Raphael se recupera y esa es una gran noticia: recordemos su persona y su arte colosal, capaz de desafiar al tiempo
- El cantante se mostró indispuesto mientras grababa el especial navideño en La Revuelta, ahora cancelado
- Raphael permanece ingresado, sin fecha de alta y sometido a pruebas pero las noticias son optimistas: "Va para adelante"
Sara Tejada
Si España es un escenario perpetuo, Raphael es su actor principal. No hay rincón del país que no haya sentido su eco, ni generación que no haya vibrado al compás de su voz. Este hombre nacido en Linares hace 81 años no es solo un artista, es una fuerza de la naturaleza, un símbolo de lo que ocurre cuando el talento desborda y decide instalarse para siempre en el imaginario colectivo. Y cuando, hace unos días, saltó la noticia de su ingreso hospitalario, fue como si a España entera se le parara el pulso. Porque si Raphael titubea, todos sentimos que el telón puede caer antes de tiempo.
Por fortuna, todo quedó en un susto. No hubo ictus, no hubo tragedia; solo un crac que lo dejó momentáneamente fuera de combate, un leve desajuste en esa máquina prodigiosa que lleva funcionando a pleno rendimiento desde que, siendo un niño, sorprendió al mundo con su voz de terciopelo y su hambre insaciable. Raphael, la estrella total, no podía rendirse así. No él, que ha sabido desafiar al tiempo, a la enfermedad y al cansancio como si todo eso no le concerniera.
Hablar de Raphael es evocar un espectáculo eterno, un ritual en el que cada gesto, cada nota y cada mirada parecen estar cargados de un magnetismo único. Es ese hombre de negro entero que no solo canta, sino que interpreta, flota, torea y vuela, desangrándose con cada estrofa. Yo soy aquel, Mi gran noche, Qué sabe nadie… sus canciones ya no son de quienes las escribieron, sino de él, que les dio alma, cuerpo y vida propia. Cada vez que sube a un escenario, Raphael se consume en una hoguera de emociones y transforma el aplauso en su combustible, en ese "carísimo amor" que necesita para mantenerse erguido, siempre adelante, siempre más.
No es esta la primera vez que Raphael se enfrenta a la sombra de la muerte y sale victorioso. Aquella hepatitis B que degeneró en cirrosis lo llevó al borde del abismo. Su hígado, castigado por las largas giras y esas botellitas de licor que usaba para conciliar el sueño, pedía relevo. Y lo tuvo. En 2003, un trasplante lo salvó, y Raphael volvió a nacer, como él mismo confesó. Lo que para otros sería un motivo para retirarse, para él fue un estímulo. Dos años después, regresó con Raphael para todos, y desde entonces no ha dejado de grabar discos, hacer giras y llenar escenarios con la intensidad de quien sabe que cada día es un regalo.
En esa segunda vida, Raphael ha demostrado que la grandeza no se mide solo en éxitos, sino en constancia. Mientras otros contemporáneos suyos se han retirado o han reducido su ritmo, él sigue trabajando como si aún estuviera en sus años de juventud. Cada Navidad llega con un especial televisivo, cada año con un nuevo disco, y cada gira es un derroche de energía que parece desafiar las leyes de la biología. Este último percance de salud ocurrió mientras promocionaba su nuevo álbum, Ayer… aún, y preparaba el especial navideño de La revuelta, un proyecto que, sin él, ya no verá la luz.
Los escenarios del Wizink Center lo esperaban con los brazos abiertos para cerrar la gira Victoria, pero Raphael ha tenido que cancelar esas fechas, algo que, según confesó su hijo, fue para él "como perder una pierna". Porque si algo define a Raphael, además de su talento, es su vocación. Cantar no es solo su trabajo, es su razón de ser, su manera de existir. Y si los escenarios están vacíos de él, el mundo parece un poco más gris.
Sin embargo, no sería justo definir a Raphael únicamente por sus golpes contra la adversidad o por su resiliencia. Raphael es arte en estado puro, una mezcla de disciplina, pasión y un carisma que no puede aprenderse. Su silueta ocupa el escenario como una ola que lo arrasa todo, como una lengua de fuego que lo consume mientras ilumina. Cada gesto suyo es una declaración, cada palabra una sentencia. En sus canciones, los amores son feroces, las derrotas épicas, y la vida, un vaivén constante entre la gloria y la herida. Pero siempre, siempre, el concierto termina en un estallido de aplausos, con una sonrisa en su rostro que parece decirnos: "Aquí estoy. Aún soy vuestro".
Raphael no es solo un cantante; es una institución, un mito viviente que ha sabido reinventarse sin traicionar nunca su esencia. Su nombre está escrito en mayúsculas en la historia de la música y en el corazón de un país que lo considera parte de su alma. Y ahora, mientras se recupera en el hospital, los que lo admiramos esperamos con ansias ese momento en que vuelva a levantarse, a desafiar de nuevo al tiempo y a recordarnos que, en este mundo, hay pocas cosas tan eternas como su voz.
Porque, ¿qué sabe nadie? Nosotros lo sabemos, Raphael. Sabemos que 81 años no son nada cuando el corazón late con la intensidad del tuyo. Así que levántate y canta. Aún queda mucha leña por quemar, maestro.