Gala del Deporte de la Región de Murcia, 17 de mayo, El Batel de Cartagena. La entrega de premios comienza a las ocho de la tarde, una tarde calurosa de cielo azul y despejado que la brisa del Mediterráneo no atempera. A las puertas del recinto, una multitud. También hay coches oficiales. Está Fernando López Miras, presidente de la Comunidad autónoma, y Noelia Arroyo, la alcaldesa. Hay una tremenda expectación, aunque no actúan ni Ruth Lorenzo ni Bruce Springsteen. ¿Entonces?
Más allá del centenar de galardonados, de Pedro Acosta, campeón mundial de Moto 3, y del atleta Mohamed Katir, plusmarquista español de los 1.500, 3.000 y 5.000 metros, a quien espera la gente, agolpada a las puertas del auditorio, es a Carlos, Carlitos, Charli Alcaraz, el único, la sensación de esta aún corta temporada tenística, la revelación deportiva del año.
Cuando llega, junto a su padre y Albert Molina, su representante, el murmullo es un clamor. Carlitos saluda a las autoridades, se hace fotos con todo quisqui, firma autógrafos y entra hacia el photocall. Me acerco a Molina mientras el tenista cara de niño, porque lo es, de sonrisa franca y permanente recibe agasajos y posa. "Albert", le digo, "déjamelo diez minutos, para Estatus". "Imposible –responde afable-, si te lo dejo a ti tengo que atender otros cien compromisos y es materialmente imposible". "Bueno, que sean cinco". Sonríe, se encoge de hombros y trata de alcanzar al protegido.
Carlos Alcaraz sosteniendo la copa
Estamos en Cartagena con el héroe, un tenista espigado, alto, cercano, rodeado de deportistas, que atiende más peticiones de fotografías y selfies que Brad Pitt. Sobre el escenario de El Batel, pegado a Pedro Acosta, empequeñecido por la figura absorbente de su paisano, me sitúo tras ellos y le digo: "No sé si terminarás de acostumbrarte, Carlos, pero esto es la fama. Tú y nadie más".

Gira la cabeza, sonríe, como suele ser habitual cuando no prepara el saque a más de doscientos por hora que le facilite el punto definitivo: "No me asusta la fama", y añade como si tal aserto resultara difícil de creer: "De verdad que no me asusta". Concluida la foto de familia, llega el turno, otra vez, la enésima vez, de los posados individuales, con fulanito, con menganita. Ni un mal gesto, ni una mala cara, entregado a la misión social con la profesionalidad que le exigen Nadal, Djokovic o Zverev cuando le desafían.
Carlos Alcaraz jugando al tenis
"Carlitos, perdón, Carlos"…, "no, Carlitos está bien"; prosigo entre empellones y peticiones de turno que ni en la pescadería –solo falta el expendedor de números-: "La sencillez no se imposta, ni la cordialidad. Realmente, eres lo que pareces", "bueno –responde mientras se prepara para otra fotografía-, solo soy un chico de pueblo". Sin complejos.

Tan seguro de sí mismo dentro y fuera de la pista, tan espontáneo y natural como cuando pronunció aquella frase memorable con apenas diez años delante de una cámara de televisión: "Quiero ganar un Grand Slam y ser número uno". Amén. ¿Quién lo duda? Desborda simpatía y seguridad. Aplomo. Apresto familiar trabajado desde el origen, desde que el abuelo Carlos percibió que Carlitos llegaría lejos al verle, con tan solo tres años, empuñar la raqueta, "más grande que él". Recuerdos al hilo de una biografía que apenas ha empezado a escribirse… Ya es el centro de atención, el foco en el atestado hall del auditorio cartagenero. Preguntas al vuelo que responde rápido porque el tiempo apremia.
Cámaras, micrófonos, teléfonos móviles; desde su 1,85 responde "a todo lo que se mueve". Es 17 de mayo y en horas volará hacia París. Le espera Roland Garros: "Voy a por ello. Será difícil, pero me veo capaz de lograrlo". Abro paréntesis: ya en la Ciudad de la Luz, supera etapas no sin sufrimiento, como ese partido memorable contra el compatriota Albert Ramos. Necesitó cinco sets para doblegar al catalán. Los siguientes le resultaron más sencillos, aparentemente. Juega con viento a favor, mientras el adversario no sea francés. Cuando en noviembre pasado participó en el París-Bercy, su choque con el local Hugo Gaston le dejó marcado. También Pablo Carreño padeció el furor de la grada frente a Gilles Simon; cayó en el quinto set, desquiciado: "Son unos maleducados", dijo el asturiano. Carlitos no olvida aquel partido del otoño parisino, "espero que me sirva de experiencia y que no vuelva a ocurrir algo así. El ambiente fue muy hostil". En el Torneo de los Mosqueteros tiene al público entregado y cientos de gargantas infantiles, juveniles y mediopensionistas corean su nombre después de cada puntazo. "¡Carlos, Carlos, Carlos!". Carlos asombra y Sebastian Korda, el rival de turno que semanas antes le derrotó en Montecarlo, después de rematar magistralmente un intercambio de golpes, mira a la grada y pide también para él un poquito de cariño. Sin acritud. Acabó derrotado en tres sets. Charli no tiene piedad. Ni pelos en la lengua. Después de derrotar a Khachanov se quejó del turno de noche, "dos veces ya; otra más no me parecería justo". Le escucharon y el siguiente partido fue por la tarde. Cierro paréntesis.
Carlos Alcaraz con sus fans
Retorno a Cartagena, 17 de mayo. Rafa Nadal forma parte del intrincado itinerario de l conferencia de prensa improvisada. Carlitos le venció en Madrid, donde se proclamó triunfador de su segundo Master 1.000, el primero fue el de Miami: "Duele verle sufriendo con el deporte que ama –visualiza la imagen del Nadal cojo, sobre la arena del Foro Itálico de Roma-. Mi deseo, lo que espero, es que sea competitivo".

