Muerte en Tailandia: cómo entender mejor el caso de Daniel Sancho y el terrible asesinato de Edwin Arrieta
- El periodista Joaquín Campos y la posibilidad de que Daniel Sancho sea condenado a pena de muerte
- Autor de Muerte en Tailandia. La verdadera historia de Daniel Sancho y Edwin Arrieta (La Esfera de los Libros)
Informalia
El tribunal provincial de Koh Samui, con su atmósfera tropical asfixiante y sus bancos de madera pulida, parecía más un templo budista que un lugar para dictar justicia. En su sala principal, donde un ventilador giraba perezosamente sobre las cabezas de los presentes, Daniel Sancho, enfundado en su uniforme naranja y las chanclas que marcaban su condición de reo, aguardaba el veredicto con la mirada clavada en el suelo. Era una mañana húmeda, cargada de silencio y de una tensión que electrizaba incluso a los fiscales y abogados, expertos ya en los códigos de la justicia tailandesa, que no dejaban de limpiarse el sudor de la frente con pañuelos de tela.
En la primera fila, Rodolfo Sancho, el actor cuya elegancia parecía querer desmentir su sufrimiento, se mantenía erguido junto a su abogado de oficio. Aquel hombre que en las pantallas encarnó héroes y villanos, ahora no era más que un padre perdido, reducido a una sombra bajo las lámparas de neón. Detrás, en la penumbra de la última fila, Silvia Bronchalo, la madre de Daniel, apretaba entre las manos un pañuelo arrugado, incapaz de mirar al frente. La escena era de una teatralidad que solo podía rivalizar con la obra maestra de un dramaturgo. Pero la tragedia no era ficticia.
El juez, con sus ropajes oscuros y su voz monótona, comenzó la lectura de la sentencia. Unas palabras en tailandés que llegaron primero como un murmullo incomprensible para los extranjeros, pero que se transformaron en un trueno cuando la traductora las desgranó en un español helado: "Cadena perpetua por asesinato premeditado". La reducción de la pena, señaló el juez, era un reconocimiento a la cooperación inicial de Daniel durante la investigación. Pero aquellas palabras apenas sirvieron de consuelo. La sala entera pareció detenerse en un instante congelado de incredulidad.
Rodolfo inclinó la cabeza hacia adelante, ocultando el rostro entre las manos. Silvia, en cambio, se quedó petrificada, como si una corriente de aire frío la hubiese atravesado. Daniel alzó la vista por primera vez. En sus ojos, más que miedo, había un fuego que quemaba. "Esto no es justicia", dijo en inglés, rompiendo el silencio solemne del tribunal. Su voz resonó en el aire con una mezcla de rabia y desesperación. Entonces ocurrió algo inesperado. Alice, la mujer menuda que la familia había contratado como asesora en Tailandia, se levantó de golpe. Vestida con una blusa sencilla y unos pantalones oscuros, parecía insignificante ante el magistrado, pero su tono era firme y autoritario. En tailandés, le reprochó al juez algo que solo ella, él y los intérpretes parecían entender. El enfrentamiento fue breve, pero explosivo. El juez, visiblemente irritado, amenazó con expulsarla de la sala. Los españoles, desconcertados, intentaban descifrar lo que acababa de ocurrir. Fue durante un receso cuando Silvia, todavía temblorosa, se acercó a la traductora para pedir explicaciones.
"Esa no era la sentencia que se suponía que iba a leer," explicó la intérprete. Aquellas palabras añadieron un nuevo nivel de misterio a un caso ya de por sí enredado. Ahora, el escritor Joaquín Campos inmortaliza este episodio en su libro Muerte en Tailandia. Su relato ofrece una perspectiva implacable: según sus fuentes, Alice había prometido que podía influir en la decisión del juez a cambio de una suma de dinero exorbitante. Pero el plan, según Campos, no solo fracasó; dejó a la familia Sancho atrapada en una maraña de acusaciones y desconfianza. Alice, contactada por la prensa, lo negó todo.
Su voz, tranquila pero cargada de indignación, se alzó contra las insinuaciones de soborno y estafa. Según ella, su papel había sido únicamente el de enlace entre la familia y el sistema legal tailandés. Pero Campos insistía. "Todo fue un montaje", sostiene el escritor, con la seguridad de quien ha dedicado meses a seguir las huellas de esta historia. Según su versión, la defensa de Daniel Sancho había caído en una trampa. Rodolfo, desesperado, habría aceptado las promesas de Alice y sus contactos, pero lo que encontró fue un espejismo que costó no solo dinero, sino también su credibilidad.
El caso se complicaba aún más con la figura de Dimitri, un supuesto enlace con la mafia rusa. Campos sugería que Alice y este misterioso personaje habían aprovechado la desesperación de los Sancho para sacar provecho económico. Pero ninguna prueba sólida respaldaba estas teorías, que la familia del condenado calificó de "fábulas". Mientras tanto, en la prisión de Surat Thani, Daniel comenzaba su nueva vida como preso de por vida. Campos, recordando el caso de Artur Segarra, otro español condenado en Tailandia, predecía un futuro sombrío pero no definitivo. "Si paga la indemnización a la familia de la víctima, reconoce los hechos y solicita el perdón real, podría reducir su condena," explicaba. Pero todo eso requería tiempo, dinero y una disposición que, al menos por ahora, parecía estar fuera del alcance de Daniel.
En esta historia, donde las fronteras entre la verdad y la ficción se desdibujan como en un espejismo bajo el sol tailandés, cada protagonista parece haberse convertido en una pieza de un tablero que no controla. Rodolfo, Silvia, Daniel, Alice y hasta el propio Joaquín Campos, todos ellos orbitan alrededor de un crimen cuyo eco sigue resonando, no solo en las páginas de los periódicos, sino también en los rincones más oscuros del alma humana. Porque, al final, más allá de las sentencias, las acusaciones y los libros, esta es una historia de fragilidades humanas enfrentadas a la maquinaria implacable de la justicia, tanto la legal como la moral.