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Zidane, cómo hemos cambiado
- El entrenador madridista se juega su destino
J. Moriarty
Zinedine Yazid Zidane fue capaz de machacar al Barça en su casa e iniciar la decadencia del enemigo merengue en esta temporada cuando parecía que Luis Enrique lo iba a ganar todo fácil. Aun así, y después de lo de este martes contra el City, los méritos del francés están cuestionados por muchos. Pero la historia de Zinedine es un álbum lleno de imágenes sorprendentes, como aquella en la que la hoy mujer de Piqué le saludaba con una camiseta blanca. Aquella imagen de Shakira tan conocida no es lo más sorprendente de la vida de Zidane. El entrenador merengue es sobre todo padre, esposo fiel y un buen samaritano. Es el Zidane más humano y menos conocido.
Smaïl y Malika, un matrimonio argelino que buscaba una vida mejor, un futuro para ellos y para la prole que estaba por venir, emigraron desde Aguemone, en La Cabilia, por el Atlas, a París. Un año después, antes de que estallara la guerra en Argelia, se trasladaron a Marsella. No surcaron mares clandestinos ni cruzaron fronteras entre barro, incomprensión, miseria y alambradas. Entraron a Francia con papeles, se instalaron donde pudieron, donde los pocos francos que llevaban encima les permitieron, y terminaron en el barrio marsellés de La Castellane, en uno de esos bloques de viviendas que levantó el Gobierno en la zona norte de la ciudad, procurando que la humildad y los principios sirvieran de muro de contención contra la miseria y la delincuencia. Tuvieron cinco hijos, Djamel, Farid, Nourredine, Lila y el pequeño Zinedine Yazid Zidane, que llegó con un pan debajo del brazo.
"Vengo de la calle, de un barrio difícil. Nunca he olvidado mis raíces", dijo Zizou en 2013 en una entrevista que le hicieron en Rodez, de donde es su esposa Veronique, descendiente de almerienses. Estaba allí para ayudar al equipo de la ciudad con su apoyo moral y, lo más apreciable, económico. Zidane es desprendido, generoso con los demás; ha sufrido privaciones y el camino hasta la cumbre, insospechado en los comienzos, no ha sido fácil sino todo lo contrario. "Nunca pensé en ganarme la vida como me la gané. No jugué al fútbol para ganar dinero. Jugué al fútbol porque nunca pensé que pudiera hacer otra cosa. Y el fútbol me dio todo. Y cuando digo todo es todo. Dinero, valores... Ahora sólo quiero una cosa: poder transmitir a todos lo que aprendí. Para que, por lo menos, haya un referente. No digo que yo sea un referente, pero los niños tienen que pensar siempre en eso. Mi referente fue Enzo Francescoli. Siempre quería ser Enzo: admiraba esa idea de nobleza, de trabajo, de esfuerzo...", confesaba en El País allá por 2006, cuando con 34 años decidió que ya había dado suficientes patadas y renunció a un año más de contrato con el Real Madrid, hasta junio de 2007, por la nada despreciable suma de siete millones de euros limpios de polvo y paja. Zizou nunca ha sido un pesetero ni el dinero el motor de su vida. El combustible, seguro que sí.
Empezó a jugar al fútbol en la calle, con los chicos del barrio. Tenía un don, tan evidente que la familia decidió llevarle a Academia del Cannes. No lo olvida. "Sentí que el fútbol era lo mío y así se lo dije a mis padres. Ellos siempre me apoyaron, sobre todo cuando me tuve que ir de casa a los 14 años. Aquello fue muy duro, sobre todo el primer año. Durante el día no pasaba nada; pero sí por la noche, antes de dormir, cuando me acordaba de mi familia. Era un crío y tuve que aprender a hacérmelo todo yo: la comida, la ropa". Y allí, en la academia, se formó y fueron puliendo el diamante: "Los verdaderos límites los encuentras en las escuelas porque en la calle, cuando acaba el partido, haces lo que quieres. En la academia hay reglas. Reglas para dormir, reglas para levantarse de la cama, reglas para comer... Toda mi vida ha sido así". Y no se arrepiente.
