Felipe VI, "afectadísimo", entre su deber como Rey y el desgarro familiar: Adiós papá, adiós papá...
Martín Alegre
Salvo que el actual jefe del Estado carezca de amor hacia su progenitor, el inmenso dolor de un hijo que ve cómo su padre se aleja en todos los sentidos ha desgarrado el regio corazón de Felipe VI, desmembrado entre su deber como Soberano y el cariño hacia don Juan Carlos. Además de las consecuencias jurídicas, políticas e institucionales del huracán, está el lado humano de una familia quebrada.
Mucho se ha hablado, desde que las malas noticias cercan al Emérito, del papelón de doña Sofía, cornuda real que sin embargo demuestra en cada fotograma de su existencia de qué está hecha una Gran Dama, una reina hija de rey, esposa de rey y madre de rey. Abuela de la futura reina Leonor. La sangre que corre por doña Sofía, y por tanto por don Felipe, tiene mucho de Federica de Hannover, bisnieta del emperador alemán Federico III y de la princesa Victoria de Sajonia-Coburgo-Gotha.
Sin embargo, ni tanta sangre azul heredada puede permitirnos nunca ignorar a la persona de carne y hueso que habita el alma del jefe del Estado, del Rey de España, que se debate entre el deber de un Monarca democrático, servidor de la Constitución, marcado a fuego por su extraordinaria educación y con estricta formación militar, pero hijo de su padre.
Igual que una vez le dijo Felipe a su padre que renunciaba a vivir su amor con la noruega Eva Sannunn, por el bien de España, ahora el nieto de Don Juan tiene que matar al padre para salvar a España. Porque más allá de que don Juan Carlos deba ser castigado si se confirman las presuntas fechorías de las que posiblemente vaya a ser acusado, ni España ni los españoles podemos permitirnos ahora devaneos institucionales que acaben por aniquilar un país seriamente dañado por la pandemia, los vicios endémicos de una estructura económica a la que le faltan piezas, unos políticos de altura mediana y varios movimientos que confunden el separatismo con el supremacismo más despreciable.
La República es racionalmente mucho más lógica que la monarquía, y más en el siglo XXI. Para justificar que el jefe del Estado debe ser hijo del anterior, y varón por encima de la hembra (porque así sigue escrito en la sacralizada Carta Magna) es necesario llenar la Constitución de excepciones. Pero es la Constitución que nos hemos dado.
La democracia sostiene por una abrumadora mayoría parlamentaria, incluso en este momento terrible, la continuidad de un régimen legítimo. Con sus carencias, defectos y corruptelas, desde la muerte del dictador hasta hoy, España ha evolucionado más y mejor que en toda su Historia, lo cual significa que la gran mayoría de los españoles ha incrementado su calidad de vida, con más libertad, educación y sanidad que nunca, con más ascensores sociales. Y paz.
Felipe de Borbón, consciente de ello, apoyado en la Soberanía Nacional, reflejada en el Parlamento elegido en las urnas, del PSOE, PP y Cs, entre otros partidos, es ahora la pieza clave para garantizar una continuidad que hasta los republicanos más sensatos saben que conviene. Por el bien de la gente.
Faltan explicaciones
Precisamente en su labor por establecer un eficaz cortafuegos que sostenga a la Corona, Felipe, además de sacrificar al padre e impulsar la acción de la Justicia, debe aplicar la cacareada transparencia, abrir las ventanas, purificar el aire y responder a todas las preguntas. Es absolutamente exigible que don Juan Carlos dé explicaciones pero, si no lo hace, es Felipe quien ha de contarlo todo, lo que sepa. Otra cosa es que la situación emocional de don Felipe, que está "afectadísimo en lo personal, y decepcionado en lo más hondo de su ser", según la mujer de una persona que le conoce bien, que mantiene el contacto con la Zarzuela y que participó en su educación.