
Madrid
En la segunda mitad del siglo XIX, fueron conocidos como los railroad barons aquellos magnates que recibieron el respaldo del gobierno estadounidense -con la cesión de tierras y la necesaria protección militar- para que liderasen la expansión de las redes ferroviarias hacia las inhóspitas tierras del oeste; una iniciativa privada que habría de hacer realidad el ansiado sueño de comunicar ambas costas del país por ferrocarril.
Siglo y medio más tarde, un nuevo sueño de transporte vuelve a recaer en emprendedores privados, esta vez con un destino algo más lejano e incierto: el espacio. Por ello, estos nuevos empresarios que han decidido apostar sus fortunas al sueño interestelar han recibido el sobrenombre de space barons (Los señores del espacio).
Ese ha sido precisamente el título elegido por el periodista Christian Davenport para el libro que ha dedicado a analizar la trayectoria hasta hoy de esta singular carrera aeroespacial privada. "Elon Musk, Jeff Bezos y la cruzada para colonizar el universo", es el ilustrador subtítulo de la obra, aún inédita en castellano, y en el que es evidente la ausencia de un nombre clave en esta nueva carrera espacial, el de Sir Richard Branson.

Davenport no ignora en su texto al alma mater de Virgin, pero deja claro desde el principio que mientras los intereses de Branson y su Virgin Galactic están dirigidos exclusivamente hacia el turismo espacial, la SpaceX de Musk (fundada en 2002), y Blue Origin de Bezos (creada en 2000) tienen pretensiones más amplias, apostando fuerte en este momento por crear una amplia red de satélites además de los más ambiciosos proyectos de establecer colonias en la Luna y Marte.
Max Polyakov es otro nombre potente en esta emergente industria de la exploración espacial, en su caso bajo el paraguas de Firefly Aerospace, de la que es cofundador. Como apunta Davenport en el libro, cada uno de estos emprendedores defiende una ideología y un propósito diferentes, desde la colonización lunar y el turismo espacial hasta la salvación de toda la humanidad, pero todos tienen algo en común: están invirtiendo millones de dólares sin miramientos en la que consideran que es la industria del futuro. Un futuro, por ciento, cada vez más cercano.
"Estos empresarios ven las misiones a la Luna o a Marte como exploraciones", explicaba Davenport con motivo de la presentación de su libro, y añadía: "En Marte no saben qué podrán encontrar, pero en la Luna ya sabemos que hay agua en forma de hielo en su polo sur. Esto supone hidrógeno y oxígeno que pueden usarse como combustible para propulsar otros vehículos".
Del mismo modo, el periodista apunta que en una perspectiva de cientos de años, estos empresarios ven el futuro de la humanidad condicionado entre los recursos limitados y la población creciente: "Musk piensa en términos de una catástrofe ante la cual el 'plan B' sea el desarrollo de nuevas naves espaciales y la colonización de Marte.
Por su parte, el enfoque de Branson es la oportunidad de viajes más allá de la atmósfera, algo que hay quienes consideran una diversión para ricos, pero otra forma de verlo es como la oportunidad de observar la Tierra desde lejos, de ver la envoltura fina que es la atmósfera, la visualización de que estamos todos juntos en este planeta. En el caso de Bezos, sin embargo, el 'plan B' es que la humanidad cuide de este planeta más que la colonización de otros mundos".

En 2020 celebrará su decimoctavo aniversario SpaceX, una compañía que, según el propio Musk, " fue creada para reducir el costo de los vuelos espaciales y preservar a la humanidad en la Tierra y más allá", y entre sus ambiciosos planes a corto plazo está el envío de la primera nave de carga a Marte para 2022, seguida en 2024 de la primera misión tripulada. El cofundador de Tesla cuenta ya además con el primer turista aeroespacial de su firma, el multimillonario japonés Yusaku Maezawa, que ya ha comprado su billete.
El turismo espaciales sin duda el área mejor controlada por sir Richard Branson, quien tiene ya cifras más avanzadas aunque no confirmadas- que rondarían entre 500 y 1.000 billetes vendidos para los vuelos turísticos suborbitales en una nave de Virgin Galactic, con un coste medio de 250,000 dólares por viajero. El británico está tan entusiasmado con esta nueva aventura empresarial que a finales de octubre de 2019 Virgin Galactic se convirtió en la primera compañía de turismo espacial en saltar al parqué de Wall Street.

Es interesante observar que la mala racha de Virgin Galactic, con pérdidas de más de 150 millones de dólares a lo largo de 2019, no ha hecho perder la confianza de los inversores, a los que Branson parece haber convencido de que se trata de una apuesta a medio-largo plazo.
Así, y pese a las citadas cifras, si las acciones de la compañía rondaban en noviembre los 7 dólares, el pasado febrero alcanzaban los 37,35, cayendo tras conocerse las cuentas de 2019 a los 15-16 dólares por acción actuales. ¿La estrategia de Branson para reforzar la confianza? Vender más billetes para demostrar la viabilidad de la compañía.
"Los viajes espaciales siguen siendo muy caros", recuerda Christian Davenport en este sentido, y explica que lo que el sector privado encara actualmente "es un cambio en el modelo de exploración espacial" para hacerla asequible al público. Por ejemplo, el desarrollo de cohetes propulsores que pueden recuperarse para usos múltiples disminuye los costos y permite negocios como el turismo espacial, lo que favorece viajes muy por debajo de los 50 millones de dólares que le sale a la NASA poner humanos en órbita.
Desde abril de 1961, cuando el cosmonauta ruso Yuri Gagarin completó la primera misión espacial tripulada, solo 560 personas han ido más allá de la atmósfera terrestre, todas bajo la tutela de distintas instituciones gubernamentales de diversas naciones.
La nueva realidad que se abre ante el trabajo de estas y otras compañías privadas de la industria espacial pone sobre la mesa la urgencia de una regulación apropiada de los viajes y el turismo espacial. De hecho, ante la falta de la misma, las misiones de prueba se están llevando a cabo de momento sobre el mar.
Por otro lado, no hay que olvidar que cuando hablamos de sobrepasar la atmósfera terrestre no tenemos por qué referirnos a destinos más allá de la misma. Una aeronave con capacidad para salir de la atmósfera y volver a ella podría convertir las seis horas de un vuelo Madrid-Nueva York en poco más de una, lo que abre sin duda grandes oportunidades de negocio.
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