
Los Reyes Católicos unificaron España, y deben su adjetivo al Papa Alejandro VI que reconoció sus servicios a la Iglesia por acabar la conquista cristiana de la península y por las ayudas a Roma de su súbdito más leal y eficaz: Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán.
La palabra "Gran" se la añadieron los italianos en su primera campaña en el Reino de Nápoles, después de haber rendido grandes servicios en la guerra contra Granada. Al acabar su primera campaña italiana, el militar volvió a pelear con los moriscos sublevados, nombrado comandante de las huestes por el Rey Fernando. Dicen las crónicas que además de sus habilidades militares, las virtudes que adornaban a D. Gonzalo eran: la generosidad con la tropa, la benignidad con los vencidos y la lealtad al Estado. Cualidades reconocidas incluso por sus enemigos, y que hicieron fácil el sometimiento de los españoles musulmanes de las Alpujarras que habían pedido ayuda a un emir norte-africano en rebelión ante las expeditivas medidas del Cardenal Cisneros para convertirlos al cristianismo.
La historia la hacen las personas. Las corrientes culturales que parecen ríos incontenibles son canalizadas hacia una u otra desembocadura por el empeño de personajes excepcionales adornados de competencias técnicas en su campo y virtudes humanas en su actividad. En eso consiste el liderazgo, en conseguir la aceptación de las metas del líder; porque ejerce su poder de manera justa (por el bien común), de manera útil (obteniendo resultados) y oportuna (cuando es necesario).
España ahora se encuentra ante uno esos intentos disgregadores de su historia. Aquella vez se salvó por la clarividencia de los reyes y la lealtad y pericia de quienes los servían. En estos momentos en lugar de pericia militar probablemente se necesita habilidad política y saber jurídico, además de virtudes humanas. ¿Las tenemos ahora?