Gente
Gunilla sabía que Luis Ortiz se iba pero no lo esperaba tan pronto: las razones (fiscales) de su divorcio
- Luis Ortiz, era como Carlos Goyanes, madrileño y muy cercano al régimen de Franco
- Gunilla von Bismarck, rota de dolor tras la muerte de Luis Ortiz, su exmarido y fiel confidente, tras sufrir cáncer de próstata
Sara Tejada
No debe ser casualidad. O sí, que hayan muerto en las últimas semanas tres personajes con edades en torno a los 80 años y perfil social semejante. Hablamos de Carlos Goyanes, Jimmy Giménez-Arnau y Luis Ortiz. Que además eran amigos, conocidos y protagonistas de la época dorada de la jet set en los años 80, cuyo epicentro iba de Madrid a Marbella y viceversa.
Luis Ortiz, de 74 años, era el último en fallecer a causa de un cáncer de próstata que padecía desde hace años. Era un tipo simpático, divertido, pero discreto, un vividor enemigo del horario de una oficina o un despacho, al que le gustaba disfrutar del sol de Marbella, de los campos de golf y hace años, muy cercano a "Los Choris", aquella pandilla de vividores, en el mejor de los sentidos, de la que formaban parte Yayo Llagostera, condenado por sus relaciones con la droga, o Antonio Arribas, el seductor que enamoró a Carmen Ordóñez, Mila Ximénez o Lolita Flores.
Luis Ortiz, era como Carlos Goyanes, madrileño y muy cercano al régimen de Franco, como hijo de un alto funcionario del Ministerio de Información y Turismo, donde desempeñaba el trabajo de censor para velar por la moral católica y tradicional. Su hijo, en cambio, era un hedonista convencido, un hombre atractivo y simpático, que enamoró en Marbella a una imponente aristócrata alemana, Gunilla von Bismarck, bisnieta del káiser Guillermo II, unificador de la nación alemana. Tenían en común ser guapos, modernos, vistosos, vivir las fiestas hasta el amanecer, bailar, alternar con gente de su estilo, tomar el sol, disfrazarse para los eventos marbellíes Y no tener el menor interés en trabajar y cumplir un horario. Gunilla se reía con Luis, que no tenía un duro, como con ningún conde alemán de su rango. Así que se casaron en octubre de 1978, tuvieron un hijo, Francisco, clavadito a su padre y mientras Gunilla iba a menudo a vigilar sus posesiones en Alemania, Brasil o Montecarlo, donde su madre tenía piso y residencia, Luis prefería quedarse a jugar al golf en Marbella y ocuparse de su hijo, estudiante en un colegio de la localidad.
El matrimonio se separó una década después, en 1989, pero siguieron viviendo en la misma casa, asistiendo juntos a las mismas fiestas y sin novio o novia nueva que certificara otra relación para ninguno de los dos. Por eso hubo sospechas de que se trataba de un divorcio pactado cara a la Hacienda pública, para evitar pagar impuestos. La aristócrata y el vividor, sin separación de bienes, vivían en España. Él con residencia aquí pero no Gunilla.
La madre de Gunilla, Ann-Mari Tengbom, princesa von Bismarck-Schonhausen, fallecida en 1999, tenía una enorme fortuna entre otras cosas, como propietaria de la finca pegada al Marbella Club, en primera línea de mar y en plena Milla de Oro. Una parcela de 50.000 metros cuadrados de valor incalculable, que un dia heredaría su hija, para quien lo mejor sería recibir esa herencia divorciada y residente fuera de España.
Siempre se rumoreó en su entorno, que tras el divorcio pactado, Gunilla se hizo ciudadana de Montecarlo, un privilegio fiscal del que pocos pueden disfrutar. Y un divorcio que libraba también a Luis Ortiz de pagar impuestos como marido de una esposa multimillonaria. Así que su separación fue sólo un papel con fines económicos. Luis Ortiz siguió viviendo en la mansión marbellí del matrimonio, disfrutando de sus dos nietos cuando su hijo Francisco venía a España. Gunilla estuvo con él hasta el final, porque nunca dejaron de quererse y de apoyarse. Por su expreso deseo, no habrá un velatorio tradicional, ni capilla ardiente. Gunilla está tranquila: sabía que el cáncer acabaría con la vida del hombre de su vida, pero no esperaba que fuera inmediato. Ahora lleva su luto con la entereza y serenidad de una aristócrata alemana, donde los los sentimientos se llevan sin lágrimas.