Casas Reales
Por qué nos partimos de risa con la patológica manía de Luis Alfonso de Borbón de reivindicar el trono de Francia
- Su hija, Eugenia de Borbón, es, según su particular evangelio genealógico, la heredera al trono de Francia
- Luis Alfonso de Borbón sigue a lo suyo con su absurda idea de ser rey de Francia: su nuevo acto
Lucas del Barco
Mientras el mundo se despeña por el abismo de su propia inestabilidad, entre guerras, crisis arancelarias, y tragedias, hay un hombre que se levanta cada mañana con una preocupación mucho más trascendental: el despojo del trono de Francia, ese que le pertenece por derecho divino, por linaje sagrado, por un delirio monárquico que haría sonrojar hasta al mismísimo Luis XIV, tatarabuelo con muchas tas del hijo de Carmen Martínez Bordiú y el duque de Cádiz.
Ese hombre no es otro que Luis Alfonso de Borbón, bisnieto de Franco, duque de Anjou por obra y gracia de su sangre azul como un moratón y aspirante a monarca de un país que abolió la monarquía hace más de dos siglos con el pequeño detalle de guillotinar a sus reyes. Pero que eso no nos distraiga de lo importante: su hija, Eugenia de Borbón, es —según su particular evangelio genealógico— la heredera al trono de Francia. Y algunos le ríen el anacronismo.
Conviene detenerse en el fenómeno de Luis Alfonso, porque en un mundo donde el ridículo ha alcanzado cotas inexploradas, él ha conseguido elevarlo a categoría de arte. En un admirable esfuerzo de reconstrucción histórica selectiva, este hombre ha decidido que la Revolución Francesa no fue más que un malentendido, que Napoleón fue un usurpador de feria y que la República Francesa es, en esencia, un régimen ilegítimo que se sostiene solo por la ignorancia de las masas. Para remediarlo, él se pasea por el mundo con el porte de un monarca exiliado, reivindicando sus derechos sobre un trono imaginario con la misma convicción con la que un niño reclama la última piruleta de la bolsa. Eso sí, bien pertrechado como yerno de un banquero venezolano con historia más chavista que aristocrática.
Un pretendiente al trono sin reino y con mucho tiempo libre
Luis Alfonso de Borbón, que al parecer tiene tiempo de sobra para mirarse reflejado en los espejos con el aire altivo de un rey de opereta, ha decidido que el siglo XXI es el momento idóneo para su restauración. No contento con organizar cenas de gala en honor a sí mismo y enviar proclamas que nadie lee, ha logrado que la prensa cortesana reproduzca con toda seriedad sus alucinaciones monárquicas. Así nos enteramos de que su hija Eugenia, nacida en 2007 en Miami (territorio de gran tradición hispánica y borbónica, de eso no tenemos duda), es la legítima heredera del trono de Francia, aunque los franceses, ocupados en menesteres más prosaicos como hallar un gobierno estable o llegar a fin de mes, no lo sepan ni lo quieran saber.
Para comunicar esta noticia de suma trascendencia para la humanidad, Luis Alfonso no recurrió a una rueda de prensa con pompa y boato, sino a una agencia, con el tono aséptico con el que se anuncia la llegada de un nuevo director en una empresa de ascensores. Desde entonces, ha mantenido a su descendencia en un discreto segundo plano, aunque no tanto como para evitar que de vez en cuando nos golpee en la cara con su linaje como quien presume de un reloj caro en un vagón de metro.
A estas alturas, uno podría preguntarse qué demonios hace este hombre además de reivindicar una monarquía extinta. Pues bien, en sus ratos libres, Luis Alfonso trabaja en el Banco Occidental de Caracas, propiedad de su suegro, Víctor Vargas, un banquero venezolano que representa a la perfección lo contrario de ese refinado espíritu de la aristocracia, salvo que hablemos de la aristocracia financiera, un sector del que tanto gusta rodearse. Es decir, que si la corona francesa no llega a materializarse, al menos siempre le quedará la posibilidad de ser rey… de los intereses bancarios en paraísos fiscales. Puro patriotismo.
El problema de ser monárquico en Francia en el siglo equivocado
Luis Alfonso y su familia han sabido manejarse con elegancia entre lo público y lo privado, lo que en su caso significa dosificar su exposición mediática para que su linaje no caiga en el olvido, pero sin pasarse lo suficiente como para que alguien se detenga a examinar demasiado de cerca sus credenciales. Porque aquí viene el quid de la cuestión: Luis Alfonso de Borbón es, en términos históricos, un Borbón de tercera división, una especie de primo lejano con ínfulas al que nadie en la Casa Real española toma demasiado en serio. En Francia, su condición de pretendiente es poco más que una broma para los republicanos y una anécdota entrañable para los monárquicos nostálgicos, que se reúnen en salones cargados de terciopelo para brindar por la restauración que nunca llegará.
Aun así, el duque de Anjou —un título que se autoconcedió porque si uno va a delirar, mejor hacerlo con estilo— insiste en que su dinastía sigue viva, en que la sangre azul no se mezcla con la vulgaridad democrática y en que su hija Eugenia, entre clase y clase en un colegio religioso de Madrid, se está preparando para reinar sobre un país que la ignora por completo. Mientras tanto, la familia Borbón-Vargas vive entre Madrid, Nueva York y Miami, lugares que, como todo el mundo sabe, son esenciales para la reconstrucción de la monarquía francesa.
El legado de Franco y otros antepasados ilustres
Lo más enternecedor de este cuento de hadas es que Luis Alfonso no solo se siente heredero de los reyes de Francia, sino también del general Francisco Franco, su bisabuelo. A diferencia de otros miembros de la familia Martínez-Bordiú, que han preferido mantener cierta distancia con el pasado dictatorial, Luis Alfonso no tiene reparo en honrar la memoria del Caudillo con el fervor de un soldado imperial. Y es que, en su cabeza, Franco no fue solo un pariente lejano con inclinaciones autoritarias, sino el último gran monarca de España, un protector de la tradición, un pilar de la cristiandad… una especie de Luis XIV con galones.
Pero si algo nos ha enseñado la historia es que la monarquía no sobrevive con discursos nostálgicos, sino con la aceptación del pueblo. Y en el caso de Luis Alfonso, el pueblo francés ha hablado con la indiferencia más absoluta. Su corte de fieles sigue reuniéndose en oscuros salones donde se susurran genealogías con devoción y se lamenta la decadencia del mundo moderno. Pero fuera de esas paredes, la realidad es implacable: el trono de Francia es un mito, su reivindicación es un chiste y Luis Alfonso de Borbón es el bufón de su propia corte imaginaria.
Así que sí, nos partimos de risa con este clown de sangre azul y felicitamos a su hija por su mayoría de edad; tan hermosa como la de tantas jóvenes que no van a bailes en Versalles ni son herederas de tronos perdidos hace siglos.