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Carmen Thyssen, la hija de Tita Cervera, se lleva al novio de vacaciones a Marbella con mamá y con su hermana

La baronesa Thyssen y su hija Carmen

Sara Tejada

En Marbella, donde el mar bosteza en plata vieja contra el muelle y las palmeras susurran como abanicos de seducción, la primavera se ha instalado sin pedir permiso. Allí, en la residencia casi mitológica de Tita Cervera, la baronesa, se celebra la Semana Santa con un desfile más íntimo que el de las cofradías: el de los cuerpos jóvenes, los deseos nuevos y las alianzas estratégicas.

Carmen Thyssen, una de las hijas mellizas de la baronesa, ya besa como quien inaugura la vida. Tiene 18 años. No besa como quien juega, sino como quien firma un contrato con la eternidad. A su lado, un joven de ojos atentos —presunto heredero de poco y candidato a mucho— le corresponde con esa mezcla de idolatría y cálculo que suele tener el amor cuando se mezcla con el patrimonio. Es posible que el muchacho, aún sin nombre en la leyenda, no lo sepa, pero en estos días bajo el sol marbellí, podría estar protagonizando uno de los más colosales braguetazos de nuestra época. Ya se pasea de la mano de Carmen por Puerto Banús, vestido en tonos beige como si su estilismo hubiera sido aprobado en consejo de familia. Eso podemos ver en las imágenes que difunde la revista Semana.

Camina junto a ella, junto a Sabina —la otra melliza, siempre más escurridiza—, y junto a la matriarca, Tita, que los observa como quien vigila una pieza de museo, con la distancia de quien ya ha vivido demasiadas pasiones y con la intuición curtida de quien huele el interés desde la primera sonrisa. Pero todo indica que este joven ha pasado el escrutinio. No sólo acompaña a la hija: conversa con la suegra, sonríe a la cuñada, sostiene las toallas húmedas con la misma reverencia con la que se podría sostener una escultura de Rodin.

El romance empezó, dicen, en aquella gran fiesta de debut de las mellizas

El romance empezó, dicen, en aquella gran fiesta de debut de las mellizas, la noche en que cumplieron la mayoría de edad y abrieron las puertas de su vida pública como si descorrieran las cortinas de un escenario. Fue Carmen la que dio el primer paso hacia el foco. Ya no se trataba de posar para las fotos familiares en Sant Feliu de Guíxols, donde veranean rodeadas de lirios de Van Gogh y floreros con apellido. Fue entonces cuando pronunció su primer discurso, no tanto para decir algo sino para decir: "Ya estoy aquí". Mientras tanto, Sabina prefiere la sombra, el margen, ese espacio donde aún no ha entrado la prensa del corazón ni los pretendientes con ambiciones. Carmen, en cambio, pisa los adoquines de Puerto Banús como si cada paso marcara el preludio de su reinado sobre un legado que mezcla óleo y oro, arte y herencia, museos y palacetes. En las fotografías de Semana Carmen aparece en gestos de complicidad: manos enlazadas, miradas de media luna, ese lenguaje silencioso de quien no sólo está enamorado, sino perfectamente consciente de lo que representa el otro. En una secuencia marina, ambos se lanzan al agua en moto acuática, él conduciendo —como debe ser— y ella detrás, aferrada no sólo al joven, sino al símbolo. Luego, ya de regreso, Carmen se envuelve en una toalla, como una Venus de vuelta al mármol, y se sienta junto a él para seguir hablando de nada y de todo.

La baronesa, a su manera, aprueba

La baronesa, a su manera, aprueba. No necesita hablar. Está acostumbrada a hombres que se acercan y se alejan. Pero este joven no parece querer irse. No mira al mar, sino a su posible destino. Sabe que entre los Thyssen, el amor tiene siempre una galería. Y él, quizá sin saberlo, ha logrado colarse en el pasillo donde los cuadros no cuelgan, sino respiran. Hay quienes buscan fortuna en Wall Street. Otros apuestan por la Bolsa o la fama efímera. Pero aún quedan románticos modernos que, con la camisa perfectamente remangada y la sonrisa medida, apuntan (por amor, solo por amor) a una herencia que no molesta, no por estrategia ni con la precisión de un dardo pero... No viene mal que Carmen, además de muy guapa, sea muy rica. Es una mor verdadero, o eso parece; no con codicia, sino con entusiasmo. Como si el amor, cuando huele a museo y a patrimonio, tuviera un perfume distinto. Carmen besa con ansia, con el asnsia con que se besan los labios nuevos, sí. Pero no cualquier boca. Besar es un arte. Y en esta familia, todo lo artístico acaba siendo patrimonio nacional.