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Haz el amor pero también la guerra: la mujer de Zelenski mantiene la chispa de su matrimonio entre bombardeos y humillaciones


    Lucas del Barco

    Haz el amor, no la guerra (en el original inglés: Make love not war; y en francés: Faites l'amour, pas la guerre) es un lema antimilitar asociado con la contracultura de la década de 1960 en Estados Unidos. Pero hoy, en el caso del presidente de Ucrania y su mujer podemos admitir una variante como la del titular.

    Un día el amor es la cama revuelta, las migas de pan en el desayuno y el aroma de un café compartido. Al otro, es un mensaje cifrado en medio de una guerra, una llamada breve entre dos explosiones, un abrazo con chaleco antibalas. Olena Zelenska lo sabe bien: su matrimonio ha sido absorbido por la historia, por las sirenas de alarma y las reuniones con diplomáticos que buscan soluciones mientras se reparten los mapas del desastre.

    Tres años de guerra han cincelado a Volodímir Zelenski en otro hombre. El presidente ucraniano, que un día fue comediante y bailó sobre tacones en la televisión, ahora exhibe la misma expresión adusta de los generales a los que un día interpretó. Su uniforme de faena, su jersey oscuro, su postura tensa ante los flashes de la Casa Blanca contrastan con la piel anaranjada y el traje inmaculado de Donald Trump. Dos hombres que representan tiempos distintos, destinos opuestos.

    Olena, que siempre ha preferido la discreción, ha tenido que aprender el papel de primera dama en un escenario donde el aire huele a pólvora y las promesas de paz son frases gastadas. La invasión trastocó su vida cotidiana: se quedó sin marido antes de que las bombas cayeran sobre Kiev. No porque él desapareciera físicamente, sino porque desde entonces su hombre viste para el combate, se mueve con el sigilo de un soldado, y cuando duerme lo hace con un ojo abierto.

    El amor en tiempos de guerra

    El matrimonio de Olena y Volodímir, como el de tantos ucranianos, se ha convertido en un ejercicio de resistencia. No hay gestos triviales ni discusiones por la temperatura del termostato. Solo la certeza de que el otro sigue vivo al final del día. En las pocas ocasiones en que pueden estar juntos, aprovechan los espacios de intimidad como un lujo efímero. Una mirada sostenida más de la cuenta, una mano que roza la otra en una reunión, un susurro de madrugada que intenta ignorar la artillería en la distancia.

    La guerra ha sido una lección brutal para su familia. Zelenski confesó en una entrevista que apenas puede ver a sus hijos, Oleksandra y Kyrylo, una vez al año. "Aprendí que un hombre debe apreciar las cosas simples", dijo a Le Parisien hace unos meses. Los partidos de fútbol con su hijo, las películas vistas en familia, los momentos que un día fueron rutinarios y que ahora son destellos de un pasado al que sueña con regresar.

    Olena también ha hablado con franqueza del impacto emocional en sus hijos. Desde el primer día, decidieron decirles la verdad. "La mejor estrategia es no mentirles", explicó en Vogue, en aquella portada que desató polémica. La fotografió Annie Leibovitz, con la mirada firme de quien ha visto demasiado y la pose de quien no tiene intención de rendirse.

    El tiempo de las ausencias

    Cada guerra tiene sus sombras, sus silencios, sus cadáveres en las cunetas y sus niños que aprenden a distinguir el sonido de un misil antes que el de una nana. Pero también tiene su propia forma de amor, el de las cartas enviadas en papel ajado, el de los reencuentros furtivos, el de las promesas que se hacen cuando el tiempo no está garantizado.

    En su caso, la espera es un estado permanente. Cuando se ven, hay una intimidad que no se permite ni el lujo de la nostalgia. Lo que está roto no es solo su rutina, sino también su concepto del futuro. No saben si podrán envejecer juntos ni si algún día podrán sentarse a contemplar la lluvia desde una ventana sin que la mente les lleve a pensar en bombardeos.

    Un amor expuesto a la historia

    Las relaciones se desgastan con la rutina, pero también con la épica. La suya ha sido arrastrada por un huracán que la ha expuesto al mundo entero. Y aunque Olena no es una figura política en el sentido estricto, su papel es fundamental en el relato de resistencia de Ucrania. Representa a las esposas que no duermen esperando una llamada, a las madres que se deshacen en llanto en las estaciones de tren, a las mujeres que sostienen el hogar mientras los hombres mueren en el frente.

    Pero también es la esposa que lucha por recuperar a su marido, por devolverle un poco de la luz que tenía antes de que todo se convirtiera en cenizas. Quizás por eso, más allá de las entrevistas y las sesiones de fotos, su batalla más íntima sea esa: mantener la chispa entre los escombros, recordar que antes de la guerra fueron una pareja y que después de ella, si sobreviven, deben encontrar la forma de volver a serlo. El amor, como la guerra, no se rinde fácilmente.