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Carla Bruni, Trump o los Macron se rinden a la renacida Notre Dame, que resplandece mientras Francia se tambalea


    Informalia

    En el corazón de París, bajo la bóveda luminosa de Notre Dame, el tiempo parece detenerse este sábado glorioso. Cinco años y medio después de que el fuego devorara parte de su estructura en la trágica noche de abril de 2019, la catedral abre nuevamente sus puertas con un esplendor renovado, como un ave fénix que se eleva de sus propias cenizas. Las campanas resuenan en un gesto de esperanza y victoria mientras las sombras de la incertidumbre política se ciernen sobre el país.

    El presidente Emmanuel Macron, con la solemnidad de quien sabe que el peso de la historia lo observa, inauguró la ceremonia con un discurso que pretendía encapsular la resiliencia de la nación. A su lado, Brigitte Macron irradiaba elegancia en este momento de triunfo cultural. Pero incluso en este escenario de belleza y renacimiento, la tormenta política que azota a Francia es imposible de ignorar. Apenas días antes, su gobierno había caído, su primer ministro Michel Barnier había dimitido tras un voto de censura, y el futuro político de Macron parece pender de un hilo.

    Notre Dame, símbolo de una Francia eterna, resucita ajena al caos de los pasillos del poder. Figuras internacionales han acudido a la cita para rendir homenaje a este emblema de la humanidad. Salma Hayek, con su gracia habitual, representó la conexión entre mundos, acompañada de su poderoso y multimillonario esposo François-Henri Pinault, uno de los principales benefactores de la restauración. Junto a ella, Natalia Vodianova y Carole Bouquet aportaron un aire de glamour que evocaba la universalidad del monumento. La ex primera dama Carla Bruni y el expresidente de la república Nicolas Sarkozy, en un acto cargado de simbolismo, reforzaron la idea de unidad en medio del desorden.

    También estuvo presente Giorgia Meloni, Jill Biden, Elon Musk, así como Filipe y Matilde de Bélgica, el gran duque Enrique y la gran duquesa María Teresa de Luxemburgo, el príncipe Alberto y el príncipe Guillermo.

    Pero mientras París celebra, Francia se agita. La promesa de Macron en 2019 de restaurar la catedral en cinco años se ha cumplido con precisión quirúrgica, pero su nación enfrenta un panorama fragmentado. La Asamblea Nacional, fracturada entre bloques de extrema izquierda y derecha, bloqueaba la aprobación del presupuesto nacional. En los mercados financieros, el descontento político ya había comenzado a pasar factura: las acciones y bonos franceses se desploman y la deuda se dispara.

    El mismo Macron, en un gesto desafiante, intenta utilizar la reapertura como un momento de redención, reuniendo en una cumbre previa a Donald Trump y Volodímir Zelenski en un esfuerzo por proyectar su imagen de estadista. Sin embargo, la catedral, con su restauración descrita por el propio presidente como "el proyecto de construcción más hermoso del siglo", destacaba como el único éxito claro en un paisaje político cada vez más inhóspito.

    La reapertura de Notre Dame no es solo un triunfo arquitectónico o espiritual; es un instante fugaz en el que la historia de Francia vuelve a brillar, aunque sea brevemente, por encima del ruido de sus crisis contemporáneas. Como una campanada que rompe el silencio al amanecer, Notre Dame recuerda a todos que, incluso en el caos, la belleza y la grandeza tienen la capacidad de prevalecer. Pero en los días venideros, cuando las luces de la ceremonia se apaguen, el país deberá enfrentar una realidad política que no tiene ni el encanto ni la resiliencia de su catedral resucitada.