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¿Quiénes son los mayores expoliadores de arte en España: los Franco o William Randolph Hearst?

  • El Congreso trata de evitar un desastre nacional

J. Moriarty

La España de la posguerra y el desarrollismo sufrió el expolio despiadado y una parte del patrimonio nacional cambió de manos: museos, catedrales y colecciones privadas de opositores a la dictadura (que desaparecieron o salieron corriendo con lo puesto) fueron arrasados. La incautación de los bienes de depurados y asesinados o de dudosa titularidad, así como la requisa y privatización de bienes de dominio público o comunal alcanzó cifras terribles. Junto con el trabajo esclavo, el estraperlo y los monopolios, buena parte de las fortunas sobrevenidas en la posguerra tienen su origen en ese saqueo sistemático. Franco y su familia se enriquecieron desmesuradamente, tal y como documenta el historiador Ángel Viñas en La otra cara del Caudillo (Crítica, 2015). No fue el único: el otro gran depredador de estas joyas de incalculable valor fue William Randolph Hearst. Increíblemente, muchas de estas obras de arte y demás bienes no han vuelto al Estado. Ahora el Congreso trata de evitar que la familia de Franco se quede con dos tallas del siglo XII pertenecientes al pórtico de la Catedral de Santiago.

Cuando llegas al castillo de William Randolph Hearst (1863-1951), en el Condado de San Luis Obispo, a medio camino entre Los Ángeles y San Francisco, tienes que esperar el turno abajo, junto a la carretera, comiendo hamburguesas y perritos, antes de coger el autobús que te lleva a una colina con vistas al Océano Pacífico. Otra opción es recorrer las tiendas de merchandising antes de subir a la edificación, un verdadero museo del expolio en el que no parece que estés en California sino en la Europa del Románico, en el antiguo Egipto, o en la Roma antigua.

La arquitecta Julia Morgan no tenía espacio para alojar tantas estatuas y obras de arte como llegaban a borbotones, en barcos y contenedores, piedra a piedra, desde el otro lado del planeta. Ella fue la encargada de dirigir la construcción del castillo entre 1919 y 1947 y colocar el arte 'robado'. El magnate tuvo ese capricho para complacer a una de sus amantes, la actriz Marion Davies (abajo, con el magnate), y a su hija, Patricia Van Cleve Lake, presentada oficialmente como sobrina de la actriz.

Douglas Fairbanks, Mary Pickford, William Randolph Hearst y Charlie Chaplin (disfrazado de Napoleón), durante una fiesta en el castillo.

Charles Chaplin, Cary Grant o Joan Crawford, Douglas Fairbanks o Mary Pickford, entre otras grandes estrellas de aquel Hollywood se cogían allí las más  cogorzas interestelares, disfrutaban de bacanales y vivían sórdidos desencuentros, como un asesinato de un desgraciado en el que Charlot y el propio anfitrión estuvieron implicados, se las vieron y desearon para no ser procesados.

En 1957, seis años después de la muerte del editor que se inventó la Guerra de Cuba, entre España y EEUU para vender peródicos, el Castillo y los inmensos terrenos (160 kilómetros cuadrados) que lo rodean fueron donados por la Hearst Corporation al estado de California, la misma que hoy edita en España a través de su filial revistas como Cosmopolitan, Harper Bazaar, Elle, Diez Minutos o Fotogramas, entre otras.

El castillo es imponente: 56 dormitorios, 61 baños, 19 salones y demás estancias que ocupan 8.500 metros cuadrados, aparte de hermosos y cuidados jardines interiores y exteriores, una piscina exterior y otra interior, pistas de tenis o un cine. La piscina exterior tiene capacidad para un millón de litros de agua y está presidida por un templo romano auténtico, que Hearst trajo de Europa piedra a piedra; en su frontón adosó una escultura del dios Neptuno del siglo XVII. La piscina interior está recubierta con más de un millón de azulejos de cristal de Murano.

Aunque gran parte de la colección de arte que Hearst expolió de España y otras zonas de la Europa fue vendida o donada a varios museos, la mansión exhibe aún auténticas estatuas egipcias, verdaderos sarcófagos con momias, sillares y techos enteros de la época de los Reyes Católicos y otros muchos tesoros que los empleados del hombre que inspiró la película Ciudadano Kane (1.941), de Orson Welles se llevaron por una miseria de la España de posguerra y del subdesarrollo.

Los jerifaltes franquistas no tenían ni la cultura, ni por supuesto los principios éticos para evitarlo, y en cambio eran muy agradecidos cuando recogían las limosnas y sobornos de los expoliadores disfrazados de Mister Marshall.

