Gente

La cara B del juez Peinado: iba para sacerdote pero no hizo caso a su madre y llegó a juez (sin opositar)

  • En la pasada primavera, decidió imputar a Begoña Gómez, esposa de Pedro Sánchez, en un caso de corrupción

Informalia

Carlos Peinado, el juez que pudo haber sido sacerdote de haber hecho caso a su madre, ha encontrado en las leyes un altar distinto, uno donde la verdad es tan esquiva como necesaria. Peinado, titular del Juzgado de Instrucción número 41 de Madrid, es un hombre que camina con paso firme por los pasillos del poder judicial. Tiene 70 años y un nombre que, desde abril de 2024, resuena en todas las tertulias políticas de España y no nos extrañaría que fuera gritado en medio de las peores pesadillas de alguien que duerme en un palacio.

En la pasada primavera, decidió imputar a Begoña Gómez, esposa de Pedro Sánchez, en un caso de corrupción que de momento ha sido más ruido que nueces. Peinado ha impuesto silencio a su entorno y habla solo a través de sus autos o en sede judicial.

En un país que devora con avidez los escándalos, Peinado ha sido catapultado para unos como el símbolo de la lucha contra la corrupción y para otros como el brazo armado de la cruzada de agunos jueces contra el poder Ejecutivo que ostenta la izquierda. Sin embargo, detrás de su figura imponente y su parquedad casi monástica, se esconde una historia más compleja, marcada por las decisiones que tomó en contra de los deseos de su madre y por un camino hacia la judicatura que no siguió la ruta habitual.

El cura que nunca fue

Peinado nació en El Tiemblo, un pequeño pueblo de Ávila, en una familia de profundas raíces religiosas. Su madre, ferviente católica, soñaba con verlo convertido en sacerdote, pero Carlos tenía otros planes. En su juventud, el joven Peinado escuchaba más el eco de los debates filosóficos y las páginas de Ortega y Gasset que los sermones del párroco local.

Dicen que lo hizo no tanto rebeldía como por claridad. Peinado tenía un respeto reverencial por la fe de su madre, pero también una certeza inquebrantable: su lugar no estaba en el altar, sino en los libros de derecho. Contra el consejo de su familia, se matriculó en la facultad, y con ello comenzó un viaje que lo alejaría de los caminos tradicionales.

Un juez por la vía menos transitada

A diferencia de muchos de sus colegas, Carlos Peinado no llegó a la magistratura tras superar la oposición. Optó por el "cuarto turno", modalidad que permite a juristas con experiencia dar el salto directo a la judicatura. A los 40 años, tras una década como secretario de ayuntamiento y con un despacho en Madrid que había cimentado su reputación, Peinado se convirtió en juez.

Esa elección no le ha restado mérito. Desde entonces, ha pasado por juzgados de toda España: Arenas de San Pedro, Talavera de la Reina, Getafe y, finalmente, Madrid. En cada uno de ellos, su estilo dejó huella: cauteloso, reservado y con una capacidad para analizar los casos como si fueran enigmas filosóficos. La literatura y la filosofía, confiesan sus amigos, han sido sus constantes compañeras.

El enigma Peinado

Para quienes lo tratan, Peinado es un hombre de silencios. Parco en palabras y gestos, su hermetismo roza lo críptico. Ni siquiera con sus amigos de toda la vida –como el exministro Ángel Acebes o el expresidente de la Diputación de Ávila Sebastián González Vázquez– se permite demasiadas confidencias. En el caso Begoña Gómez, por ejemplo, ha impuesto un muro de secreto absoluto, hablando en clave incluso por teléfono.

Peinado no necesita imponerse con discursos. Su autoridad está en su silencio, dice un colega de la judicatura. Sin embargo, detrás de esa fachada imperturbable, quienes lo conocen bien aseguran que puede ser presa de arrebatos de furia, aunque con los años ha aprendido a controlarlos.

Marbella, su refugio de fin de semana, es donde Peinado se permite un respiro. Allí, cuenta la periodista Amparo de la Gana en La Razón que entre paseos por la playa y encuentros discretos con amigos, recupera fuerzas para volver a Madrid, donde el caso Gómez lo mantiene en el ojo del huracán.

La huella de Ávila

Peinado nunca ha olvidado sus raíces. Aunque lleva décadas instalado en Madrid, sigue manteniendo un estrecho vínculo con su Ávila natal. Allí, entre los recuerdos de su infancia y su adolescencia, conserva amistades que lo acompañan desde siempre.

En El Tiemblo, su historia como "el juez que iba para cura" todavía se cuenta con orgullo. Es un relato que combina el respeto por el hijo que siguió su propio camino con la fascinación por el hombre que llegó lejos sin abandonar su esencia.

Con 72 años a la vuelta de la esquina, Peinado ha solicitado seguir trabajando más allá de la edad de jubilación permitida. Para él, la justicia no es un trabajo; es una vocación que sigue viva. La comisión permanente del Consejo General del Poder Judicial ha aprobado su solicitud, asegurando que este juez de mirada penetrante y palabras medidas siga en la arena un poco más.

En sus tres décadas como juez, Peinado ha visto de todo. Desde los pequeños dramas de los juzgados locales hasta los titulares de primera plana que ahora lo acompañan. Su mirada, endurecida por la experiencia, es la de un hombre que entiende el poder y sus debilidades, pero que también sabe que la justicia rara vez tiene ganadores absolutos.

Mientras tanto, el caso Begoña Gómez sigue su curso. En las páginas de los periódicos, Peinado aparece como el símbolo de una lucha contra la corrupción que muchos consideran un espejismo. Él, fiel a su estilo, guarda silencio. Para quienes lo observan, es difícil saber si detrás de su aparente calma se esconde la satisfacción del deber cumplido o el cansancio de una vida dedicada a resolver los enredos de los demás.