OPINION
- 24/06/2020, 14:32
Por Lourdes Molina Navarro (*) especial para El Economista De la emocionalidad al grito y a la pataleta, solo hay un paso y de allí a la agresión, bastan segundos. Instantes de frustración y de enojo incontrolable que logran lo suyo: generar una imagen que la opinión pública rechaza y que puede costar mucho, no solo perder el favor de la gente en el caso de los políticos, cada vez más desprestigiados, sino hasta la posibilidad de llegar a una posición anhelada.