Motor clásico

Nash-Healey: con motor americano, chasis británico y traje italiano


    Jorge Arenas

    Tres grandes figuras de la automoción de mediados del siglo pasado decidieron juntarse para crear un deportivo biplaza que pudo haber causado sensación. Sin embargo, aunque la intención era buena, la historia no llegó a buen puerto.

    Hay ocasiones en las que el destino se encarga de dar giros inesperados que terminan en acciones jamás previstas. Tal es el caso de dos grandes personajes de la industria de la automoción, que se conocieron en mitad del Atlántico a bordo de un barco, allá por 1949. La casualidad quiso que George Mason, presidente de Nash-Kelvinator (fabricante americano de coches y electrodomésticos) y Donald Healey (diseñador británico ligado a firma Austin-Healey) cruzasen sus caminos en este viaje y empezasen a hablar de la posibilidad de fabricar un modelo juntos.

    Mason quería darle una vuelta a la imagen de su marca y Healey regresaba de EEUU tras buscar un motor adecuado a las necesidades del nuevo deportivo que tenía en mente. Sólo quedaba unir fuerzas y sumar a un tercer hombre que habría de cumplir un papel fundamental en todo esto: el italiano Battista Pinin Farina. Sí, el mismísimo diseñador que fundó la empresa Pininfarina, de la que han salido innumerables obras de arte sobre ruedas en las últimas cinco décadas.

    Un coche a tres bandas

    Ninguno de los tres perdió el tiempo y, cada uno en su campo, trabajó sin parar durante un año hasta que finalmente vio la luz el Nash-Healey.

    Se trataba de un biplaza descapotable con motor 3.8 de seis cilindros en línea, que rendía 125 CV y se asociaba a una caja de cambios automática BorgWarner de tres velocidades con overdrive. Su diseño resultaba espectacular para la época y resaltaban ciertos elementos de diseño como los faros integrados en la parrilla delantera o los pasos de ruedas muy abultados.

    La aerodinámica era el punto fuerte de este roadster, que era capaz de alcanzar una velocidad de 200 km/h. También destacaba por otros elementos como la suspensión independiente en el eje delantero y por un equipamiento en el que no faltaba la tapicería de cuero el volante regulable.

    ¿En qué quedó?

    En 1950 se presentó como prototipo en el Salón de París y un año más tarde lo hizo en el Salón de Chicago. Evidentemente, querían convertirlo en un objeto de deseo tanto a un lado como al otro del Atlántico. Sin embargo, las cosas no fueron todo lo bien que hubieran deseado. Y es que juntar todas las piezas del Nash-Healey no era tarea fácil. Primero tenía que llegar a Gran Bretaña el motor fabricado en EEUU, para ensamblarlo en el chasis y, finalmente, mandar ese conjunto a Turín donde se completaría la operación de carrozado. Todo esto hacía que el proceso fuese lento y costoso, lo que encarecía el producto final.

    Tras un par de años a la venta, en los que llegaron a salir al mercado una versión coupé e incluso una con motor potenciado, inevitablemente todo llegó a su fin. Apenas 500 unidades encontraron dueño (casi todas fueron a parar a EEUU) y esto obligó a zanjar la producción de forma prematura. Una pena, porque había mucho talento de por medio y la cosa prometía. Quién sabe si de este acuerdo de colaboración podría haber surgido un modelo exitoso con el paso de los años...




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