El Economista se ha vestido de naranja: le gusta ir a la última. Este color está de moda, transmite fuerza y confianza, se asocia a la creatividad y es cercano y juvenil. Con estas connotaciones, no podía ser otro el color corporativo que eligiera este diario.
El naranja, uno de los colores del arcoiris, es inconfundible en el otoño y en cualquier amanecer; es divertido, sexy, exótico y hasta místico: lo es para los monjes budistas. Esta combinación de sensaciones es posible porque “el naranja es el color más equilibrado, ya que al mismo tiempo es el más moderno y el más moderado”, afirma Ángel Sánchez, director creativo de Bassat &Ogilvy. “Es tranquilo y a la vez agresivo porque está entre el rojo y el marrón”, explica.
Quizá por eso,“que una empresa utilice el naranja denota que es moderna, nada conservadora. Detrás de este color hay toda una forma de vivir, de pensar; es consecuente con la imagen y con el pensamiento”, añade Sánchez, mientras que Eduardo Lorenzo, de la agencia Carat, asegura que “este color es capaz de rejuvenecer cualquier producto”.
En el ámbito empresarial y bursátil, la presencia de este color cada vez es mayor. En Wall Street, por ejemplo, es todo un icono. De hecho, es habitual asociar el naranja con dinero. Además, muchas empresas deben parte de su popularidad al naranja: la compañía aérea easyJet, bancos como Bankinter e ING, la compañía de transportes TNT, operadoras como Jazztel o la británica Orange Mobile; también Siemens, Fanta, Terra, Repsol YPF... Y éstas son sólo algunas compañías que utilizan este color para que la gente las identifique al momento.
Pero además, de la mano del naranja nos vienen a la memoria clásicos como el famoso Naranjito del Mundial de España en el 82, los dibujos animados Pluto y Garfield, chucherías como las bolsitas de Conguitos, hitos como la revolución naranja de Yushenko en Ucrania o sobrenombres como el de la naranja mecánica, apodo que recibió la Selección de Fútbol de Holanda en la Copa Mundial FIFA en 1974. El mundo de la prensa económica se vincula con el color salmón, si bien El Economista en esto rompe la tradición. Las páginas de El Economista son blancas, no salmones. El naranja es el color estrella del periódico porque aparece en la cabecera, pero también son esenciales otros colores, que ayudan a identificar las diferentes secciones del diario. En la de Opinión predomina el naranja; la sección de Empresas y Finanzas se identifica con el azul, un color que se asocia al mundo empresarial; en la de Economía prima el color verde y en la sección de Gestión Empresarial, el color por excelencia es el dorado.
El Economista que tiene en sus manos rezuma la lozanía propia de un estreno. Es la primera hornada de la editorial Ecoprensa, pero no el primer número de la cabecera. A pesar de su diseño fresco e innovador este diario ya es una publicación centenaria. El primer número vio la luz en 1886 y fue el precursor del periodismo económico en España.
Hasta la aparición en 1978 de Cinco Días, liderado por Francisco de Mora del Río, ex redactor de El Economista, fue el único medio de información que se ocupaba en solitario de analizar, en una visión de conjunto, los medios financieros españoles. Su único precedente en Europa es The Economist, de quien adopta el nombre, y es anterior un par de años a dos iconos de la prensa económica: The Wall Street Journal y The Financial Times.
Euforia en el parqué
Su salida a la calle se produjo en circunstancias muy distintas a las de hoy, 28 de febrero de 2006. Era el final de las colonias y faltaban seis años para la inauguración de la Bolsa de Madrid, el nuevo domicilio en el que encontrarían oportunidades de negocio los indianos que regresaban a España con una fortuna en sus bolsillos y grandes sueños en mente.
Ellos fueron los lectores iniciales. Ávidos por conocer el mercado e invertir en negocios rentables, encontraron en El Economista el mejor vehículo informativo. A un precio de tres pesetas el trimestre de suscripción en toda la península Ibérica, se podía encontrar en sus páginas información sobre las exposiciones universales, las ferias, los servicios de ferrocarril, con detalles de las mercancías transportadas y de los viajes en barco.
La publicidad se entremezclaba con las noticias sin separación visual, dejando para el final notas de prensa más amenas: “La tierra tiene la propiedad desinfectante sobre la piel del cuerpo humano, por cuyo motivo los baños de lodo son tan populares, sobre todo entre los pueblos bárbaros y los cuadrúpedos. Algunos piensan que una receta buena para los cerdos es mala para la especie humana, pero cualquier remedio para la limpieza puede ser igualmente aplicable sea el paciente una bestia o sea el más perfecto de los animales...”
Su fundador, Isidoro García Barrado, era un salmantino perteneciente a ese grupo de emprendedores de ultramar cuya experiencia vital estaba ligada a su paso por el nuevo continente. De él partió la iniciativa de publicar semanalmente El Economista Español, nombre que se acortaría y sustituiría por el actual a partir del año 1888.
