El rescate al automóvil de EEUU en 2009 cuestiona la reelección de Barack Obama
En un país tan extremadamente liberal en lo económico como Estados Unidos, el rescate financiero de una empresa privada es visto como una intervención estatal imperdonable. Lo sabe Barack Obama, a quien, en medio de la campaña para su reelección como presidente, se le sigue cuestionando que haya insuflado en torno a 80.000 millones de dólares para salvar la industria de la automoción estadounidense, que a punto estuvo de desaparecer con la quiebra de General Motors y Chrysler.
El primero en echárselo en cara ha sido quien será su rival en las elecciones presidenciales de noviembre, el republicano Mitt Romney, quien ha centrado buena parte del debate económico en dicho rescate, defendiendo que el gobierno de Obama debió dejar caer a los fabricantes de Detroit por su propio peso de modo que, asumiendo la quiebra con financiación privada y llevando a cabo la pertinente reestructuración, habrían emergido aún más fuertes.
Sin embargo, esa no es la valoración de la mayor parte de los expertos, de uno y otro bando político. El propio Bob Lutz, republicano reconocido que ocupó la vicepresidencia de GM hasta 2010, admite que no había otra salida. "¿Romney cree que no intentamos pedir préstamos a los bancos? Los bancos estaban aún más en quiebra que nosotros", aseguraba Lutz en febrero a Detroit Free Press.
Pero, además, la administración Obama se escuda en otro poderoso argumento, el del empleo. Si se hubiera llegado a dar el cierre por bancarrota de las citadas compañías, se habrían perdido en torno a un millón y medio de puestos de trabajo sólo en EEUU, según estimaciones de la organización Center for Automotive Research, con sede en Michigan que recoge el portal CNN Money.
Sin embargo, en EEUU, especialmente entre los republicanos y dentro de éstos los adscritos al ala más radical, sigue sin convencer la última gran acción intervencionista de su gobierno: el monumental rescate a la industria de Detroit sienta un precedente que muchos consideran peligroso de cara al futuro del liberalismo económico en este país. Un precedente que, por otra parte, inició el propio George Bush antes de dejar la Casa Blanca en 2008.
El automóvil estadounidense se ha convertido así en uno de los grandes campos de batalla en el enfrentamiento Obama-Romney. Hasta tal punto que tanto ellos como otros candidatos a cargos locales han intentado hacerse la foto en las instalaciones de GM y Chrysler, a lo que ambas compañías han dado un rotundo 'no' por respuesta: "históricamente, hemos tenido restrictivas políticas de visitas de candidatos en campaña", se defendía la semana pasada Greg Martin, portavoz de GM.