Casas Reales
El misterioso viaje de la reina Letizia al templo madrileño del Reiki y las flores de Bach
Informalia
Una reina puede vestir de gala y de silencio. Puede recorrer los desiertos de África dando discursos sobre el cambio climático o hablar varios idiomas con más o menos acento en una cumbre de cooperación iberoamericana. Puede también posar impoluta en un retrato oficial, con peineta de Estado o con diadema dinástica. Pero el verdadero poder de una reina se revela cuando entra, sola y sin maquillar, en un pequeño local del madrileño barrio de Tetuán para ajustar su energía vital y quizás, de paso, retocarse las cutículas. Lo malo es que un paparazzi la retrate y lleve las fotos a Hola, que pagó 38.000 euros por ellas, o eso nos dicen.
Letizia, la ex presentadora de informativos, la reina consorte que escribe sus discursos a lápiz con precisión de filóloga y que dobla sus rodillas imperfectas con acierto en cada ceremonia castrense, fue sorprendida el pasado 26 de marzo saliendo de un centro de estética llamado 'All for me'. El nombre ya lo dice todo. No era una visita institucional, ni una misión diplomática, ni un acto de agenda. Era una escapada personal, como quien se cuela entre las costuras de su vida pública para respirar o, al menos, para depilarse.
La portada del miércoles nos trajo a una Letizia inesperada: sudadera, cara lavada, móvil en mano y una libreta de notas. Sin escolta a la vista, sin protocolo ni sonrisas ensayadas. En ese gesto cotidiano, casi vulgar, reside el misterio. ¿Qué fue a buscar la Reina al número discreto de la calle Jaén —curiosa coincidencia con el apellido de su dermatólogo de cabecera— donde habita este templo del bienestar holístico?
'All for me' es algo más que un salón de belleza: es un centro de estética integrativa, un lugar donde se cruzan la acupuntura con el ácido hialurónico, las flores de Bach con la aparatología facial. Su dueña, Soraya Hontanaya, ha estudiado medicina tradicional china, quiromasaje, aromaterapia, Ayurveda, Reiki Usui y hasta radiestesia, que es como buscar agua con una varilla pero en el alma. También habla de "cosmecéuticos", palabra inventada por el marketing para que una crema parezca un milagro científico. Según su web, uno de los tratamientos estrella del lugar es el Plasmapen, un artilugio que libera plasma (no el de la sangre, sino otro más fino y esotérico) para contraer la piel y borrar arrugas. Pero también hay Reiki, esa técnica japonesa en la que una terapeuta canaliza energía vital con las manos, y esencias florales de Bach, que prometen armonizar las emociones, como si la tristeza fuera una cuestión botánica.
¿Buscaba la Reina restablecer su aura después de una semana cargada de política exterior? ¿Venía a desintoxicarse del ruido, de las portadas que desnudan a su hija Leonor en bikini, de las tensiones palaciegas o de los males invisibles que a veces no se curan con un discurso en Cabo Verde ni con un vestido impecable? ¿O simplemente se hacía las uñas y se lio parda porque los paparazzi la olieron a distancia?
Una Reina también es mujer, madre y cuerpo que envejece. No está obligada a explicarnos si prefiere el bótox o las orquídeas. No hay ley que la obligue a confesar si cree en el chi, el reiki, la aromaterapia o en las lágrimas de unicornio. Pero es inevitable que su imagen, incluso en chanclas y coleta baja, alimente el imaginario colectivo de un país que aún no ha decidido si la adora o la examina. Ese miércoles, Letizia salió del templo de las flores de Bach como una mujer que quizás solo quería estar sola. Y eso, en una Reina, siempre es una forma de soberanía.