La saga Gómez Acebo
El segundo director sería Juan García Gómez, un hombre influyente que trabajó en El Imparcial junto a José Ortega y Gasset, elegido cuatro veces parlamentario por la Coruña y Burgos. Tras sus 19 años de gestión, se iniciaría la era de la familia Gómez Acebo, propietaria durante 75 años de la publicación que en aquella época adoptaría el formato revista.
José Gómez Acebo —fundador de Banesto— tuvo que proceder al cierre en 1937 por la escasez de papel a causa de la Guerra Civil española. Cuando vuelve a la calle en el año 1941, el nuevo director será Pedro Rico Ruano, un personaje arrollador y de gran magnetismo, rodeado siempre de misterio. Se dice que este pucelano era el periodista mejor pagado de la época. Trabajó para el periódico Informaciones, el diario financiero Euskadi, El Sol y la gaceta deportiva Excelsior.
En sus 33 años al frente de El Economista, llegó a ser el periodista más carismático del sector. Era partidario de abrir las reuniones y tomar la palabra antes incluso que los presidentes de los bancos. En una rueda de prensa de un ministro, tomó la palabra durante un buen rato y al terminar, el político dijo a los allí reunidos: “Con el permiso del señor Rico, voy a expresarles lo que tenía que decir”.
Cuando falleció en 1974, Ricardo Cid Leno se hizo cargo de la dirección. Debido a su avanzada edad, no introdujo cambios en la publicación, que dejó de modernizarse, por lo que no fue una buena década para ella.
Ante una inexorable caída de suscriptores, la familia Gómez Acebo se deshace de la revista y la vende en 1982 a Ayu Lalchandani—un indio asentado en Melilla— a un precio de 200.000 pesetas.
Entonces José Luis Elorriaga asume la tarea de modernizar la publicación y, en sus seis años al frente, incorpora cambios decisivos en la maqueta y el diseño, aumentando su presencia en los quioscos, en detrimentro de la clásica distribución a suscriptores.
En 1986, después de más de una década de crisis en la bolsa española, arrastrada por la espectacular caída del crudo en 1973 y el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea, resurge el interés por la economía en los medios de comunicación.
Es el boom de los diarios económicos en nuestro país, un auge efímero. Muchos tendrán que cerrar poco después de haber iniciado su andadura, como es el caso del diario Economía 16 y las revistas Mercado y Dinero.
En plena burbuja mediática, Valentín González toma las riendas hasta el año 1995 y a partir de ese momento Carlos Humanes, director también de El Boletín, se convierte en la última cabeza visible de un proyecto que hoy vuelve a la vida, tras cinco años de ausencia y silencio.
“Un diario económico que habla de todo y para todos”. Ese es El Economista. Un periódico económico muy distinto a los salmones tradicionales -como ven, ni siquiera es salmón- que viene a ocupar un hueco muy claro en el mercado:_el de acercar la economía a todos los sectores, desde los habituales de la prensa económica, a los más alejados (pymes, mujeres, autónomos, profesionales, estudiantes y un largo etcétera). ¿Cómo? Con un lenguaje claro que huye de los tecnicismos, contenidos amenos y variados, imágenes impactantes, ilustraciones atractivas y un diseño moderno. Buena prueba de ello es que el diario -que estará en los quioscos de martes a sábados- va a todo color, es de tamaño tabloide y va cosido con grapas.
Otra gran diferencia con los económicos tradicionales es el espacio que ocuparán los cuadros dedicados a los mercados. El Economista dará sólo dos páginas con la información que considera básica. El resto podrá consultarse en la página web (www.eleconomista.es) a partir de su lanzamiento el 1 de abril. La sección de Empresas englobará también Finanzas, es decir, las noticias de bancos, cajas y compañías de seguros, que en otros periódicos van agrupadas con Mercados. De este modo, la información de mercados adopta un mayor protagonismo.
El periodismo de investigación ocupará un lugar destacado en todas las secciones del diario, así como las historias empresariales con enfoques frescos y ágiles. La información internacional estará presente tanto gracias a la labor de los colaboradores en Bruselas, Londres, París, Berlín, Nueva York, Shanghai, Buenos Aires y Caracas, como a los acuerdos para publicar artículos de Il Sole 24 Ore y The Wall Street Journal.
El Economista nace con vocación de modernizar la información económica en España con un estilo analítico e independiente, ajeno a las presiones políticas y empresariales. Para ello, responderá en todo momento a sus principios fundacionales: defenderá la libre iniciativa de los ciudadanos en todas las actividades económicas y de los principios de la economía de mercado; promoverá la credibilidad y prestigio de las empresas y sus directivos, la igualdad de la mujer en el mundo laboral y la mayor transparencia en la gestión y en la actuación de las empresas; tratará de que mejore la transparencia, credibilidad y eficacia del mercado de valores; defenderá una política fiscal -estatal, autonómica, y municipal- que suponga minimizar las cargas que deben soportar los ciudadanos y las empresas privadas; ayudará a la modernización de los sindicatos; se opondrá a todo tipo de presión de persona física, institución o grupo político o económico que trate de utilizar la información al servicio de sus fines. Por último, los objetivos básicos de la redacción serán su independencia de criterio, la objetividad y el rigor, todo lo cual constituye la esencia de la libertad de expresión, derecho fundamental de sus lectores.