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Muere a los 78 años la actriz Marisa Paredes, musa de Almodóvar y presidenta de la Academia de Cine
Informalia
La actriz Marisa Paredes ha fallecido a los 78 años tal y como ha informado la Academia de Cine, de la que fue presidenta. Paredes logró el Goya de Honor en 2018, el único que tiene a pesar de haber optado al galardón en otras dos ocasiones, por La flor de mi secreto en 1996 y Cara de acelga en 1988.
María Luisa Paredes Bartolomé, conocida por todos como Marisa Paredes, fue una de esas figuras que iluminan la escena durante décadas y terminan por convertirse en parte de la historia misma del cine y el teatro. Nacida en Madrid el 3 de abril de 1946, la niña que soñaba con pisar los grandes escenarios terminó por conquistar las tablas y las pantallas más prestigiosas de Europa y del mundo. Su despedida el 17 de diciembre de 2024 deja un vacío difícil de llenar, pero también un legado artístico inigualable que sobrevivirá al paso del tiempo.
Marisa Paredes fue, por encima de todo, una actriz todoterreno. A lo largo de más de seis décadas de carrera, transitó con la misma naturalidad por las tragedias de Shakespeare, los enredos cómicos del cine español de los años 60 y las historias transgresoras de Pedro Almodóvar. Su rostro y su voz fueron capaces de adaptarse a cada época, a cada personaje, a cada director, pero siempre con esa intensidad magnética que la caracterizaba. No en vano, en el Olimpo del cine europeo, su nombre se escribe en letras mayúsculas, al lado de los más grandes.
Desde muy joven, Marisa supo que lo suyo era el arte. Inició su formación en el Conservatorio y en la Escuela de Arte Dramático de Madrid, donde comenzó a moldear su talento bajo la mirada rigurosa de los maestros. Con tan solo 14 años, debutó en el cine con "Esta noche tampoco" (1960) de José Osuna y "091 Policía al habla" (1960) de José María Forqué, películas que hoy forman parte de las primeras páginas de su historia profesional. Al año siguiente, pisó el escenario por primera vez de la mano de la compañía de Conchita Montes, iniciando una relación con el teatro que mantendría hasta el final de sus días. En paralelo, comenzó a labrarse un nombre en televisión, participando en el célebre programa Estudio 1, donde interpretó textos de Ibsen, Chejov, Shakespeare y otros clásicos que cimentaron su prestigio.
Durante las décadas de los 60 y 70, Marisa Paredes trabajó con discreción y oficio en películas de géneros diversos, encarnando papeles secundarios en un cine que empezaba a buscar su propia voz tras años de estancamiento. Actuó en obras de Fernando Fernán Gómez, en algún spaghetti western y en comedias ligeras junto a iconos del momento, como Marisol. Sin embargo, no fue hasta 1980 cuando su carrera dio un giro definitivo con Ópera prima, la película de Fernando Trueba que marcó el inicio de una nueva etapa para ella y para el cine español. Marisa Paredes, con su mirada penetrante y su voz firme, había encontrado por fin su sitio.
Pedro Almodóvar la convirtió en una de sus "chicas Almodóvar"
Pero el auténtico reconocimiento internacional llegó cuando Pedro Almodóvar la convirtió en una de sus "chicas Almodóvar". Paredes fue mucho más que una actriz fetiche para el director manchego: fue su musa, su cómplice artística y la intérprete perfecta de mujeres complejas, fuertes y vulnerables al mismo tiempo. Entre tinieblas (1983) fue la primera colaboración entre ambos, pero sería en Tacones lejanos (1991) y La flor de mi secreto (1995) donde Paredes desplegaría todo su talento en personajes llenos de matices. Aquella voz rota de madre atormentada y mujer sin dobleces quedó grabada en la memoria del público y la crítica, que la nominó al Premio Goya por su actuación en La flor de mi secreto.
Su relación con Almodóvar le abrió las puertas del cine internacional y le permitió trabajar con algunos de los directores más importantes del mundo. Participó en La vida es bella (1997), la inolvidable película de Roberto Benigni que conquistó Hollywood, y en Profundo Carmesí (1996) de Arturo Ripstein, donde dio vida a personajes de una complejidad asombrosa. También colaboró con figuras como Raoul Ruiz, Guillermo del Toro, Amos Gitai, Daniel Schmid y Manoel de Oliveira, dejando su impronta en una filmografía variada y cosmopolita.
Además de su talento en pantalla, Marisa Paredes también brilló en su faceta institucional. Entre 2000 y 2003, asumió la presidencia de la Academia del Cine Español, en uno de los momentos más convulsos del sector. La gala de los Premios Goya de 2003, marcada por las protestas de los cineastas contra la Guerra de Irak, fue un símbolo de la valentía y el compromiso de una profesión que Marisa representaba con orgullo. Con serenidad y determinación, defendió la libertad de expresión y la dignidad del cine español, consolidando su figura no solo como actriz, sino también como referente moral y cultural.
En lo personal, Marisa Paredes fue madre de una hija, la también actriz María Isasi, fruto de su relación con el director Antonio Isasi-Isasmendi. Su hija, quien siguió sus pasos en el mundo de la interpretación, fue siempre una fuente de orgullo para la actriz, que hablaba de ella con una mezcla de admiración y ternura.
La trayectoria de Marisa Paredes estuvo jalonada de reconocimientos. Desde el Premio Nacional de Cinematografía hasta la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, pasando por la Gran Medalla Vermeil de la Villa de París y el Goya de Honor, todos los galardones que recibió a lo largo de su carrera son prueba del respeto y el cariño que supo ganarse dentro y fuera de su país.
Ahora que Marisa Paredes nos ha dejado, su legado sigue vivo en cada película, en cada función teatral y en cada personaje que interpretó. Fue una actriz de raza, una mujer de principios y un símbolo del arte español. Como las grandes damas del teatro y del cine, Marisa Paredes no se va del todo: su voz, su mirada y su presencia permanecerán con nosotros, recordándonos que la interpretación es, en el fondo, un acto de eternidad.