La crisis desatada en 2007 se resiste a no arrojar más consecuencias históricas. Esta vez, su perseverancia está haciendo mella en la deuda pública, a la que acuden los inversores con su dinero para protegerse de los síntomas cada vez más evidentes de congelación que ofrece la economía mundial.
Esa huella se refleja en los rendimientos de los bonos a 10 años de las siete mayores potencias del mundo, los socios del G-7, que se encuentran en los niveles más bajos de la historia reciente.