- 21/11/2020, 15:32
El apelativo no fue ni mucho menos cariñoso. Ni siquiera cordial en los términos en que debería situarse la relación entre dos administraciones de territorios limítrofes que tienen innumerables cosas en común, especialmente el tránsito de ciudadanos entre ambas que no entiende de fronteras con distinto color político. Pero Emiliano García Page, presidente castellanomanchego, eligió en verano la fórmula tan corriente en su partido de atacar al vecino por no pertenecer a su misma tribu, cosa que jamás habría hecho de ser la presidenta madrileña militante socialista. Cuando los contagios por coronavirus se disparaban en la capital, hinchó su pecho para proclamar la bomba radiactiva vírica que tenía al lado de su comunidad, dando a entender sin reparo que la nefasta gestión de su homóloga Díaz Ayuso colocaba a sus apreciados vecinos manchegos en situación de elevado riesgo por la negligencia impropia de una dirigente del partido adversario al suyo. Una invectiva de manual político en los tiempos que corren de redes sociales, crispación y deslegitimación del contrario. En las antípodas de lo que el país necesitaba en aquél momento: coordinación y eficacia de todos los gobiernos implicados en frenar el avance de la enfermedad.