Casas Reales

Los problemas de la princesa Leonor para felicitar al rey Felipe por su 57º cumpleaños

Felipe VI, este jueves 30 de enero, día de su cumpleaños

Informalia

Los cumpleaños de un rey no se celebran con velas y confeti, sino con audiencias solemnes, apretones de manos y la promesa de una agenda inquebrantable. Este jueves 30 de enero, Felipe VI cumple 57 años, y su día transcurre entre toga y protocolo, como si el tiempo estuviera al servicio de la corona y no al revés.

Por la mañana ha recibido a los letrados del Consejo de Estado, luego ha escuchado a los académicos de jurisprudencia y finalmente ha dado su bendición a los organizadores del 1.200º aniversario de la fundación de Murcia. La realeza moderna ha cambiado los festines cortesanos por discursos templados y reuniones con ilustres de distinto pelaje. En la monarquía del siglo XXI, los homenajes ya no se rinden con copas de champagne sino con palabras cuidadosamente pronunciadas en salones de tapices y madera noble.

Si hay alguna celebración privada, será a última hora, cuando la luz se disuelva en las calles de Madrid y el rey pueda encontrarse con la reina Letizia en algún rincón discreto de la ciudad. Nada más. No habrá, sin embargo, un brindis con sus hijas. Leonor y Sofía están lejos, como si el destino quisiera recordar que hasta los reyes son víctimas del tiempo, que sus hijos crecen y se van, que la familia se deshilacha en los mapas mientras la corona permanece inmutable.

Los hijos del rey también se van

Sofía, la pequeña, podría hacerle una videollamada en algún momento del día, aunque en el exilio estudiantil de Gales el tiempo libre es escaso. En cambio, Leonor, la heredera, está perdida en alta mar, a bordo del buque escuela Juan Sebastián Elcano, surcando el Atlántico con rumbo a Brasil. Es la primera vez que el rey soplará las velas sin la presencia, ni siquiera digital, de su primogénita.

Felipe VI lo ha contado con esa mezcla de resignación y orgullo con la que hablan los padres cuando sus hijos comienzan a construir su propia historia lejos de casa. "No he podido hablar todavía con ellas porque es muy temprano", ha dicho. De Leonor, ni siquiera espera una videollamada. No hay teléfonos en el océano. Solo la posibilidad de un mensaje que, con suerte, llegará en algún momento del día.

El tiempo en la corte avanza con la precisión de un reloj de arena, pero en alta mar las horas se suspenden, las distancias se dilatan y la comunicación depende del capricho de las olas. En el Juan Sebastián Elcano, la princesa aprende a ser reina no en los libros, sino en el ritmo implacable del mar. La vida a bordo es una disciplina donde las emociones se reducen a su expresión más austera: dormir poco, obedecer órdenes, adaptarse al vaivén del oleaje sin quejarse.

Tal vez, en medio de la guardia nocturna, entre el crujido de las velas y el sonido metálico de las poleas, Leonor piense en su padre. Quizá recuerde otros cumpleaños en la Zarzuela, cuando el tiempo no pesaba tanto y ella era solo una niña con trenzas que soplaba las velas junto a él. Pero ahora el océano es su aula y el viento dicta las lecciones que no se aprenden en los palacios.

El reloj del futuro

El rey espera su mensaje, un simple "feliz cumpleaños, papá" enviado desde un reloj inteligente que recibe correos y notificaciones incluso en medio del océano. La paradoja es que, aunque las comunicaciones han cambiado y el mundo cabe en la muñeca, la esencia sigue siendo la misma: la distancia, el rito de la espera, el eco de una voz que no llega a tiempo.

Felipe VI celebra su cumpleaños con la serenidad de quien entiende que el poder no se mide en abrazos, sino en renuncias. Su hija, mientras tanto, navega en un barco que surca la historia, aprendiendo a gobernar su propio destino antes de gobernar un país. No hay pastel, no hay brindis familiar, solo la certeza de que el tiempo avanza y que, en el mar o en la tierra, la monarquía sigue siendo, ante todo, un ejercicio de paciencia.