Política

Análisis: El jefe de la Casa Real separa a Urdangarín ante la pasividad de éste

Urdangarin, separado por su pasvidad Imagen:Archivo

La comparecencia ante los medios, ayer lunes, del recién nombrado jefe de la Casa del Rey, el diplomático Rafael Spottorno -con larga experiencia en la década de los noventa como secretario de la Casa-, ha representado el apartamiento explícito de Iñaki Urdangarín del ámbito oficial de la Corona.

Las expresiones utilizadas por el portavoz regio -el yerno del Rey habría mantenido un comportamiento "poco ejemplar"- marcan una ruptura clara y contundente, que alcanzaría a la infanta Cristina -el "ya veremos" de Spottorno ha de interpretarse así- y que se habría producido con cierta subitaneidad después del frustrante, inmaduro y hasta irritante comunicado del propio Urdangarín el pasado sábado, en el que se limitaba a lamentar que el griterío mediático desatado por los sucesivos descubrimientos sobre su actuación desgastase el prestigio de la Corona, sin reconocer su responsabilidad en ello ni anunciar por tanto su distanciamiento por propia voluntad. Según fuentes fidedignas, Spottorno ha dado ese paso tras varias consultas con el presidente del Consejo General del Poder Judicial, a quien habría requerido para que los procedimientos judiciales se desarrollen con la máxima agilidad.

En todo este asunto, hay un elemento un tanto desconcertante: el cómo ha sido posible que Urdangarín pudiese montar tan colosal negocio sin que saltaran todas las alarmas. El propio Rey ha sido en todo en momento escrupuloso vigilante de la imagen que proyecta la institución y así, por ejemplo, es conocido que cuando la infanta Elena se separó de don Jaime de Marichalar y decidió fundar en 2007 una sociedad mercantil, Global Cinoscéfalos, para canalizar diversas actividades, y con Carlos García Revenga, secretario de las infantas y relacionado ahora con el 'caso Urdangarín', como administrador, don Juan Carlos frenó abruptamente, por impropia, aquella aventura, que finiquitó en febrero de 2008. Y si todo fue de este modo en aquel caso, ¿por qué la Corona no paralizó también la sospechosa actividad de su yerno mediante el vaporoso instituto Nóos cuando todo el orbe sospechaba ya que aquella febril actividad sin contenido concreto era una exacción irregular que no tenía otro argumento que la alta alcurnia de su principal promotor?

Sólo hay una explicación verosímil: cuando el Rey cayó en la cuenta de aquel tráfico irregular y probablemente ilícito en torno al "mecenazgo deportivo", que debió ser cuando sorprendentemente el matrimonio Urdangarín adquirió la mansión catalana de seis millones de euros, era ya tarde. El yerno irresponsable fue llevado lejos, nada menos que a Washington, pero ya no había modo de desandar lo andado, máxime porque ya por entonces salían a la luz por otros motivos los trapos sucios del gobierno de Matas en Baleares y del 'caso Camps' y el' caso Gürtel' en Valencia, contaminándolo todo con su hedor. El Rey fue, en fin, sorprendido en su buena fe.

Ahora, Zarzuela no tendrá más remedio que actuar con rigurosa dureza: tras el apartamiento oficial, habrán de llegar medidas quirúrgicas más cruentas cuando Urdangarín sea inculpado y cuando los tribunales emitan su más probable veredicto. Y en el entretanto, alguien debería desaconsejar al esposo de la infanta Cristina que insulte a la opinión pública con su "indignación" por el supuesto maltrato mediático que recibe. Ante una ciudadanía burlada por la picaresca del yerno oportunista, el silencio sepulcral sería lo más recomendable.

Dicho esto, hay que subrayar que la Corona, golpeada moralmente por esta deslealtad, no sufre lesión política alguna por esta causa. Máxime cuando el surgimiento del escándalo ha precipitado una decisión regia muy procedente como es la plena rendición de cuentas por la partida presupuestaria que la Casa del Rey recibe cada año. La opacidad, aunque plenamente constitucional, no casaba bien con el principio de transparencia que ha de regir en la distribución de los recursos públicos.

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