Estilo de Vida
La apertura de la galería de las Colecciones Reales rediseña el mapa turístico de Madrid
Ignacio Vasallo
Desde la apertura del Guggenheim en Bilbao en 1996 numerosas ciudades han intentado emular el llamado 'efecto Bilbao', que no es necesario explicar. Algunas, como las del Golfo, lo han hecho a base de soltar miles de millones de euros pues partían casi de cero. Otras han reordenado lo que ya tenían con desigual éxito. A la cabeza de estas se acaba de colocar Madrid con la inauguración de la Galería de las Colecciones Reales que transmite enormes cantidades de energía al nuevo centro cultural de la capital que se extiende a ambos lados del paseo peatonal, diseñado en tiempos de Manuela Carmena, que comienza en el Templo de Debob y cierra en la Real Basílica de San Francisco el Grande. Un kilómetro y medio. Parece mediocre al iniciarse en la Plaza de España y va mejorando a medida que se avanza hacia la Plaza de Oriente, lugar emblemático para un descanso o comida, tras haber pasado por el Real Monasterio de la Encarnación, la Plaza de Isabel II, conocida como plaza de la Ópera y el Monasterio de la Descalzas Reales.
El paseo se centra ahora en el lado derecho con la fachada lateral del Palacio Real, donde se ven, cuando toca, los cambios de la guardia Real y sigue hasta la plaza de la Armería que es el eje de este. Termina en la Real Basílica de San Francisco el Grande.
Aquí domina el adjetivo real y manda el patrimonio nacional, del que dependen las Descalzas, la Encarnación, el Palacio Real y la nueva Galería. Todavía no tiene nombre, pero lo necesita. Mi propuesta es que se llame: 'El Paseo Real'. Desde un punto de vista turístico superará en poco tiempo al llamado 'Paseo del Arte' con el Prado, el Thyssen y el Reina Sofia, que seguirá siendo el rey de la pintura –4.000 obras de sublime calidad expuestas al público-. Hay sitio para los dos.
En la espaciosa plaza de la Armería con las maravillosas vistas está situada la entrada a la recién inaugurada Galería de las Colecciones Reales alojadas en un edificio que no entorpece la vista, construido pegado a la colina y que, para ser observado, exige el distanciamiento. A un lado la espaciosa plaza de armas del Palacio Real y al otro las escalinatas de la catedral de la Almudena parecen haber cobrado nueva vida con el bullicio que forman los que guardan cola para el palacio, los que se dirigen a la entrada de la galería, los que hacen selfies en el mirador y los que descansan en las escaleras.
Los arquitectos Tuñón y Mansilla –este último fallecido hace ya 11 años- firman su última obra en colaboración, tras haber realizado diversos e interesantes museos en general modernos, a través de la geografía nacional. El concurso se resolvió en el año 2002. El resultado de tan larga espera merece la pena. La mejor definición es la de Coco Chanel: "La elegancia es la sencillez".
Es lo contrario de lo que ocurrió en Bilbao con el Guggenheim. Cuando uno de los colaboradores del New York Times presentó su artículo al encargado de la sección de viajes este le señalo que solo escribía del edificio y no mencionaba lo que había dentro. La respuesta es mítica: "With such a beautiful building fuck the art"; es decir: "Con tan maravilloso edificio que le den al arte".
Aquí edificio y arte se han casado por el rito católico y no pueden separarse. Ya se construyó pensando en el contenido. Solo -es un decir- 8.000 de los 40.000 metros cuadrados están destinados a la exposición de las colecciones, el resto a los servicios complementarios. La planta 0 está al nivel de la plaza. Allí se inicia el periplo descendente, que termina a la altura del Campo del Moro por unas amplias y fáciles rampas. Hay dos amplios ascensores pero son lentos, por lo que lo recomendable es utilizarlos solo para subir con el trabajo ya hecho.
Las tres espaciosas salas con espacios de entre tres y ocho metros de altura y más de cien metros de largo permiten disfrutar en toda su plenitud joyas que no brillaban en su alojamiento anterior, como los maravillosos e inmensos tapices flamencos de comienzos del siglo XVI que se exponen en la planta -1, dedicada a los Trastámara y Austrias. La ordenación cronológica de las piezas es un acierto, así como las sencillas explicaciones del contexto histórico en cada uno de los espacios. Sin embargo, hay dificultades para leer el texto colocado al lado de cada pieza, como es habitual en tantos museos.
La planta -2 merecería un museo para ella sola. Está dedicada a la época de los Borbones, empezando por Felipe V que mandó construir el nuevo Palacio Real, el mayor de Europa, que había que 'amueblar'. También le debemos el Palacio de la Granja, del que proceden, al igual que el de El Escorial y el de Aranjuez, de la época final de los Austrias, parte de las obras expuestas. Aquí reina la pintura con el famoso cuadro inacabado de Velázquez: el caballo blanco sin jinete.
La última planta se dedica a las exposiciones temporales. Está ahora ocupada por 20 carruajes magníficamente mantenidos o restaurados y el famoso Mercedes blindado que el Embajador alemán le regaló a Franco por encargo de Hitler.
Es evidente que no se pueden degustar todas las maravillas del 'Paseo Real de Madrid' en un solo día por lo que hay que animar al turista a que regrese. Es bien sabido que, en este negocio, es fundamental captar repetidores. Turespaña, Ayuntamiento y Comunidad deberían promocionarlo conjuntamente –están acostumbradas a hacerlo- empezando por algunos países de Latinoamérica, Estados Unidos, Francia o Japón . El mensaje es simple: "Bienvenidos al nuevo Paseo Real de Madrid".