ser libre. Y en su negativa silenciosa, en ese gesto casi invisible de rechazar las flores, se escondía toda la fuerza de una mujer que ya había sobrevivido a una corte real. Y no iba a caer, ni por un instante, en la corte del magnate de Nueva York.