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Ana Obregón, la terrorífica realidad de las madres de alquiler y una ley que llega para protegerlas
Informalia
En las fotografías que inundaron las portadas de las revistas, Ana Obregón sostenía en brazos a su hija-nieta, una preciosa criatura envuelta en un delicado arrullo blanco que parecía irradiar serenidad. Las imágenes parecen sacadas de un cuadro renacentista: madre e hija, abuela y nieta, unidas por un lazo de vida que traspasa generaciones. Sin embargo, detrás de esas postales perfectas (vendidas al mejor postor) protagonizadas por una menor, una criatura que no tiene culpa ni conocimiento de lo que pasa, se oculta una realidad inquietante, tejida con contratos, cláusulas y los silencios de mujeres cuya existencia queda relegada al pie de página de un acuerdo legal.
Ahora, el ministerio de Igualdad, a través del Instituto de las Mujeres, está terminando un informe para estudiar qué acciones legales se pueden emprender contra las agencias de intermediarios de gestaciones por vientre de alquiler como la que permitió a Ana Obregón ser madre o abuela de su hija-nieta. La Ley de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo prohíbe la promoción comercial de la gestación subrogada. El Gobierno ya ha elaborado un análisis de la publicidad de esta práctica, a partir de las quejas recibidas por el Observatorio de Imagen de las Mujeres desde 2018. En el negocio de la gestación subrogada en España algunas agencias que bordean la legalidad y promocionan sus servicios anunciando por ejemplo que si el bebé muere antes de cumplir 2 años, reinician el proceso gratis.
Desde hace años, el Ministerio de Igualdad trabaja para desenmascarar lo que llaman el "negocio de los vientres de alquiler", una práctica prohibida en España, pero que sigue existiendo en la sombra gracias a la intervención de agencias que operan al margen de la legalidad. Estas empresas, que bordean la delgada línea entre lo permitido y lo ilícito, ofrecen todo lo necesario para que las personas que no pueden o no desean gestar puedan cumplir su sueño de ser padres. Para muchos, es un milagro moderno; para otros, un mercado oscuro donde el cuerpo femenino se convierte en mercancía.
Entre 2010 y mediados de 2023, más de 3.100 niños nacidos por gestación subrogada fueron inscritos en consulados españoles alrededor del mundo. Los padres que recurren a esta práctica suelen viajar a países como Estados Unidos, Ucrania o Canadá, donde la gestación subrogada es legal. Sin embargo, el proceso comienza en casa, con la ayuda de agencias que operan en España y que ofrecen servicios completos de intermediación.
Estas agencias, algunas registradas como empresas extranjeras y otras de origen español, facturan millones de euros al año. Según los últimos registros disponibles, tres de ellas lograron ingresos superiores a los tres millones de euros en un solo ejercicio. A pesar de que la ley prohíbe la promoción comercial de la gestación subrogada, las agencias siguen activas, publicitando sus servicios en Internet y garantizando la satisfacción de sus clientes con promesas inquietantes, como la posibilidad de reiniciar el proceso sin coste adicional si el bebé fallece antes de cumplir dos años.
El proceso para seleccionar a una madre gestante es tan frío como escoger un producto en una tienda online. Los clientes reciben perfiles detallados: fotografías de mujeres que sonríen tímidamente, junto a descripciones que enumeran su estado civil, ocupación, aficiones y antecedentes médicos. Se evalúa todo, desde su historial de embarazos hasta si los partos fueron vaginales o por cesárea.
De manera similar, la elección de una donante de óvulos se realiza a través de un catálogo que incluye fotografías y datos genéticos. Las clínicas ofrecen acceso a bancos de óvulos donde el cliente puede "personalizar" al futuro bebé, seleccionando características físicas y antecedentes de salud de la donante.
Sin embargo, lo más escalofriante se encuentra en las cláusulas de los contratos. Si la madre subrogada pierde un ovario durante el proceso, recibe una compensación de 2.000 dólares. Si pierde el útero y queda imposibilitada para tener más hijos, el pago sube a 5.000. En caso de muerte, la familia de la gestante recibe una indemnización de apenas 20.000 euros, una suma que, en comparación con los 200.000 euros que puede costar un proceso completo de gestación subrogada en Estados Unidos, parece un cruel recordatorio de la desigualdad inherente al sistema.
El contrato también establece cómo se paga a la madre gestante. El dinero no se entrega de golpe, sino en cuotas mensuales que se interrumpen si ocurre un aborto. Por ejemplo, si el embarazo se pierde en el tercer mes, la gestante solo habrá recibido el pago correspondiente a los dos primeros meses, dejando al cliente la opción de reiniciar el proceso con una nueva mujer.
En los casos más extremos, algunas agencias garantizan que, si el bebé muere antes de cumplir dos años, los padres recibirán otro sin coste adicional. Esta cláusula, que parece sacada de una novela distópica, ilustra cómo el sistema reduce la vida humana a un simple producto con garantía.
Mientras personajes tan conocidos como Ana Obregón, Kiko Hernández o uno de los antiguos productores de Sálvame disfrutan de sus hijos o hijas, además de muchos anónimos, pero todos con dinero como para pagar por ser padres o madres, las historias de las mujeres que hacen posible esta práctica rara vez salen a la luz. Muchas son mujeres jóvenes, a menudo en situaciones de vulnerabilidad económica, que acceden a prestar su cuerpo para gestar a cambio de una suma que apenas cubre sus necesidades más urgentes. En países como Ucrania, estas mujeres firman contratos sin saber realmente a qué se enfrentan, confiando en promesas que rara vez se cumplen.
La gestación subrogada plantea preguntas difíciles: ¿hasta dónde puede llegar el deseo de ser padre o madre? ¿Es justo construir una felicidad sobre la renuncia y el sufrimiento de otras personas? Ana Obregón quizá encuentre respuestas en los ojos de su hija-nieta, pero las sombras de este negocio seguirán acechando mientras la sociedad cierre los ojos ante una realidad tan compleja como inquietante.