"Estamos en el negocio del fracaso", recuerda Stelios Papadopoulos, cofundador junto a Corey S. Goodman, de Exelixis, la biotecnológica más conocida por concebir el compuesto conocido como cabozantinib (cabo, para los amigos) utilizado en el tratamiento de cáncer de tiroides medular y el carcinoma de células renales. Una empresa que, con casi un cuarto de siglo a sus espaldas, ha vivido momentos desesperados, un estigma que suele atormentar a buena parte de las firmas del sector.
Sin embargo, poco queda ya de aquella primera reunión en la costa este, mucho antes de que sus poco más de 25 empleados pusieran rumbo a Oakland, California, en la que parecía difícil forjar un modelo de negocio basado en la mosca de la fruta y el genoma humano. "Resulta que dichas moscas son como pequeñas personas con alas", indica el todavía presidente del Consejo de Administración de Exelixis.
En la actualidad, a base de aquello del prueba y error, esta biotecnológica, ahora recién instaurada en Alameda tras años en el sur de San Francisco, ha logrado más de cuatro millones de componentes y moléculas químicas, algo que bien podría despertar la envidia de la industria, ya que el potencial a la hora de desarrollar nuevos tratamientos es incalculable. "Tenemos un rico historial tanto en el descubrimiento y desarrollo temprano de componentes, el desarrollo completo y ahora la comercialización", reitera Michael Morrissey, consejero delegado de Exelixis, quien tomó las riendas de su gestión en 2010. "Nuestro desafío es hacer todo eso al mismo tiempo", dice.
El desembarco de Morrissey en julio de 2010 y su apuesta por sacar todo el jugo posible a cabozantinib, consiguió no solo meter en vereda las cuentas de la compañía sino desarrollar medicamentos como Cometriq o Cabometyx. "Exelixis posee los derechos estadounidenses para Cabometyx, que abarca entre el 65 y el 70% de la oncología global, por lo que creo que Cabometyx se presenta como un activo atractivo para las grandes farmacéuticas", recalca Andy Hsieh, analista del sector en William Blair.
A través de compuestos cabozantinib y cobimetinib, cuenta con socios como Ipsen y Takeda, pero también colabora de alguna u otra forma con Roche, Bristol, Sanofi y Merck. "A medida que ampliamos la red, más oportunidades tenemos", explica el consejero delegado, quien, eso sí, no oculta que "siempre existe cierta tensión entre ser competidores y ser colaboradores".
Precisamente, al ser preguntado por la probabilidad de que una compañía con una capitalización de mercado de algo más de 5.000 millones de dólares sea objeto de deseo de otros gigantes farmacéuticos, el experto de William Blair destaca que "lo llamativo de Exelixisis es que podría convertirse en una compañía de gran capitalización de forma independiente, ya que los inversores no necesitan depender de fusiones y adquisiciones para lograr rendimientos materiales a largo plazo". Pero no todos coinciden en esta visión. Desde Morningstar, su analista Karen Andersen determina que, pese a tener varios compuestos en fase el desarrollo clínico, "Exelixis sigue siendo altamente dependiente del éxito de cabozantinib". Un acierto, eso sí, en continuo ascenso, ya que el incremento de las ventas de Cabometyx, así como los royalties derivados de Cotellic, gracias a Roche, "ayudaron a la compañía a salir de sus números rojos desde 2017", matiza Andersen.
De momento, Exelixis cuenta con el tiempo, la constancia y la energía suficiente para seguir creciendo. Tanto cabozantinib como cobimetinib cuentan con una fuerte protección por patentes hasta al menos 2024 y 2026, respectivamente, algo que permite a la de Alameda posicionarse a la hora de enfrentar una mayor competencia de los fármacos inmuno-oncológicos, así como la creciente cartera de terapias combinadas. Retos de los que Morrissey y su equipo son más que conscientes.