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Simposio en el Café de Oriente



    Pasó de antiguo y humilde convento franciscano a convertirse en uno de los restaurantes más barrocos y sofisticados de la capital. En el corazón del Barrio de los Austrias, en la Plaza de Oriente, se encuentra un emblema de la hospedería madrileña cuyo buen gusto va más allá de los platos y las copas para contagiar las paredes y los arcos abovedados: el Café de Oriente, un sinónimo de excelencia gastronómica, literaria y cultural, y competencia clara del intelectual Café Gijón.

    Prueba los platos que inspiraron a intelectuales de la talla de Enrique Tierno Galván y Antonio Mingote; ahora, además, convertidos en auténticos simposios para dar la bienvenida al verano por todo lo alto.

      Efectivamente, en estos meses de calor en los que la garganta se reseca y pide a gritos cada minuto un vaso de agua, cerveza o vino tinto, el Café de Oriente ha diseñado un menú especial -el Menú Simposio, disponible de lunes a viernes por 42 euros- en el que el vaso del comensal siempre se mantiene lleno, adquiriendo una tradición propia de los grandes banquetes griegos sin perder en ningún momento su aire clásico español. El mismo aire de antaño que invita a enfrascarse en una tertulia literaria o en esas discusiones para cambiar el mundo tan propias de los españoles cuando tenemos una copa en la mano, sin caer en el desquicio de las bacanales. El mismo aire añejo de los vinos que se crían en barrica de roble. Desde los entrantes hasta el postre, disfruta en cada comida de una catarata de vino blanco, vino tinto, café, infusiones, delicias del Obrados y agua mineral. Un surtidor que riega a diestro y siniestro las composiciones gastronómicas que orquesta la batuta del maestro Pedro Quian. La buena cocina es sacrificada: requiere mano de hierro, nervios templados -un reto difícil con las altas temperaturas del verano- y profesionalidad. Y una vez más, Quian demuestra ser un cinturón negro en los fogones y nos sorprende en su menú especial con entrantes como croquetas de calamares en su tinta con ensalada de la huerta y verduras de Idiazabal, sopa fría de tomates con sardina del Cantábrico marinada, gamba blanca de Huelva en tempura, lasaña templada de Txangurro, zamburiñas fritas con picada gaditana o mejillones al vapor de lima con un punto de cilantro.

      Como principal, no puede faltar el pescado del día, preparado convenientemente en forma de merluza de pincho a la romana con velo de ibérico, bonito del norte en caldo de chalotas con tomates asados o chipirón de potera a la andaluza con patatas a lo pobre. Y para los que teman atragantarse con una espina, siempre quedarán los canelones de carrillera ibérica con trufas de verano, paletilla de cabrito lechal al horno, costilla de ternera lechal "au juce" con parmentier de patata y chimichurri, o solomillo de vaca gallega con salsa de Arzua-Ulloa y revolconas. Quien no se conforma ante tanta variedad y calidad, es porque no quiere.

    El punto y final de la velada lo pone la sobremesa. Si tu apetito se ha dormido, cansado de tanta delicia culinaria, logrará despertarlo el café de la tarde, indispensable y acompañado por una paleta de postres: buñuelos de la casa, milhojas de crema con helado de nata, coulant blanco y negro con helado de mantecado, macedonia o sorbete de frutas y vodka.

    Reserva mesa en un olimpo gastronómico. Porque hay que cambiar el mundo, sí, pero es imposible conseguirlo con el estómago vacío. Parafraseando el refrán: Primum bibere, deinde philosophari. Primero beber, luego filosofar.

    (imágenes: web del Café de Oriente)