El pazo de Meirás no es el Castillo de Hearst pero nos recuerda que probablemente el segundo gran expoliador de esta época fue el régimen franquista en general, y sobre todo la propia familia del dictador. Francisco Franco y su esposa Carmen Polo  tenían por costumbre llevarse a alguna de su residencias todo aquello que se les antojara, y en este caso no solo no daban ni limosna, sino que utilizaban a militares y otros funcionarios públicos para que se las transportaran e instalaran en donde les pareciera oportuno. A la señora de Franco se la conocía como 'La Collares' porque se llevaba las alhajas de las joyerías y no siempre pagaba la factura.

Increíblemente, muchos de esos tesoros del Patrimonio Nacional (no los collares de Carmen Polo) no fueron devueltos a los españoles cuando el dictador murió, y siguen hoy en poder de los herederos, Carmen Franco, su hija, o sus nietos, además de la Fundación que lleva su nombre.

Pero hay casos tan estridentes que han llegado al Congreso, como las esculturas del siglo XII de Abraham e Isaac, del Pórtico de la Gloria, de la catedral de Santiago de Compostela. La Cámara baja reclama que la familia Franco devuelva esas dos piezas y parece que todos los partidos están de acuerdo en instar al Gobierno a que logre que las joyas románicas sean devueltas al Concello de Santiago, para que no regresen al lugar donde permanecieron durante durante años, la Casa Cornide de A Coruña, una de las numerosas propiedades que fueron residencia del dictador.

El consistorio compostelano tiene en su poder documentación que demuestra que las estatuas le pertenecen y donde se pone de manifiesto que la venta de las figuras al ayuntamiento estaba condicionada a que éstas no saliesen del patrimonio municipal, ni por enajenación, donación, concesión de depósito o cualquiera otra figura. Bajo la dictadura no se cumplieron ninguna de las condiciones acordadas, sino que la familia Franco se adueñó sin más de las esculturas.

El propio presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, mostró en su día total apoyo a la reclamación del Concello de Santiago. Es urgente e importante que ambas tallas, de 1,80 metros del atura, pasen lo antes posible a ser patrimonio común. Ahora se exhiben en el Museo de la Catedral compostelana, pero en régimen de cesión de los Franco. Están expuestas en una muestra itinerante (pasaron por El Prado) que pronto llegará a Nueva York. De no estar declaradas Bien de Interés Cultural, los Franco, que detentan la propiedad, podrían aprovechar su salida territorio nacional para hacer caja con ellas.

Mucho más conocido ha sido el caso del Pazo de Meirás, un inmueble único, representativo de la historia y la cultura gallegas, que pasó a manos del dictador bajo la apariencia del que el pueblo sometido a su tiranía se lo regalaba para su uso privado, cuando en realidad se lo quedó mediante el uso de recursos intimidatorios. Lo curioso es que permanece en poder de los herederos de Franco cuatro décadas después de la llegada de la Democracia. 

El pazo fue construido a finales del siglo XIX sobre las ruinas de una fortificación, en el municipio de Sada, junto a la ría de Betanzos y próximo a Coruña, para la escritora Emilia Pardo Bazán. Se trata de un edificio de estilo tradicionalista neorománico, mezcla de pazo (palacio) y fortaleza, un conjunto monumental y único. Dado que debía ser un regalo del pueblo agradecido a Franco, se organizó una cuestación municipio por municipio, parroquia por parroquia y casa por casa, a cargo del jefe de la Falange local, el cura y el alcalde. Con la pistola en la sien en algunos casos, al 'donativo' popular se le bautizó también como de carácter de 'voluntario', con descuento de la nómina de empleados y asalariados, además de la aportación municipal de un 5% de su recaudación por contribución urbana. Todo ello fue coordinado desde el gobierno civil de La Coruña, a través de la "Junta pro-Pazo del Caudillo".

La entrega solemne (inmortalizada en la imagen de arriba) de la propiedad a Franco tuvo lugar en diciembre del 38, y su momento más bochornoso fue cuando el "Caudillo" entró a continuación  bajo palio en la catedral de Santiago para santificar el expolio con un ceremonial litúrgico, con  la jerarquía católica como palmeros.

A la heredera de Pardo Bazán se le impidió en su momento, por los nuevos ocupantes, recuperar las pertenencias de la escritora, entre ellas una importante biblioteca. Pero además, a lo largo de los años, la familia Franco fuese almacenando en el pazo piezas de valor recolectadas por todo el territorio nacional, algunas de ella, 'desaparecidas', según la propia familia, tras un incendio declarado en el inmueble en 1978 (abajo, imagen de una de las estancias quemadas). Vecinos de la zona atestiguaron entonces que en los días previos al incendio se había producido un inusual trasiego de camiones llevándose grandes cajas del pazo.