Carlitos es tremendamente competitivo, el diminutivo no le arredra porque le suena bien, porque así atiende cuando le llama su abuelo Carlos, o la abuela Paquita, o Carlos, el padre, o Virginia, la madre sevillana, cuyo apellido sirvió a López Miras para hacer un juego de palabras y añadir otro apodo al ya universal Charli Alcaraz: "Capitán Garfia". Sonrió el tenista al escucharlo, sin pararse a pensar que es el tercero del año en resultados, "y peleando por ser primero –recuerda-". "Lo que espero es estar arriba al final de temporada".
Sus apariciones se cuentan por victorias, deslumbró en los ATP 500 de Río y de Barcelona. Ya no es una promesa sino una realidad; ya no es un proyecto de tenista sino un ídolo, disciplinado, metódico, dueño de una derecha prodigiosa y exhibidor de unas "dejadas" que a determinadas alturas del partido y frente a determinados rivales son descabellos. Pero sigue siendo el hijo de su madre, que lo ve así: "Sencillo, normal, nada presuntuoso, que no alardea", y que sigue al pie de la letra las consignas del abuelo Carlos, las tres ces: "Cabeza, corazón y cojones". Un lema que lleva a gala desde que empezó a jugar las primeras bolas en el Club de Campo (Tiro de Pichón) de su pueblo, El Palmar. Tampoco olvida otros consejos del abuelo: "Trabajar, ser normal y ayudar a quien lo necesita". ¿Por qué esto último? Porque el padre de Carlitos fue jugador de tenis, campeón de España, y no progresó más porque cuando quiso inscribirse en la Academia de Bruguera en Barcelona, la familia no pudo hacer frente al desembolso mensual: 40.000 pesetas la formación y otras tantas la pensión.
Carlos Alcaraz
Son otros tiempos. Carlitos cursó el bachillerato en el instituto Marqués de Vélez, en su pueblo, y tuvo la suerte de contar con una tutora que supervisó sus estudios para que no interrumpiera su proyección. Paró ahí. Ahora se le presenta otra oportunidad para seguir formándose, entrar en la UCAM, la universidad del deporte y de los deportistas. Le patrocinarán, le becarán y le animarán para que estudie un máster o una carrera. Es probable que esto ocurra, está en estudio el patrocinio, como otros muchos, "pues cada día llegan ofertas", reconoce Albert Molina. Y todo ello hay que tratarlo con mimo, como hace Juan Carlos Ferrero con su pupilo en las pistas. Cuando tenía diez años, Babolat le firmó un acuerdo de material; en 2018 le hizo un contrato internacional, vigente hasta 2025, pero ya lo están renegociando, igual que Nike.

Para hacernos una idea de lo atractiva y mediática que es la imagen de Carlos Alcaraz, por ahora sexto del mundo, el italiano Yannick Sinner, número 12, ha rubricado un acuerdo de diez años con la firma de Portland por 150 millones de euros. El "Big Three", Nadal, Federer y Djokovic, se mueve en los 30 millones anuales con la marca deportiva. Alcaraz, 19 años, un prodigio, educado, natural, alegre, sencillo, amable y deportista por muchos de sus gestos, es un referente. Y las marcas lo saben, por eso ya es imagen de Rolex, que se fijó en Federer por su elegancia, deportividad, amabilidad y naturalidad. Valores. Otro "sponsor" firmado, Isdin. Y, como dice Albert Molina, "hay cola".
Y posibilidades, todas. Este niño es una fiera, y una mina. Un chaval que encandila más allá de las pistas, sean de cemento, de hierba o de polvo de ladrillo. Que multiplica sus admiradores con cada dejada y con cada frase, aunque le tengan vedadas las entrevistas mientras compite; aunque Virginia le siga insistiendo en "que no llegue tarde", ¡las madres!, mientras trata de convencer a sus progenitores para que le dejen comprarse un buen coche –este año roza los seis millones de ingresos ATP- porque aprobó el carné de conducir en febrero. Y es que, claro, solo tiene 19 años. Es un juvenil entregado a una causa: el tenis y lo que exige un deporte de élite: "Descansar, comer bien y entrenar al ciento por ciento". El talento viene de fábrica, pero no lo descuida, al contrario. Así se forja una estrella.