Con 17 años debutó en Primera. A esa edad conoció a Veronique, que iba para bailarina, y desde entonces no se han separado. Se casaron en 1994. Tienen cuatro hijos; el mayor se llama Enzo, en homenaje a Francescoli, y juega en el Castilla. Los otros tres, Luca, Théo y Eliaz, también están enrolados en equipos de las categorías inferiores del Madrid. El fútbol en los genes, en la sangre; pero les costará pisar las cimas que holló su padre, un futbolista rápido, potente, de excepcional calidad técnica, exquisito y creativo en el regate y con una fabulosa visión de la jugada. Es prácticamente imposible aproximársele. Empezó en el Cannes; después, Burdeos; la Juventus, en el 96, y campeón del Mundo con Francia en el 98. De los tres goles que encajó Brasil en la final, dos los marcó Zidane, Balón de Oro ese año.
La servilleta de Florentino
En el año 2000, durante la cena de gala de la UEFA, su vida giró otros 180 grados. "Florentino (Pérez) me pasó una servilleta en la que ponía en francés: '¿Quieres venir a jugar al Madrid?'. Yo le contesté: 'Yes!' (¡Sí!). Fue uno de los días más felices de mi vida". El traspaso se produjo un año después y Florentino, que ya se había soltado el pelo para arrebatar a Figo al Barcelona, pagó 75 millones de euros a la Juve por el futbolista del momento. Hizo las delicias del madridismo y amortizó el fichaje con el impagable gol de la Novena. Un centro regular de Roberto Carlos, un balón caído del cielo y el remate más bello posible de Zidane, una volea con la zurda que el 15 de mayo de 2002 atronó en Glasgow, asombró al mundo, inundó de gozo al madridismo y dejó mudo al Bayern Leverkusen.
Formó parte de la galaxia de Florentino, con Figo, Ronaldo y Beckham, y Raúl, Casillas y Roberto Carlos; pero a medida que el proyecto se anquilosó y los éxitos dejaron de llegar, él lo pensó y optó por la retirada. Adelantó su decisión de dejar el fútbol el 25 de abril de 2006, con la Liga por terminar y el Mundial a las puertas. "Creo que es lo que tengo que hacer. Hace mucho tiempo que lo estoy pensando. Son tres años en los que no ganamos nada, y dos en los que no estoy jugando como quiero. Se pasa todo por la cabeza, porque además, no voy a hacerlo mejor de lo que lo he hecho, y no quiero estar en el Real Madrid por estar. Siempre juego para ganar, y cuando no puedes, tienes que ser realista".
En la despedida no utilizó justificaciones, solo hechos, para él incuestionables: "En mi vida siempre he tenido dos cosas: el fútbol y mi familia. Cuando no haces bien las cosas tienes que pensar, reflexionar. He estado dándole vueltas y es la mejor decisión que he tomado. El club y su gente siempre se han portado muy bien conmigo y lo único que puedo decir es que el trato hacia mí ha sido excelente. El equipo debe volver a ganar, y ofrezco la posibilidad de buscar a otros jugadores, si así lo quieren. Por eso lo digo ahora y no después del Mundial. Es lo mínimo que puedo darle al Real Madrid. Me ha dado mucho y se merecen esta decisión".
Agotado física y mentalmente después de tres temporadas sin títulos, y aunque tenía contrato con el Real Madrid hasta junio de 2007, decidió anticipar el adiós. "Es una decisión definitiva". Así se lo hizo saber al club, renunció a una millonada y se ofreció gratis para lo que quisieran, siempre que no fuera entrenar ni ocupar un despacho? Tenía 34 años y aún debía jugar una final de la Copa del Mundo. Con Francia, eliminó a España en octavos; a Brasil, en cuartos, y a Portugal, en semifinales. El partido definitivo, contra Italia. Hizo el 1-0 de penalti, luego empataron los transalpinos y surgió ante él la figura de Materazzi para amargarle la final y marcarle de por vida; no dejaba de agarrarle, se quejó y recibió esta respuesta: "Yo prefiero la puta que es tu hermana". Respondió iracundo. Le propinó un cabezazo en el pecho, el árbitro le expulsó a diez minutos de la conclusión de la prórroga, ganó Italia el Mundial de Alemania en la tanda de penaltis y aquel 9 de julio de 2006 Zidane jugó su último partido.