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Paloma Rocasolano cumplió 73 años en Murcia junto a su novio: el ejemplo de una suegra discreta

Paloma Rocasolano ha cumplido 73 años

Informalia

En su diccionario irrepetible, el recordado José Luis Coll (fallecido en 2007) definía así la política: ¿Qué es POLÍTICA? "La madre de tu mujer", se respondía el humorista, mitad del dúo Tip y Coll. Se refería así a las suegras, con ese humor genial que no ofendía. Nos viene bien lo de la suegra porque es la madre política del rey Felipe VI quien protagoniza esta noticia, y por una buena razón: que ha celebrado su 73 cumpleaños.

La política, para un rey, no se escribe con discursos ni se pronuncia en el Congreso. Es un arte que se ejerce en la forma de mover los ojos en una recepción, en la tensión leve de los nudillos mientras espera que llegue la reina al coche oficial. Para Felipe VI, política es también saber en qué rincón del país respira en voz baja su familia política. La madre de su mujer, su madre política, cumplió este martes 73 años. Y detrás de ese dato banal hay todo un tratado de relaciones humanas, geografía sentimental y resignación monárquica.

Paloma Rocasolano nació en un país que aún tenía dictador, y ahora vive en una nación democrática pero que sigue escrutando el linaje de las reinas con lupa. Fue enfermera, sindicalista y madre trabajadora. Luego, madre de la reina. Ese giro no está contemplado en los manuales de psicología: una hija que, de pronto, duerme en la Zarzuela y que comparte manteles con emperadores y cancilleres. Y tú, mientras tanto, vas al mercado a comprar rape para el arroz, en un pueblo que no sale en las guías de viaje.

Paloma Rocasolano vive en Los Belones, en la costa murciana

La suegra del Rey vive en Los Belones, en la costa murciana, entre chumberas, salitre y jubilados suecos. Cerca del Cabo de Palos, donde el mar sabe a infancia y a escapadas. Se ha instalado en un paisaje sin pretensiones, rodeada de vecinos que no pronuncian su nombre como si acabaran de ver a alguien del BOE. Allí baja al súper, charla en la peluquería, pide un café cortado en la terraza del bar sin escolta. Cuando alguien se atreve a preguntarle por "su hija", ella se encoge de hombros con una mezcla de orgullo y cansancio. Como diciendo: "ella ya está en otro mundo, yo me quedé en este". El día a día de Paloma Rocasolano no lo marca un secretario. Va por la mañana a la playa Las Mulas, una cala donde el Mediterráneo se estira perezoso, sin ruido. Lee, toma el sol, y a veces se sienta en una silla baja con vistas al mar mientras su acompañante —un empresario de nombre extranjero y sonrisa amplia— le ofrece una sombrilla y un tinto de verano. No hay más glamour que ese: el de quien ha decidido vivir sin espectáculo.


Paloma Rocasolano y Marcus Brandler en una imagen de archivo

Madrid quedó atrás para Paloma. También su pequeño piso abuhardillado en el centro, y aquellos días de madrugón y enfermería, de manifestaciones con silbatos y hojas sindicales. El tiempo le ha ofrecido un retiro sin pompas, pero con cierta paz. Sus seis nietos —algunos ya con vocación marcial o internacional— son ahora las estrellas que orbitan a su alrededor, incluso desde la distancia.

En Zarzuela, la reina no comenta estas cosas. Ni falta que hace. Su madre eligió ser discreta, igual que su padre, cuando otros habrían vendido la exclusiva de sus recuerdos. En ese gesto, sin discursos ni entrevistas, hay una forma de política doméstica que tal vez Felipe entienda mejor que nadie. Una mujer que se retira a vivir su jubilación con su nuevo amor sin pedir permiso ni perdón. Que celebra sus 73 años con una tarta sencilla, rodeada de gente normal. Sin fotógrafos. Sin brindis de Estado. Paloma sopló las velas. Pero creemos que en Los Belones no hay cámaras. No hay protocolo.

La enfermera que abrazó la discreción y el tiempo nuevo

Nació en Madrid, pero fue en Asturias donde su vida empezó a bordarse con hilo fino. Paloma Rocasolano, madre de la reina Letizia, llegó al mundo un 15 de abril de 1952 y aún hoy conserva esa mezcla de templanza castellana y serenidad norteña que imprime carácter. De muy joven, se instaló en Oviedo y allí se formó como enfermera, profesión que no solo ejerció con vocación, sino con la entrega de quien sabe que hay manos que curan más que las palabras. Durante años trabajó en el centro de salud de Las Lilas, donde llegó a ser jefa de extracciones. En aquellos pasillos blancos, entre tubos y batas, Paloma se forjó como mujer de carácter, de silencios firmes y afectos precisos. Antes de cumplir los 21 años, se casó con el periodista Jesús Ortiz, con quien tendría tres hijas: Letizia, Telma y la fallecida Erika.

El matrimonio vivió entre turnos, libros y los primeros pasos de sus hijas en una España que apenas empezaba a desperezarse de su letargo. Se instalaron en Madrid, y allí Paloma dejó el hospital para ponerse al frente de otro tipo de servicio: se convirtió en delegada del Sindicato de Enfermería, SATSE. En ese espacio sindical, alejado del foco público, demostró la misma diligencia que en los ambulatorios, y en 2005 pasó a coordinar un programa de cooperación internacional llamado Vacaciones Solidarias, destinado a enviar personal sanitario a países con pocos recursos.

La historia de amor con Jesús Ortiz se alargó 27 años. Fue un lazo fuerte, pero no eterno. En 1998, con dignidad y sin alboroto, pusieron punto final a su vida en común. La ruptura, como muchas otras, no fue escandalosa, sino humana. Diferencias profundas, quizá de visión o de ritmo, hicieron imposible continuar bailando al mismo compás. Con los años, Paloma se reinventó sin aspavientos. Mantuvo siempre un perfil bajo, incluso cuando su hija mayor se convirtió en Princesa y, después, en Reina. Nunca hubo en ella prisa por ocupar un lugar que no le correspondía. Supo acompañar sin invadir, estar sin pesar. Su presencia en actos públicos ha sido siempre medida y, sin embargo, elocuente: basta una mirada cómplice, una sonrisa discreta, un gesto hacia sus nietas Leonor y Sofía para entender la fuerza de su vínculo familiar.

En 2017, al cumplir 65 años, decidió jubilarse. Y con el sosiego del tiempo ganado, dejó atrás los días de reuniones sindicales y empezó a mirar el mundo desde otra ventana. Rehizo su vida con Marcus Brandler, un empresario británico afincado en España, con quien mantiene una relación estable desde hace dos años. Sin ruido, sin portada, sin necesidad de explicaciones. Paloma Rocasolano es uno de esos personajes que viven entre bastidores, pero que resultan fundamentales en el guion. No da titulares, no busca brillar. Acompaña. Protege. Se mantiene firme y, al mismo tiempo, flexible como un junco. Y en esa sobriedad, en ese modo de estar sin desbordarse, reside la elegante utilidad de su figura en la familia real.

Paloma Rocasolano perdió a una hija pero ha sabido mirar la vida de frente. Con cicatrices que no se ven, con silencios que lo dicen todo. Una mujer que ha transitado desde la enfermería al estrado invisible de la realeza sin perder nunca el sentido de lo que importa. Realmente.