Pruebas

Mini Cooper D 5 puertas: algo más que un simple capricho

    Mini Cooper D 5p

    Jorge Arenas

    El Mini lleva ya varias décadas siendo un objeto fetiche para muchos conductores. Es un modelo que a quien gusta, lo hace de forma irremediable. Sin embargo, este pequeño británico que conquista corazones desde 1959 no es válido para cualquiera. Al menos en su variante de tres puertas, que es la más fiel al concepto original. ¿Por qué?

    Simplemente, porque es tan bonito y coqueto como poco práctico. Y está claro que por mucho que nos guste algo, si no cumple con las necesidades de practicidad y versatilidad que impone nuestro día a día, difícilmente podrá ser una buena compra.

    Precisamente por ello, el modelo que hoy probamos puede ser una buena alternativa para todos aquellos enamorados del Mini que, sin embargo, no pueden o no quieren renunciar a un extra de espacio, bien porque suelan ocupar todas las plazas y el maletero o bien porque quieran viajar con mayor desahogo.

    Lo bueno y malo de un Mini 5p

    Vamos directos al grano: ¿cuáles son las ventajas fundamentales que plantea esta variante de cinco puertas frente a la de tres? En primer lugar, esas dos puertas extra facilitan el acceso a la parte trasera, donde hay cinco plazas homologadas en lugar de cuatro y donde los pasajeros disfrutan de 4 centímetros extra para las piernas. Esta última cifra puede parecer poco, pero tratándose de un coche de su tamaño -apenas roza los 4 metros de longitud- no es nada despreciable. Por otra parte, el maletero crece desde los 211 litros hasta los 278, situándose en la media del segmento B.

    Que el Mini 5 puertas es más útil es algo innegable. Pero, claro está, el aumento de sus capacidades prácticas supone pagar un peaje que conviene recordar. Y es que este Mini pierde algún punto en dinamismo, es hasta 1.000 euros más costoso a igualdad de condiciones y, a la vista está, pierde puntos en diseño. Esto último no deja de ser una apreciación subjetiva, pero no podemos evitar decir que sus formas voluminosas rompen el equilibrio de proporciones original y lo convierten en un coche menos agradable a la vista. Habrá quien piense que no deja de ser un coche bonito, pero a nosotros nos parece que pierde su encanto en gran medida.

    Motor interesante pero poco digno del apellido Cooper

    Cuestiones prácticas y estéticas al margen, es momento de hablar del motor que esconde bajo el capó. Para esta prueba hemos elegido la versión Cooper D, con motor diésel tricilíndrico de 116 CV y cambio manual. Es el primer escalón en la oferta de gasóleo y tiene argumentos a favor y en contra, que desvelamos a continuación. Lo primero que debemos contar es que no es ruidoso ni tiene vibraciones molestas, cosa que suele ser habitual en muchos motores de este tipo. Así que es hora de ir perdiéndole el miedo a los tres cilindros, ya que, al menos en este caso, no admite queja alguna en este sentido. Este propulsor es el conocido 16d que montan algunos modelos de la gama BMW y, además suave y silencioso, ofrece una respuesta contundente a bajo y medio régimen, y unos consumos bajísimos.

    El problema que tiene este este diésel es que en la zona alta del cuentavueltas tiene poca fuerza, más de lo que suele ser habitual en los motores de gasóleo, con lo que cualquier tipo de conducción deportiva queda fuera de sus aspiraciones. Si no tuviera el apellido Cooper no sería especialmente relevante, pero teniendo en cuenta que sí lo lleva impreso, nos hubiera gustado encontrarnos con algo más de rabia, quizá con una entrega de potencia menos suave y más palpable. Pero bueno, para eso está la versión SD, con motor diésel de 4 cilindros y una cifra de caballos notablemente superior. En cualquier caso, el Cooper D de esta prueba tiene una mecánica muy utilizable en el día a día, con prestaciones más que correctas y con un gasto medio de 3,6 litros cada 100 kilómetros -sumemos 1,5 litros más para acercarnos al consumo en condiciones reales-. Aprobado y con nota.

    En cuanto al cambio, de serie monta uno manual de seis velocidades, de tacto agradable y muy certero, aunque con un escalonamiento mal elegido. Tenemos claro que la idea era conseguir rebajar los consumos al mínimo, pero el resultado son unos desarrollos quizá demasiado largos, que dejan caer las revoluciones en exceso cada vez que subimos de marcha. Especialmente grande es el salto entre segunda y tercera, que obliga a subir el régimen más de lo normal si no queremos encontrarnos fuera de la zona buena de potencia y par, sobre todo en pendientes.

    Por lo demás, nos encontramos con un coche bien presentado, con un interior muy Mini, en el que destacan su consola central presidida por una gran esfera, su volante grueso, sus interruptores para activar funciones como el arranque, el start/stop o el control de estabilidad, de diseño puramente clásico y numerosos detalles como la iluminación ambiente en puertas y salpicadero que dejan a la vista su condición de coche personalizable. En cuanto al equipamiento, puede ser muy extenso y en su lista de opciones aparecen numerosos elementos más propios de un modelo de segmento superior, aunque para poder disfrutar ello habrá que aflojar la cartera ya que la dotación de serie no es precisamente generosa. Algo a tener en cuenta, ya que el precio final de partida, elementos opcionales aparte, es bastante elevado.

    Lo destacable

    - Suavidad del motor tricilíndrico

    - Consumo

    - Practicidad frente al Mini 3 puertas

    Lo mejorable

    - Motor pierde fuelle a altas rpm

    - Escalonamiento del cambio

    - Precio

    Ficha técnica

    Motor: turbodiésel 3 cilindros, 1.496 cc

    Potencia: 116 CV a 4.000 rpm

    Par motor: 270 Nm a 1.750 rpm

    Consumo mixto oficial: 3,6 l/100 km

    Transmisión: manual, 6 velocidades

    Dimensiones: 3,982 m / 1,727 m / 1,425 m

    Maletero: 278 litros

    Velocidad máxima: 203 km/h

    Aceleración 0-100 km/h: 9,4 segundos

    Precio: 23.000 euros




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