Casas Reales

Mohamed VI pasa la Navidad (que no existe en Marruecos) en una villa de Gabón a la que solo se puede llegar en barco

  • El destino no es casual. Gabón, un país de estabilidad ambigua y naturaleza feroz, encierra un contraste que parece hecho a la medida de Mohamed VI
  • El Rey de Marruecos no lee informes ni escucha a sus ministros en Pointe-Denis. Los días transcurren entre paseos por la playa, un té servido en porcelana fina y alguna incursión al mercado local

Informalia

En una villa oculta entre la espesura de Pointe-Denis, en Gabón, el Rey Mohamed VI contempla el Atlántico en un silencio que parece de otro tiempo. Aquí, entre el rumor del oleaje y los susurros de la selva, el monarca marroquí pasa unas navidades que oficialmente no existen en su país, ajeno a las luces de la diplomacia y al bullicio de sus palacios. Gabón, país de elefantes, gorilas y petróleo, se ha convertido en su refugio favorito, un lugar donde la historia queda en suspenso y todo parece más eterno.

A Pointe-Denis solo se llega en barco. Esa limitación geográfica convierte esta península en un rincón sagrado, casi inaccesible para el ruido del mundo. Una lancha de motor recorre cada mañana los diez kilómetros que separan Libreville, la capital gabonesa, de este santuario de arena blanca y palmeras. Para el Rey, el trayecto es más que un desplazamiento: es una ceremonia de aislamiento. Cuando pone un pie en su villa de tres mil metros cuadrados, lo hace como un náufrago voluntario, dispuesto a olvidar la corte y sus intrigas.

El destino no es casual. Gabón, un país de estabilidad ambigua y naturaleza feroz, encierra un contraste que parece hecho a la medida de Mohamed VI. Aquí, entre los aullidos de los monos y el canto de las aves, el poder toma otra forma. Ali Bongo, expresidente de Gabón y amigo personal del monarca, ha sido el anfitrión perfecto de esta amistad que cruza océanos. La villa, situada en una curva discreta de la costa, garantiza la privacidad que un rey moderno necesita para desaparecer sin dejar rastro.

Playas como alfombras de arena impoluta

En Pointe-Denis, las playas se extienden como alfombras de arena impoluta. El océano parece infinito, y los bosques, que se inclinan sobre las dunas, están habitados por elefantes errantes y cocodrilos invisibles. Aquí, el Rey camina descalzo, un gesto que resulta inaudito en la rutina ceremonial de Rabat. Bajo el cielo de Gabón, el monarca se permite pequeños lujos: el sabor de un pescado recién capturado, el eco de una conversación que se pierde en el viento o el disfrute de la soledad, que en el fondo no es otra cosa que un acto político.

El tiempo en Pointe-Denis no avanza con la prisa de las ciudades. En la villa del Rey, el reloj parece haberse detenido en un punto indefinido entre la historia y la nada. Sin embargo, la política no se detiene. En este mismo rincón del mundo, Pedro Sánchez envió en 2023 la carta que cambió el rumbo de la relación entre España y Marruecos, reconociendo la soberanía de Rabat sobre el Sáhara Occidental. Gabón, lejos de ser un paraíso aislado, es también un escenario diplomático velado, un lugar donde los hilos del poder se tejen en silencio.

Pero, en apariencia, Mohamed VI no lee informes ni escucha a sus ministros en Pointe-Denis. Los días transcurren entre paseos por la playa, un té servido en porcelana fina y alguna incursión al mercado local, donde las mujeres ofrecen frutas tropicales con la mirada tímida de quien ha visto pasar a demasiados forasteros. El Rey observa, sonríe, quizás compra, pero siempre regresa a la villa con el gesto tranquilo del que tiene todo lo que necesita.

El hecho de que el monarca marroquí elija pasar la Navidad en Gabón tiene un aire de contradicción poética. En Marruecos, el 25 de diciembre es un día más en el calendario. Aquí, en cambio, aunque la festividad tampoco se celebre, el espíritu de lo excepcional lo envuelve todo. Mohamed VI podría estar en París, en Nueva York o en Marrakech, pero prefiere este enclave que no aparece en las guías turísticas, donde la soledad no es un lujo, sino un estado natural.

El ocaso en Pointe-Denis es lento y majestuoso. Las últimas luces del día tiñen el horizonte de un rojo que se apaga lentamente, como si el cielo mismo se tomara su tiempo para despedirse. Mohamed VI contempla el espectáculo desde la terraza de su villa, vestido con una túnica ligera que se mueve al ritmo del viento. La Navidad, que oficialmente no existe en Marruecos, adquiere aquí una dimensión más íntima: no es un ritual religioso, sino una pausa.

El monarca sabe que esta calma es un espejismo, que tarde o temprano volverá a Rabat, donde los tronos nunca descansan y las decisiones se acumulan como piedras. Pero por ahora, en esta villa a la que solo se puede llegar en barco, Mohamed VI disfruta del lujo más raro y preciado para un rey: el de ser, por un breve instante, simplemente un hombre.