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Cuando Japón se puso flamenco y Chiquito lo hizo chiste
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El humorista bromeaba con sus aventuras japonesas, pero estas tenían mucha historia. El libro Un tablao en otro mundo, de David López Canales, narra la insólita, divertida y emocionante conquista flamenca de Japón.
"Para comer medio bien en Japón hay que ser cinturón negro", bromeaba Chiquito de la Calzada en la televisión cuando comenzó a triunfar como humorista. Y todos reíamos. Lo que no sabíamos es que quien no se había reído entonces había sido él. Chiquito de la Calzada, Gregorio Sánchez, fue cantaor flamenco antes que humorista, y uno de los flamencos que se marchó a Japón, por temporadas de seis meses, en los años setenta y ochenta para trabajar en los tablaos japoneses que habían empezado a abrir allí a finales de los sesenta.
Chiquito contaba que en Japón estaban encerrados "todos los terremotos del mundo" y que dormía con su dinero en la cama y con un cuchillo bajo la almohada por si intentaban robarle.
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Con todas sus vivencias acabaría haciendo bromas. "A través de Chiquito conocimos un poco la relación entre el flamenco y Japón. Él lo convirtió en chiste. Yo quería convertirlo ahora en épica", afirma el periodista y escritor David López Canales, que acaba de publicar el libro Un tablao en otro mundo (editorial Alianza). En él, entre la diversión y la emoción, entre las anécdotas y el fondo cultural y social que posee la historia, narra la, como la define, "asombrosa, insólita y apasionante" conquista de Japón por el flamenco.
Chiquito se fue a Japón porque en España apenas podía vivir del cante. De tablao en tablao, de venta en venta en Andalucía, cantando para el baile, él y su querida esposa Pepita no llegaban a final de mes. Él había sufrido ya tantas penurias y angustias cuando le llegó la fama en los noventa y mayor que su historia parecería un mal chiste. Del barrio de La Trinidad de Málaga, de una familia muy humilde, él se dedicaba al cante.
Al cante para acompañar al baile, al cante de atrás, como se llama, porque atrás es donde se coloca el cantaor y delante el bailaor. Por su esposa se fue a Japón. Quería darle una vida mejor y en Japón se ganaba entonces mucho dinero, muchísimo más de lo que hubiera conseguido en España. Pero, para ahorrar, podía pasarse días y días comiendo solo huevos o latas de atún.
En alguna ocasión, cuando quería comer mejor, pedía a alguno de sus otros compañeros de grupo que le invitaran a comer los pucheros que preparaban sus mujeres Masatoshi Kigoshi, el responsable entonces del tablao 'El flamenco', el más famoso del país, se acuerda aún hoy, como recoge López Canales en su libro, de Chiquito y de que ya tenía entonces un punto "muy cómico" que divertía a los japoneses.
"A partir de finales de los sesenta empezaron a viajar a Japón casi todos los flamencos. Los grandes maestros, como Antonio Gades, Paco de Lucía o Serranito, hacían giras de mes o mes y medio por los teatros; pero la mayoría iban, por temporadas al comienzo de un año y después de seis meses, a buscarse la vida en los tablaos de allí", lo explica López Canales. Por aquellos tablaos pasarían durante años incluso quienes son hoy figuras indiscutibles del flamenco, como el guitarrista Pepe Habichuela o la bailaora Cristina Hoyos.
La historia de Habichuela es, de hecho, la que sirvió como punto de partida al autor para hacer el libro. "Un día, comiendo con Pepe y Amparo, su mujer, me contaron que habían pasado un año en Japón en 1968 y que para ella había sido como una condena. Yo me quedé con ganas de saber más de aquella aventura y de contarla. Y así empecé a entrevistar a los flamencos que se fueron en aquella época, cuando de Japón no se sabía ni dónde estaba ni se había visto siquiera en las películas", lo ensalza López Canales. Cuando Habichuela regresó de Japón su padre le preguntaba cómo era aquello y él le decía en broma que el agua allí era verde y su padre se lo creía. También contaban a sus familias el amor que habían sentido allí por el flamenco y a todos les sorprendía que en un lugar tan lejano y tan diferente pudieran querer el flamenco más que en España.
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Pero esta, como dice López Canales, no es una historia sólo en una dirección. No es un viaje solo de ida, sino una historias de idas y venidas. En esa misma época empezaron a llegar a España también los primeros japoneses que querían hacerse bailaores flamencos. "Aquí se reían de ellos. Decían que eran chinos y no se entendía que quisieran hacerse flamencos. ¿Cómo iba a hacerse flamenco un chino? Pero sí, contra todo y pese a todo, lo lograron", dice el autor.
El binomio flamenco y Japón encierra muchos mundos e historias. Los japoneses hallaron en el flamenco una pasión que, además, les permitía liberarse y expresarse, en una sociedad en la que está mal visto expresar emociones; en una sociedad, sobre todo para las mujeres, reprimida. Pero en Japón los españoles no sólo encontraron el dinero que no ganaban en España, sino también una seriedad y respeto por el flamenco que a muchos atrapó. El bailaor Tomás de Madrid, cuya historia también recoge el libro, se hizo maestro allí, donde estuvo casi cuatro años y donde encontró una libertad para crear obras y coreografías que no le daban en España y unos recursos técnicos en los teatros que tampoco tenía aquí.
"Y lo más interesante es que esta no es una historia del pasado. El viaje continúa", apunta López Canales. Hoy siguen yendo a Japón cada año decenas de flamencos españoles y siguen viniendo a España a aprender numerosos japoneses. Además, alguno de los que se fueron, nunca hicieron el viaje de vuelta. Se instalaron en Japón y allí siguen hoy. "Son artistas, como Enrique Heredia, Carlos Pardo o Curro Valdepeñas, entre otros, que se quedaron entre dos mundos, entre el suyo flamenco español y el mundo japonés. Dos mundos que, en teoría, no debían haberse cruzado pero que lo hicieron. Y el choque y la explosión que produjeron fue, y es, maravillosa", remata López Canales.